Científicos, ¿el alma de la fiesta?
Los desopilantes premios IgNobel se entregan en una ceremonia en Harvard organizada por los Anales de la Investigación Improbable. Despiertan carcajadas, pero son de verdad
Todo el mundo espera con ansias el anuncio de los premios Nobel, que suele darse en octubre de cada año. Pero unas semanas antes están los otros Nobel, los divertidos y, para algunos, los que realmente valen la pena. Sí, estamos hablando de los maravillosos y desopilantes premios IgNobel (que, pronunciado rápidamente, se parecen a innoble en inglés), que se otorgan a investigaciones que primero te hacen reír ("¿pero qué disparate es este?") y después pensar ("ah... ¡era en serio!"). Los diez IgNobel anuales se entregan en una increíble ceremonia en Harvard, siempre guiada por el físico Marc Abrahams y sus cómplices de los Anales de la Investigación Improbable, con un público fanático, óperas alusivas, experimentos, discursos de siete palabras (que si son más largos son interrumpidos por una deliciosa e inaguantable niña de 8 años) y verdaderos premios Nobel encantados de entregar estatuillas y divertirse como locos. Porque de eso se trata: de reírse de nosotros mismos y de mostrarle al mundo que sí, los científicos pueden ser el alma de la fiesta. El tema general de este año fue fuerzas y, convenientemente, el premio consistía en un martillo dentro de un contenedor de vidrio con la leyenda en caso de emergencia, rompa el vidrio con un martillo.
Pero basta de introducción y vayamos a los premios. Por ejemplo, el IgNobel de Medicina fue para científicos de la Universidad de Tokio que demostraron inequívocamente que los pacientes con transplante cardíaco sobreviven más y mejor si escuchan ópera... siempre y cuando sean ratones. Efectivamente, los ratoncitos con corazón nuevo sobrevivieron casi un mes si escuchaban La Traviata, en comparación con sólo once días con una música control (Enya, por ejemplo). Y si seguimos con animales, vale la pena destacar la investigación que demuestra que los escarabajos peloteros (aquellos que andan por el mundo arrastrando bolitas de materia fecal ajena) pueden orientarse por la posición de las estrellas, que mereció los premios conjuntos de Biología y Astronomía. El premio en Probabilidades fue para quienes demostraron –con un sensor colocado en las patas vacunas– que cuanto más tiempo una vaca esté acostada en el campo, es más probable que se levante primero. De no creer.
Pero pasemos a los humanos, que fueron objeto del premio IgNobel de Psicología por un trabajo llamado La belleza está en el ojo del que tiene la cerveza, publicado en el British Journal of Psychology. Se sabe que para los borrachos, el resto del mundo se vuelve más atractivo, en particular los especímenes del sexo opuesto. Pues bien, aquí se demostró que los que tienen unas copas de más también se juzgan a sí mismos como más atractivos (y allí van, muy seguros hacia un fracaso más que posible).
¿Recuerdan a Lorena Bobbitt y su particular venganza? Parece ser que en los años 70 este tipo de tratamiento –o sea, cortar el miembro masculino– era bastante común en Tailandia, donde un grupo de cirujanos no tuvo más remedio que escribir un protocolo clínico para atender estas terribles emergencias. Su indicación de que la restitución del pene seccionado podía ser exitosa siempre y cuando éste no hubiera sido masticado por un pato recibió merecidamente el premio IgNobel en Salud Pública.
Hay mucho más, como el premio de la Paz para el presidente bielorruso Lubachenko por prohibir los aplausos en público (y llevar detenido a un manco en una manifestación pública acusado de no cumplir con esta ley), o el descubrimiento de la enzima presente en la cebolla que nos hace llorar (premio de Química), o la patente del aparato para deshacerse de secuestradores aéreos, que los atrapa, envuelve en un paquete y los arroja por unas puertas-trampa del avión con un paracaídas y un sistema de radio para que los agarre la policía (IgNobel de Ingeniería en Seguridad). Tampoco olvidemos la demostración de que es posible el milagro de caminar sobre una pileta de agua, siempre y cuando la pileta esté en la Luna (premio de Física).
La ciencia puede hacernos pensar, curar epidemias, mover montañas. Y, también, hacernos reír.
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