Hay un antes y un después de Donna. A los fans de su revista y sus libros, les trajimos una entrevista exclusiva. Y si no la conocen, prepárense para dejarse tentar por una mujer que revolucionó los medios y los fines
Si hubo algo claro desde el principio, es que si no conseguíamos una entrevista con Donna Hay, no se iba a Sidney. ¿Por qué tanto énfasis en lograr esta nota? Porque, más allá de estar al frente de una de las revistas más populares y exquisitas de cocina y lifestyle, entre tantas cosas, Donna Hay literalmente transformó la manera de comer y de recibir de los australianos, lo que es lo mismo que decir que cambió su estilo de vida. O lo captó. Trasladó el espíritu solar y relajado de la gente a sus platos; los invitó a abrir el paladar e incorporar los sabores asiáticos y la frescura de sus propias cosechas a su vida diaria y a las recetas de la abuelita inglesa. Y sin vueltas.
Fresco, rápido, simple
Hay una expresión que el público interesado usa y conoce: do a Donna. Lo que sería sinónimo de hacer para esta noche algo rico, vistoso y con un mínimo de pasos e ingredientes. Pero lo cierto es que esa simpleza surge de una rigurosidad pocas veces vista.
Cuando llegamos a su estudio, a las nueve, todo está en marcha desde hace rato: moldes yendo al horno, el director de arte concentrado en darle el rulo justo a una cucharada de mascarpone, mil macetas de aromáticas, frutos rojos, condimentos orientales. "Con una materia prima tan fantástica, es difícil que las cosas salgan mal", dirá luego.
Cómo lo hice
Aparece: jeans, suéter de hilo naranja flúo, descalza. Pero a la hora señalada, está lista para la producción en estudio: vestido de diseñador, brushing, maquillaje y tacos altísimos. Casi como una cámara rápida de una historia que la llevó desde sus comienzos, a los 19 años, a ser a los 25 la editora de cocina de la revista Marie Claire y, desde hace más de diez años, su propia marca.
–¿Siempre tuviste tan claro tu concepto?
–Sí. Me parece que mi proyecto surgió de la simple frustración. Me cambiaban las cosas, mi foto favorita terminaba siendo la más chica de la nota. Entonces, en mi estudio, un día puse esas imágenes descartadas armando una maqueta. Para mí, para darme el gusto. ¡Y se corrió la voz de que estaba por lanzar mi propia revista! Ese chisme me hizo dar cuenta de que los demás lo creían posible. Y ahí empecé a creerlo yo misma.
"Todo está en la foto. Es lo que lleva al lector a imaginar los sabores, buscar la receta y descubrir qué fácil es". Logra el efecto, entre otras cosas, usando vajilla blanca o de colores lisos, muchas veces en un tono tan identificable que allá se conoce como el "Donna Hay blue"
–¿Qué distingue tu marca?
–No soy chef: escribo mis recetas para gente que cocina en su casa, no en un restaurante. Con mi trabajo y dos hijos, tengo claro de cuánto tiempo se dispone.
–¿En serio cocinás cuando volvés de trabajar?
–Todo el tiempo. Aunque parezca mentira, me relaja. Me encanta invitar amigos a comer, y siempre elijo preparar un par de cosas ricas y bien frescas antes que ocho platos, como se podría pensar. El fin de semana pasado, un amigo trajo una ensalada fantástica y yo puse en el grill unas costillas y unos langostinos (acá los frutos de mar son parte fundamental de la dieta) con manteca de pistacho que acompañé con batatas. Simple. Era domingo, después de todo.
–¿En qué cambió la forma de recibir?
–Cada vez hay menos fiestas formales y, más que nunca, reuniones en casa. Grandes platos blancos, fuentes blancas, y todos los invitados que colaboran con su especialidad. Sidney es una ciudad en la que se pasa mucho tiempo al aire libre (mirá a toda esa gente trotando, por ejemplo: miles de personas salen de la oficina al mediodía para correr o hacer una caminata) y, sobre todo, es una ciudad muy fácil para vivir.
De paseo con Donna
Termina la sesión en el estudio y salimos para retratarla frente a la Ópera, ícono de esa ciudad en la que ella brilla y reina. Y en cada parada nos sorprende bajando con un equipo impecable, en blanco y en negro, colores que, reconoce, abundan en su guardarropa.
Durante el viaje, nos recomienda restaurantes que sí o sí tenemos que conocer por su menú y ambientación. Da directivas, manda mensajes desde su iPhone y, al volver, nos damos cuenta de que, para esa noche, tenemos lista una reservación de otro modo imposible.
Al terminar, la constancia de su aprobación se da de la manera más Donna Hay posible: nos propone ir juntos a comer. Elige uno de sus restaurantes favoritos en la bahía de Woolloomooloo –junto a uno de los tantísimos muelles con amarras que refrescan la ciudad–, elige los platos, nos pregunta ante cada uno qué nos parece, nos enseña cómo armarlos. Y termina llevándonos a su heladería preferida, porque no nos la podemos perder.
Al frente
Difícil volver a la rutina después de semejante jornada. Pero estamos en Sidney y nada es rutina para nosotros. El lunes, la reunión del equipo de Donna empezará, una vez más, charlando de lo que cocinaron el fin de semana, para quién, para cuántos. De ahí surgen ideas, inquietudes y consejos.
–Suponíamos que acá la costumbre era más salir que cocinar en casa.
–Las dos cosas. Pero pensá que vengo de la primera generación de gente cuyos dos padres trabajaban. Hace años, cuando mis amigos venían a comer, me preguntaban: ‘¿Cómo hiciste ese pollo?’. No es un dato menor que hoy la gente tenga en su libreto tres o cuatro buenos platos para recibir. Tiene que ver con cierta autosuficiencia y estilo. No saber cocinar no es cool.
–Se dice que, acá, vos empezaste esa movida.
Nos mira dos segundos como pensando una respuesta políticamente correcta. Pero finalmente dice: "Yeah".
Enviadas especiales: Mariana Kratochwil e Inés Marini | Fotos: Daniel Karp.