Los roles de género de los clichés latinos
De piernas grandes abiertas, con las rodillas plegadas, las parejas se enfrentan, se acercan, se encastran. Los torsos se hacen sinuosos. Las caderas dibujan un imaginario anillo en torno a las pelvis, que ahora se entrechocan, haciendo que los sexos se rocen una y otra vez. No estamos en una orgía, sino entre gente que baila el reguetón pop del siglo XXI, y el aire en torno a ellos es una gran zona erógena. Curiosamente, la letra de la canción que suena describe los momentos que preceden al acto sexual, pasito a pasito / suave, suavecito, mientras que su música, en cambio, lo evoca muy claramente, o si se prefiere oscuramente, con cadencias en vaivén, oleadas que marean. Así se construyen los éxitos monumentales.
El nombre de la canción es lo único diminutivo en Despacito, prodigio discográfico del año a nivel planetario, cuyo video original alcanzó, a comienzos de julio, más de 2300 millones de visitas sólo en You Tube, y trepó al primer puesto de las ventas y escuchas en más de 40 países, la Argentina incluida. Son datos y cifras con los que el negocio de la moda, pasmada de envidia, no puede permitirse ni de soñar. Un mero 30 millones de visitas, en diversas plataformas sumadas, parece ser el límite extremo para los elaborados y costosos videos de las casas volcadas al género, como Chanel o Louis Vuitton.
La música pop tiene una clara preeminencia sobre el resto de sus industrias hermanas del imperio del consumismo. El enorme desfasaje entre los respectivos niveles de impacto masivo es lo que explica que, en su estrategia de comunicación, la moda acuda con crecientes frecuencia y premura a las divas y divos del pop para ofrecerse sacudidas de altísima popularidad. Es posible que a primera vista, y quizá turbada por el erotismo explícito del video de Despacito, la mirada ajena a la moda no encuentre el nexo inmediato que sin embargo está allí, evidente. Sólo que no es cuestión de la suntuosidad patente de la alta costura sino de la potencia cruda de la moda de calle –que, dicho de paso, suele ser reversionada por las marcas de lujo.
Tratándose aquí de las calles de un barrio popular de San Juan, Puerto Rico, bajo el sol caribe, al borde del mar, deberíamos encontrarnos ante un vestuario veraniego básico. Que es en efecto lo que llevan las reguetoneras, si bien reducido a apenas un par de prendas, abreviadas de modo de revelar más de lo que cubren. Arriba, miniboleros, cache-coeurs, corpiños con volantes, musculosas escotadas y drásticamente podadas a ras de los senos; abajo, microminis, minis, minishorts, hot pants de denim, y todo el resto, la piel que irradia, la carne firme.
C'est tout y sería perfecto si a su vez, en perfecta equidad, también las parejas masculinas pusieran lo suyo en esta celebración de la gloria del cuerpo joven. Aparecen, en cambio, cubiertos, con jeans, babuchas, chinos, amplias camisas sobre camisetas, demasiado vestidos. Apenas si, en el caso de Luis Fonsi, el autor e intérprete, de una casi invernal chaqueta a cuadros sin mangas, emergen unos brazos tatuados –y musculados según se usa. En el mismo pasaje, su chica ideal, la espléndida Zuleyka Rivera, surge en el boliche del barrio, hecha una diosa de la libido, en un vestido ceñido de red dorada, acordonado a los lados. (Su momentáneo estatus divino no impide que el tipo la zamarree, igual o aún más, que a cualquier otra.)
En el video, la ropa viene a enfatizar lo que la acción ya de por sí elabora elocuentemente: la demarcación entre los roles de género, tales como por generaciones se los ha venido padeciendo. Los vetustos clichés de la latinidad erizada recobran vida, disfrazados de espontáneo festejo de los goces primarios y de la liberación de los cuerpos. Sería un milagro que la moda desperdiciara semejante oportunidad. Pero aquí estamos para hacerle la contra.
El autor ha colaborado en Vogue Paris, Vogue Italia, L'Uomo Vogue, Vanity Fair y Andy Warhol's Interview Magazine, entre otras revistas
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