Donde no me siento extranjero
MONTEVIDEO.- Existe algún límite para la libertad de expresión?, le pregunté a fines de 2010 al ex presidente uruguayo Luis Alberto Lacalle cuando me ofrecieron espacios de trabajo en la FM Milenium de Punta del Este y en Radio Colonia. "No llame ni incite a la subversión armada o a la violencia -respondió-. En lo demás, el límite lo ponen su conciencia y la verdad."
Días después, otro ex presidente uruguayo, Julio María Sanguinetti, me repitió, casi calcada, la respuesta de Lacalle, su rival político. Y en un almuerzo privado en Buenos Aires, el presidente José Mujica nos dijo: "Sin duda, me voy a equivocar más de una vez, pero otras tantas me voy a rectificar". Y agregó: "La mejor ley de prensa es que no haya ley de prensa". Y no sólo eso: a la colega chilena Tamara Bosaans le dijo que "uno no tiene derecho a sacrificar la vida de una generación en nombre de una utopía".
En la Argentina, los opositores se unen para descalificar. En Uruguay, para acordar. Suficiente para un periodista.
Vamos ahora al hombre que carga algunos años en la espalda.El canciller Luis Almagro me contó que tres familias argentinas por día tramitan la residencia, y el intendente de Maldonado contabilizó 16.000 argentinos en su zona.
Un experto ecologista italiano, convocado por Juan Carlos López Mena para su empresa láctea El Talar, inspeccionando un campo levantó del suelo un hongo y dijo asombrado: "Esto sólo crece en lugares de aire muy puro". El aceite de oliva Colinas de Garzón fue seleccionado como el sexto del mundo en congresos internacionales. Los cinco anteriores son europeos. Y el Albariño de bodegas Garzón es comparable a los vinos de las rías gallegas, mientras que el sauvignon blanc, a los vinos chilenos.
En los supermercados está toda la línea de los vinos de Fin del Mundo y hasta cangrejos de Alaska importados libremente en dólares. Mientras, las reservas crecen. Todo se puede pagar en dólares, euros, reales o argentinos. Se pueden comprar divisas libremente y hasta te dan recibo.
Julio Bocca me confesó admirado que le piden permiso antes de sacarle una foto para un diario. El vecino, quien carga nafta en una estación de servicio, la vendedora, el policía, el mozo y hasta el portero te despiden siempre con el clásico "Que pase bien". Los limpiavidrios dicen muchas gracias. Se respeta a los cordobeses y otros provincianos porque carecen de la soberbia del porteño. Y tienen razón.
Aquí, cualquier ciudadano del mundo -"los hombres no son mapas", decía Borges- no se siente extranjero. Yo tampoco. ¿Lo negativo? El incipiente contagio de la inseguridad argentina.
El autor es periodista
Enrique Llamas de Madariaga
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