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Lo vieron mientras hacían un recorrido de rutina por las aguas del lago Traful, en el Parque Nacional Nahuel Huapi, en la provincia de Neuquén. A lo lejos pudieron divisar cómo caía en picada e intentaba, con las pocas fuerzas que le quedaban, mantenerse a flote. Hasta que el guía Maximiliano Solohaga y la veterinaria Martina Picotto, junto al guardaparques Diego Schro y la etóloga María Loreto Campbell, pudieron alcanzarlo con el kayak en el que cruzaban el lago y lo pusieron a salvo.
El animal estaba evidentemente deprimido. Sin tiempo que perder, se le brindó asistencia veterinaria local. El cóndor andino, un macho juvenil al que llamaron Traful en referencia al lugar donde había sido rescatado, tenía un alto contenido de plomo en sangre. Al ser carroñeras, estas aves se alimentan de animales muertos -incluso aquellos que pierden su vida como consecuencia de la cacería-. En muchas ocasiones, los animales fallecidos poseen esquirlas de balas en sus cuerpos que contaminan la carne e ingresan al torrente sanguíneo cuando otro los come.
“El cóndor comenzó a caer hasta aterrizar en el agua”
Como primera medida se le realizó un tratamiento de quelación para que los fármacos suministrados pudieran unirse al metal pesado y excretarse del cuerpo. Sin embargo, debido a la gravedad del caso, se decidió derivarlo a Buenos Aires para profundizar su tratamiento de desintoxicación. Una vez en la capital del país, fue ingresado al Centro de Recuperación de Especies de Fundación Temaikèn (CRET), un predio de 18 hectáreas, donde se trabaja en el rescate y rehabilitación de animales de especies en peligro de extinción y también aquellos afectados por problemáticas ambientales o tráfico ilegal, con el objetivo de reinsertarlos en su hábitat natural.
“En los casos de intoxicación, uno puede ver un cuadro general por el que el ave se deprime. Al entrar en la sangre, el plomo produce una serie de complicaciones graves: depresión del sistema nervioso central, embotamiento, anemia, lesiones a nivel hepático y renal. Creemos que este cóndor estaba volando, cruzando de un sector a otro del lago, y comenzó a caer hasta aterrizar en el agua. Si no lo hubieran rescatado a tiempo, probablemente se hubiera ahogado”, explica Martín Falzone, veterinario y responsable del Hospital Veterinario de Fundación Temaikèn.
“Fue un desafío estabilizarlo”
El cóndor pesaba unos 10 kg y tenía la estatura de un niño de siete años. Con sus alas abiertas, los cóndores andinos llegan a tener tres metros de envergadura, lo que las convierte en una de las aves más grandes del mundo. Esta especie cumple un papel relevante en el equilibrio del ecosistema. Como animales carroñeros, dentro de la cadena trófica, eliminan los posibles focos de infección del ambiente, al alimentarse de los restos de animales muertos, que podrían diseminar enfermedades peligrosas.
“El desafío más grande en su caso fue tratar de estabilizarlo y que no se descompensara. Como llegan con cuadros graves de depresión, es porque el organismo alcanzó su límite y todos los sistemas comienzan a fallar. El tiempo que lleva intoxicado determina las posibilidades de revertir, o no, el cuadro. Con Traful la prioridad fue bajar los niveles de plomo en sangre, mantenerlo hidratado con fluidos y controlar permanentemente que no se descompesara”, aclara Falzone.
Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), el cóndor andino está amenazado en Argentina. Durante muchos años, esta ave fue considerada una plaga y se la mataba por la errónea creencia de que atacaba al ganado para comer, cuando en realidad es carroñero. Hoy siguen siendo víctimas de cazadores, de heridas causadas por trampas y de envenenamiento por ingestión de balas de plomo con las que matan a los animales de los cuales se alimentan. Además, según informan desde Temaikèn, son víctimas de una práctica ilegal frecuente: para combatir pumas y zorros, los criadores emplean cebos tóxicos. Pero en estas trampas mortales, además de los predadores mueren muchos otros animales, entre ellos los cóndores. Otros factores que peligran su supervivencia son el choque contra estructuras hechas por el hombre, como los cables de alta tensión, la alteración del hábitat natural y la reducción de las poblaciones de especies, como el guanaco o el ciervo, que forman parte de su dieta.
“Su actitud fue siempre enérgica”
Los veterinarios también le hicieron una biopsia de hueso y temporalmente se le ajustó la dieta para generar una reacción que ayudara a liberar el plomo de la sangre. Asimismo, se monitoreaban periódicamente sus niveles de plomo en sangre. “Si bien le llevó varias semanas reducir estos niveles, su actitud siempre fue enérgica y el consumo de alimento, óptimo. Si lográbamos estabilizarlo, era posible su regreso a la naturaleza. A medida que pasaban los días, notamos cómo recuperaba fuerzas y comenzaba a pelear para evitar que lo agarráramos cuando necesitábamos hacerle alguna terapia. Fue adquiriendo signos clínicos de un animal silvestre y eso nos dio la pauta de que evolucionaba favorablemente”.
Por eso, durante todo el proceso, fue prioridad alojar a Traful en recintos en aislamiento y lejos del contacto con humanos para mantener sus comportamientos naturales de cara a la reinserción en su ambiente natural”, indicó Lina Zabala, Coordinadora Operativa de Rescate Animal de Fundación Temaikên. A fines de agosto del año pasado, con tres resultados consecutivos de valores de plomo en sangre dentro del rango tolerable, se evaluó su alta y reinserción.
Un mes después, Traful fue liberado en un sector alto de montaña, lindero a donde había sido encontrado en abril. Los cuidadores y responsables de Parques Nacionales del área de reinserciones llegaron hasta lo más alto que se pudo, para darle mayores chances de encontrar una corriente térmica ascendente que le permitiera levantar vuelo.
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