El Pato Lucas tenía todo para ser uno de los villanos más adorables de tu infancia. Era retorcido, tacaño, ladino. Engañaba, mentía, lastimaba. Tiraba a matar, aunque nadie moría demasiado en los dibujos animados. Lucas nació en 1937 dentro de la serie de cortos Looney Tunes ("Canciones chifladas" o "Canciones lunáticas"), que la Warner hizo en respuesta a las Silly Symphonies ("Sinfonías tontas") de Walt Disney. Todo este material se proyectaba originalmente en cines. Dentro de Looney Tunes estaban también Speedy González, el chanchito Porky y el pistolero colorado Sam Bigotes, siempre listo para disparar sus dos revólveres. Pero las actuaciones más memorables del Pato Lucas eran aquellas en que peleaba con Bugs Bunny para ver a quién cazaba con su escopeta el pelado Elmer Gruñón. ¿Temporada de patos o temporada de conejos? Daba igual. Lucas siempre ligaba un corchazo que le borraba la cara o le dejaba el pico en la nuca.
Pensándolo ahora, esos dibujos animados eran muy salvajes. Es que el entretenimiento audiovisual para niños nació con altas dosis de libertad creativa. No había límites para la incorrección. La autocensura vino después, cuando las productoras reeditaron los dibujos animados de los 30 y 40 para darlos en televisión. Vos viste versiones lavadas. Afuera quedaron escenas y capítulos enteros con insinuaciones eróticas, chistes de negros, asiáticos, judíos, latinos e indios, estereotipos de alemanes y japoneses como seres diabólicos (durante la Segunda Guerra Mundial), drogas, alcohol y suicidios. Miralo bien. Parece simpático. Pero el Pato Lucas encerraba (y acaso conjuraba) tu lado oscuro. ¿Por eso conservás el muñeco?
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