Christiano Junior, cuando empezaba el país
Un libro rescata las fotos de este portugués empeñado en registrar la diversidad argentina entre 1867 y 1883. Su historia, sus imágenes y sus jugosos testimonios
“Mi plan es vasto y cuando esté completo la República Argentina no tendrá piedra ni árbol histórico, desde el Atlántico hasta los Andes, que no se haya sometido al foco vivificador de la cámara oscura.” Con esa seguridad, al borde de la desmesura, el hombre que afirmaba esto en 1876 no estaba loco ni era un megalómano. Se llamó José Christiano de Freitas Henriques Junior y, por razones de economía mnemotécnica, se dio a conocer profesionalmente como Christiano Junior, fotógrafo. Había nacido en una de las islas Azores, en poder de Portugal, en 1832. Emigró a Brasil –donde residió entre 1855 y mediados de la década de 1860–, y luego se radicó en la Argentina hasta poco antes de su muerte, ocurrida en Paraguay en 1902.
En los primeros años de su estada en Buenos Aires fue reconocido por la sociedad porteña como uno de sus fotógrafos más importantes. Notables de esos años, que hoy son bronce o calles –Domingo Faustino Sarmiento, Adolfo Alsina, Lucio V. Mansila o Luis Sáenz Peña– se contaban entre su clientela. Y se estima que, entre 1873 y 1875, realizó más de cuatro mil fotografías en un estudio en la calle Florida que luego vendió a Alejandro Witcomb y Guillermo Mackern, predecesores de la célebre casa Witcomb.
Pero Christiano no era hombre de conformarse fácilmente. La frase del comienzo de esta nota resume su plan monumental de realizar un Album de vistas y costumbres de la República Argentina desde el Atlántico hasta los Andes: un relevamiento fotográfico de diversas provincias del norte y centro del país que incluiría comentarios de intelectuales reconocidos de cada lugar. Aunque Christiano no pudo completarlo, publicó dos álbumes con imágenes de la ciudad y la provincia de Buenos Aires, acompañadas por textos de Mariano Pelliza y Angel J. Carranza; y realizó una gran cantidad de fotos en diversas ciudades de Cuyo y el Noroeste, además de numerosos registros de vistas y tipos populares porteños que también recogió en álbumes temáticos. Estos últimos, hasta hace poco, eran erróneamente adjudicados a Alejandro Witcomb. Gracias a una minuciosa investigación de Abel Alexander y Luis Priamo en el Archivo General de la Nación –donde se encuentra la colección de negativos de la Casa Witcomb–, hoy se sabe que esas fotografías pertenecen, “con certeza prácticamente absoluta”, a la curiosa mirada de Christiano.
Para rescatar esa labor testimonial con escasos precedentes en la historia de la fotografía latinoamericana, Alexander y Priamo seleccionaron algunas de las fotos tomadas por Christiano para su Album de vistas de la República Argentina, y negativos incluidos en la colección Witcomb que –según explican los investigadores– son inequívocamente de Christiano. La firma del portugués estaría dada por la técnica particular que utilizaba para realizar sus negativos, distinta de la utilizada por Witcomb. La confusión se debió al hecho de que Christiano vendió su estudio a Witcomb y Mackern con sus clichés, registros de clientes y álbumes incluidos.
El resultado es un libro admirable: Un país en transición. Fotografías de Buenos Aires, Cuyo y el Noroeste (1867-1883), editado por la Fundación Antorchas. Además de las insoslayables fotos de Christiano, incluye dos trabajos clarificadores: uno de Beatriz Bragoni sobre el contexto histórico y social en el que Christiano vivió y desarrolló su trabajo; el otro, de los mencionados Alexander y Priamo, da cuenta de la vida y las obras de Christiano, intentando llenar los numerosos agujeros de una historia que hasta ahora nadie había contado entera.
Por supuesto que lo que acapara la atención del lector son las imágenes captadas por Christiano, más atento al país moderno que la generación del 80 iba a consolidar que a los encantos del paisaje virgen o la cristalizada postal del gaucho y sus rutinas. Algunas de esas fotos se incluyen en esta nota. Más allá de la calidad de su factura, puede apreciarse en ellas un interés por documentar los diferentes aspectos de una sociedad que estaba experimentando cambios profundos en su estructura y en todas sus capas sociales.
Según la valiosa reconstrucción biográfica de Alexander y Priamo, Christiano tuvo intereses más vastos que la fotografía, cuya práctica abandonó en 1883. A partir de entonces, entre otros emprendimientos que no parecen haber prosperado, durante más de quince años invirtió sin éxito dinero y energía en la fabricación de licores en la Argentina, Brasil y Uruguay. Fruto de esa experiencia es su libro Tratado práctico de vinicultura, destilería y licorería, con prólogo de Eduardo L. Holmberg, publicado en 1899.
La inclinación por la escritura ayudó a Christiano a sobrevivir económicamente durante sus últimos años, transcurridos en Corrientes. Además de trabajar como gestor de fotografía para el estudio que su hijo José V. Freitas Henriques tenía en Buenos Aires y dando lecciones de coloreado fotográfico, el versátil Christiano publicó una serie de artículos en el diario La Provincia, de Corrientes. En ellos, rara vez habla de fotografía y suele evocar, en cambio, recuerdos de su vida. De uno de ellos –Tempora mutantur. Buenos Aires de 1860 y 1900, aparecido en entregas sucesivas durante enero de 1902–, se tomaron los fragmentos reproducidos en los márgenes de esta nota. Sabrosos y coloridos, constituyen uno de los pocos testimonios escritos de un fotógrafo de la Argentina de entonces. Y consuman una paradoja: el hombre que apostó a la modernización del país evoca con nostalgia usos y costumbres de una Argentina más provinciana y menos pretensiosa.