Flacas, separadas... y hegemónicas
"Son siempre las mismas actrices, todas flacas y hegemónicas"; "Seguro que hay una protagonista lesbiana, porque ser lesbiana es cool, pero ser gorda es una vergüenza"; "La idea de la mujer separada es mostrarla afligida, llorosa y débil"; "Seguro que la lesbiana es la que posa como varonera". Leí en redes esas y muchas otras críticas similares sobre la nueva tira de Pol-ka, Separadas, además de la infaltable fórmula: "Es 2019 y todavía…", porque se sabe que no hay mejor manera de desacreditar lo que hacemos y decimos que tildarlo de anacrónico.
Es 2019, y quejarse de que ser lesbiana se haya vuelto cool es por empezar un buen cambio de época. Que las principales ficciones del año –en la Argentina y en el mundo, donde las plataformas de descarga de contenidos tienen apartados especiales bajo el tag "mujeres fuertes", aunque tampoco nos vendría mal sacarnos esa exigencia– tengan protagonistas femeninas también habla de nuestra revolución. ¿Todavía nos falta? Seguramente. Pero en ese caso, ¿no le pedimos demasiado a Pol-ka? La mayor parte de mis amigas sigue algún tipo de régimen (y tiene algún tipo de desorden) alimentario y, si el resto se salva, es porque tiene buena genética. Y tal vez eso tenga menos que ver con lo que nos imponen las pautas de consumo o los maridos, que con la forma en que nosotras mismas nos señalamos –e imponemos pautas de consumo, y aprendemos de nuestras madres y amigas a hacer dieta, o que si no somos flacas nadie nos va a querer–, aunque después nos pongamos corazones y nos digamos que somos hermosas en la foto de las redes.
A ninguna de las que estamos divorciadas nos resultaron fáciles ni felices nuestras separaciones. Y hasta las que nos consideramos fuertes lloramos a escondidas o en grupo, y en el amparo de ese abrazo colectivo que seguro es otro logro del movimiento de mujeres y que también es interesante que una tira pueda mostrar en el prime time, el mismo dolor compartido que tanto repudio generó en la imagen promocional de la nueva novela que protagonizarán Mónica Antonópulos, Marcela Kloosterboer, Celeste Cid, Julieta Zylberberg, Gimena Accardi, Julieta Nair Calvo y Agustina Cherri.
No leí demasiado sobre los contenidos de Separadas, ni le pido la belleza ni la honestidad de la genial Big Little Lies (HBO), donde los cuerpos cis y hegemónicos –perfectos– de Nicole Kidman, Reese Witherspoon, Laura Dern, Zoe Kravitz y Shailene Woodley, sirven para contar la violencia machista sin reduccionismos y, sobre todo, la unión de la que las mujeres somos capaces, nuestra verdadera fuerza ante un horror que no conoce de clases –de hecho, la historia de Big Little Lies transcurre en un pueblo rico del Norte de California– ni distingue índices de masa corporal antes de dar el golpe.
Aclaro: no escribo desde mi cómodo cuerpito de verano, sino desde el de una mujer que, como la mayoría de las que conozco, se pasó la vida luchando para estar más o menos a gusto con el que le tocó. Pero si mi cuerpo fue una cárcel tanto tiempo, tampoco estoy segura de que vaya a liberarme por señalar al de las hermanas con medidas menos abundantes, ni por posar en tanga para que me digan que yo también soy hermosa. ¿Qué clase de sororidad invoca la crítica cruel sobre un grupo de actrices que sólo quiere hacer su trabajo en paz, y que merece disfrutar de sus cuerpos con la misma libertad que otras exigen para los suyos? Cómo espectadora, ¿tengo que sufrir el doble porque admiro a esos cuerpos "hegemónicos"?, ¿tengo que hacer dieta en secreto?, ¿tengo que decir que separarme fue una decisión placentera y que cada kilo ganado fue sororo y me alejó de la cruz del heteropatriarcado?
Por mi parte, prefiero no hacerlo. Y aceptarme con mis contradicciones: ya bastante me costó querer a este culo de entrecasa y sin photoshop, evitando la dieta de la luna y sabiendo que cuando lloro hay una red de amigas –y también de amigos, cis, heterosexuales, homosexuales, trans, fluidos, flacos, gordos, flaquísimos o etéreos, y todos también llenos de contradicciones que no caben en ninguna foto– para que ahora me digan qué serie me tiene que gustar y qué cuerpo tengo que admirar o decir que admiro mientras me mato en secreto en el gimnasio para que nadie se ofenda.
Justo hoy, por la calle, escuché a un señor de look nada hegemónico que le decía en voz lo suficientemente alta a su novia o su amiga o a alguien demasiado tolerante –y que para cualquiera de quienes se quejan en las redes tenía un cuerpo a todas luces afín al gusto heteropatriarcal– que igual en ningún momento le soltó la mano: "Para este verano ya no llegás, pero si te ponés las pilas con la dieta, para el próximo podés estar hecha una bomba". Me dieron ganas de abrazarla fuerte, pero no lo hice. Me hizo pensar de nuevo en que es probable que la culpa no sea de las telenovelas, sino justamente de esos abrazos que tantas veces no sabemos cómo darnos.
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