A sus 28 años, Ana estaba segura de algo: tenía la vida resuelta. Vivía en pareja en un departamento alquilado, tenía un trabajo estable y proyectaba un futuro con hijos y en familia con el hombre que había elegido. Sin embargo, de la noche a la mañana, algo cambió en el vínculo que tenía con su novio. Y eso despertó en Ana un sexto sentido que la llevó a abrir algunas puertas que la condujeron a un camino sin vuelta atrás.
Pedro había comenzado a practicar atletismo y de inmediato ella supo que el problema venía por ese lado. "Sus regresos a casa eran en compañía de una nueva amiga. Entonces decidí ir hasta la pista para esperarlo a la salida. Pero un amigo en común me descubrió, se lo contó a Pedro y esto generó una fuerte discusión entre nosotros".
Ana no estaba dispuesta a darse por vencida. Su olfato le indicaba que tenía que seguir por la pista que levantaba sospechas. "Pude conseguir un registro de los números de teléfono con los que Pedro se comunicaba cuando no estábamos juntos. Ahí confirmé que él y su nueva compañera tenían contacto permanente, se veían fuera del ámbito del deporte con pretextos sin sentido y hasta encontré una artesanía hecha por él que aseguró haber tallado para mi. Todo era una constante negación de su parte, las mentiras estaban a la orden del día, pero mis sospechas seguían intactas".
Intentaron poner paños fríos a la situación y, en un intento por recuperar lo que habían tenido alguna vez, decidieron mudarse y hacer reformas en la nueva casa donde iban a instalarse. "Pero me equivoqué. Ese fue el peor mes de la relación. Yo tenía un nudo en la garganta constante y un dolor horrible en el corazón. Sí, el corazón duele. Estaba todo roto entre nosotros".
Hasta que un día, el destino hizo su jugada y un mensaje de Whatsapp puso fin al dolor que Ana sentía. "Me gustó pasar ese rato con vos, te debo una cerveza", decía el texto. Luego de días de discusiones y de intentos frustrados por parte de Pedro por remediar lo sucedido, Ana decidió que quería separarse y puso fin al vínculo que alguna vez la había hecho feliz.
La vida siguió. Pero la decisión estaba tomada y no había vuelta atrás. "Yo me fui unos días de la casa así él podía sacar sus cosas. A la semana volví. Al principio fue duro pero empecé a apoyarme en familiares y amigos. Siempre estaba ocupada y hacía planes para distraerme". Pero a pesar de que Ana hacía un esfuerzo grande por no angustiarse, la realidad era que la casa le quedaba grande.
Ana asegura que jamás rogó amor. "Es lo último que haría, si no me querés, no me querés. Tuve otras relaciones que no prosperaron. Al año viajé a Europa, donde lo solté en cada lugar que él había soñado con conocer: la Sagrada Familia, la Torre Eiffel, el Big Ben. Volví renovada, me mudé y en mi nuevo edificio tuve la suerte de poder ser parte de un grupo de vecinos contemporáneos con los que compartíamos asados". Así fue que entre reunión y reunión, copas de vino y largas noches de verano conoció a su actual pareja. Un día, después de intercambiar varios días de mensajes con el chico del piso de arriba que le gustaba, él la invitó a salir y desde entonces no se separaron. Él tenía algo especial: se mostraba totalmente transparente, transmitía tranquilidad y sabía dar amor sin reservas. "Hace un mes y medio nació nuestra bella hija, que ahora está en mis brazos, y en poco tiempo voy a volver a esa enorme casa familiar muy bien acompañada y con un nuevo y feliz proyecto de vida".
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