Maestra de joyeros
Escultora y arquitecta, María Medici es la referente y pionera de la joyería contemporánea en nuestro país
Usa aros clásicos y brillantes heredados de su mamá. Sólo eso, ningún accesorio más. Justamente ella, María Medici, referente de la joyería contemporánea en nuestro país, no usa collares ni pulseras, sólo cuando quiere exponer alguna de sus obras, o la de sus alumnos. Porque además de arquitecta, escultora y diseñadora de joyas hace escuela. En su taller enseña todos sus secretos, y da rienda suelta a la creatividad. Del otro lado de la mesa de trabajo cuenta con un grupo ecléctico de alumnos, hay desde una oncóloga y una pediatra hasta una artista plástica y un estudiante de diseño de indumentaria.
Su taller dura tres años: en el primero las técnicas de joyería definen la agenda de las clases de tres horas semanales. “La técnica de alguna manera lleva a la forma, a la expresión. Yo enseño las de joyería tradicional, pero no desde una mirada tradicional. En el segundo año utilizo la historia de arte como impulso de trabajo, y es un proceso para llegar al último año, cuando tomamos una idea motora que finaliza en una exposición”, dice María. Este año el leitmotiv fue la transformación.
Sobre la mesa de trabajo se exponen algunas de las piezas que se incluirán en Puesta a punto, la muestra de joyería de autor que se inaugura el jueves próximo. Como un brazalete que creó Marina Narbaitz, oncóloga, inspirada en una retícula de laboratorio, o la gargantilla con flores intercambiables de la arquitecta Josefina Gondra. La asesora de imagen Fátima Agostinucci tomó de punto de partida recortes de puntillas antiguas y las trabajó a la cera perdida para crear una falsa naturaleza, mientras que Leticia Gelosi, que estudió historia del arte, usó panales de abeja y viruta de lápiz.
En muchas piezas se percibe el sello Medici. “Mi sello es que sean creativos, que no copien”, dice mientras señala con orgullo las obras en acrílico y metal de la artista plástica Silvina Piredda, que “trabajó con cortes y fracciones, y que a partir del segmento generó un todo”. Melisa Levin, estudiante de diseño de indumentaria, prefirió los géneros fruncidos y con la idea de los rotos; Santiago Repetto, estudiante de arquitectura, una trama que juega con la idea de la luz como transformación; Karina Altman seleccionó cosas rotas y las recompuso, y Miriam Giménez, pediatra, trabajó con la idea de transformadores.
También la maestra tendrá su lugar en la exposición con tres series de joyas, una trenzada y otra plisada, que permiten transformar una gargantilla en un collar sumándole un brazalete. La tercera serie es un plisado pero con metal rígido.
“Lo genial es que la gente viene con formaciones diferentes y con intenciones diferentes, lo que genera una gran diversidad pese a que el compromiso es intenso para todos. Pero no todos los que se acercan al taller llegan para dedicarse a la joyería.”
Lo que se vive en su taller de Palermo es una síntesis de su vida, inquieta, creativa y colmada de desafíos. A los 25 años y recién egresada de la Universidad de Buenos Aires se exilió con su novio de entonces, también arquitecto, a Madrid. Probó suerte, no lo logró, y consiguió un contrato en Argelia. No le temió a la aridez ni al desierto: proyectó viviendas para la población de ciudades agrícolas de cultivos hidropónicos.
Un año después se mudó a Bilbao, donde vivió 12 años trabajando como arquitecta y escultora. Había aprendido en Buenos Aires, en los talleres de Mireya Baglietto, su gran maestra. Comenzó a exponer en galerías de vanguardia y obtuvo varios premios. “Tuve mucha suerte porque empecé a hacer esculturas con refractario, un material no utilizado en ese momento. No conocía a nadie, me presentaba en todas las convocatorias, y las ganaba. No lo podía creer.”
Hasta que en ese mundillo del arte le propusieron diseñar joyas para una galería. Hizo una primera prueba como lo haría una arquitecta: pensó en joyas para que el usuario interactuara y armara a su gusto, y las bocetó en forma de plano. Fue un éxito: las piezas rápidamente se agotaron y hubo lista de espera. Su nuevo camino ya estaba definido.
Con la avidez de siempre, la arquitecta entró al taller del mejor joyero de Bilbao, tradicional y talentoso, como aprendiz. “Me tenía en la pulidora toda la tarde –recuerda con risas–, pero me vino muy bien porque aprendí lo que nadie aprende.” Luego logró una subvención en Madrid, donde trabajó con estudiantes de la escuela de joyería local y sumó técnicas y aprendizaje, hasta que fue seleccionada como uno de los 10 joyeros que representarían a España en el exterior. Ella, una argentina con ahora doble nacionalidad, que dejó el mundo de la arquitectura para empaparse de la joyería contemporánea.
El amor la trajo de vuelta a la Argentina ya hace 15 años y con múltiples premios a cuesta para dar una vez más cátedra de talento y perseverancia.