Natalie Choquette: una diva antidiva
Con el rigor profesional de una prima donna y un histrionismo capaz de conmover a la gente más almidonada de la música clásica, convierte la ópera en una verdadera fiesta
MONTREAL.- Está rodeada por ochenta trajes hechos a mano. Está sentada sobre una banqueta, adentro de un trailer que mira al río Saint Laurent. Está en las afueras de Montreal. Acaba de terminar su actuación en medio de un gran festival de música clásica al aire libre. El cielo azul, el verde del parque y el ruido del agua del río, que corre hacia la ciudad, contienen a los miles que lentamente se van yendo a sus casas en esta tarde de domingo. Verano canadiense.
Natalie Choquette los hizo reír con sus dotes de clown lírico, su porte de antidiva de la ópera y esos toques de sensibilidad fina y sutil que les llenaron, por un momento los los ojos de emoción.
Y en ese francés cuya sonoridad hace juego con el entorno, Natalie -la misma que el año último sorprendió a Buenos Aires desde el escenario del teatro Avenida- todavía vibra con los efluvios de la actuación reciente.
Al verla en escena, es inevitable percibir cuánto de su arte se fundamenta en su intuición del público. "Cuando canto hay siempre una parte de mí que está consciente del director y de la orquesta, muy atenta a la masa sonora con la que trabajo, pero todo el resto de mí está en las emociones y el público. Realmente, como reboso de alegría y de placer con la música, mis sentimientos afloran en todo su caudal cuando estoy sobre el escenario", dice Natalie, la Choquette, la Diva que tiene el poder de hacer reír a los músicos de una sinfónica o de lograr que los directores de orquesta, esos señores serios y bien puestos, se presten a jugar con ella. Tal vez las sonrisas de los músicos se deban a que nunca pueden creer que su director, por ejemplo, el gran Charles Dubois, se enrede en escenas amorosas con la diva que acaba de entrar sobre un triciclo, mientras su batuta intenta seguir con la tarea. Cuando esos momentos se producen, la directora de todo el grupo parece ser ella, Natalie, dueña de un histrionismo capaz de conmover a la gente más almidonada de la clásica.
Al escuchar la mención de esta circunstancia, ella suelta una carcajada diáfana. "Cuando canté con la Orquesta Sinfónica de Viena -cuenta, mostrando que ha recorrido todo el mundo-, hablé con el director de la orquesta unos días antes de la actuación, antes de los ensayos, para explicarle que íbamos a hacer unas cosas un tanto especiales. Y eso que como era mi primera vez en Viena traté de no poner demasiados cuadros farsescos. Bueno, en ese marco, el día que llegué al ensayo los músicos estaban duros, y lentamente se fueron aflojando y empezaron a jugar y a divertirse. Después, durante el espectáculo, cada vez que yo hacía algunas cositas un poco bizarras, se tentaban. No habían hecho nunca algo así. Y fue un placer para mí cuando el organizador se acercó después de la actuación y me dijo: Natalie, hace años que trabajo con esta orquesta y los músicos jamás me han dirigido la palabra, pasaban siempre delante de mí como si yo fuera invisible, y después de este concierto vinieron todos a agradecerme. Creo que la risa, el humor, desbloquea a la gente y abre la comunicación, es tan sencillo como eso."
Jamás estudió actuación profesionalmente -todo lo contrario de lo que hizo para educar su voz de soprano: fue discípula de Vivieia Gromova en el teatro Stanislavsky, de Moscú-; sin embargo, ella tiene una soltura particular para instalarse en el escenario y una gran capacidad para inventar personajes que responden de alguna forma al estereotipo del aria que elige cantar. No importa si esa aria está escrita originalmente para tenor, mezzo o soprano, la belle Natalie se las ingenia para adaptar a su registro incluso las más complicadas composiciones.Y además de un humor por momentos estridente, nutre a sus criaturas de una buena dosis de encanto o charme, si prefiere la delicada palabra francesa. "Tengo una sola premisa: cuando armo mis espectáculos me gusta que sea como cuando les leo cuentos a mis hijos. Me siento la misma persona. Entonces, me gusta sorprender. (Pone la voz cavernosa y gesticula) El era muy grande y venía caminando lentamente... (Se ríe). Los niños adoran estas cosas y yo también. La misión del arte en la vida de las personas es hacerles la vida bella -reflexiona-. Es como poner un ramo de flores en una casa muy modesta. O como cuando un escultor chino se pasa horas y horas construyendo una belleza diminuta. Es la belleza lo que cuenta."
No hubo un momento preciso en que Natalie haya decidido ser lo que es. Según ella, las cosas van sucediendo por etapas y en esas etapas uno va tomando decisiones. "Cuando era chica hacía estas cosas para distraer a mis padres si se enojaban conmigo. Lograba que se olvidaran de sus enfados y se distendieran. Pero en realidad fue cuando tenía 11 años y nos mudamos a Italia el momento que recuerdo con más precisión, no de haber decidido ser lo que soy ahora, sino de haberme dado cuenta de la dimensión del placer que la ópera me producía. Fue escuchando Aída en las ruinas de Caracalla. En ese momento me di cuenta de que quería cantar. Antes de eso, detestaba la ópera. Mi padre escuchaba ópera en la radio todo el día y a mí me parecía abominable, me aburría, me parecía música religiosa. Pero los italianos me descubrieron ese mundo."
Lo que nunca aceptó fueron las estrictísimas reglas de la disciplina operística. "Es un mundo lleno de leyes y convenciones -dice-. Lo único que me encantaba era la técnica vocal, que me abría las posibilidades de llegar a cantar como yo soñaba. El rigor es lo que te permite acceder al placer de la creación y no ser simplemente una intérprete."
Parte del entrenamiento que trae la Choquette proviene de una época en la que actuaba en pubs y restaurantes. La cercanía del público la ayudó a superar una característica suya que a estas alturas parece increíble: una timidez casi paralizante. "Yo era tremendamente tímida. Me daban sudoraciones frías cada vez que tenía que salir a cantar, era como una enfermedad. Mi tía, cuando yo tenía 17 años, hacía grandes reuniones con intelectuales del momento en Montreal y siempre me llamaba en el medio de las reuniones para que cantara para sus invitados. A mí me tomaba un largo tiempo hacerme a la idea de que iba a tener que pararme ahí, delante de todo el mundo, y cantar. Encima yo no tocaba la guitarra muy bien y ella siempre me pedía que cantara la Misa criolla. (Canta.) Señor, ten piedad de nosotros... Adoro esa pieza, es tan bella."
En fin, ante esa patología, los restaurantes fueron un buen remedio. Y como Natalie todo lo escenifica, no se priva de actuar una supuesta situación en un pub o restaurante, con una voz apenas audible, mientras su cuerpo adquiere la postura de una tímida gacela que ingresa en un área peligrosa: "Buenas noches, voy a cantarles alguna cosita... Es muy humillante. Pero con los años hizo surgir de mí una fuerza y una comodidad que no tenía".
Y es con esa comodidad y ese humor con los que conquistó a los públicos del mundo. No es casual que, después de Celine Dion, sea la artista canadiense más requerida fuera de su país.
Sus versiones de heroínas trágicas, sus canzonettas napolitanas -tiene un repertorio que suele abarcar un abanico amplio que va de Puccini a Gershwin y que incluso llega a algunas célebres canciones del music hall-, siempre llegan teñidas por sorpresivas características que las someten a la metamorfosis del humor.
Con el mismo rigor profesional -y allí radica su gracia- que cualquier prima donna, la Choquette construye la alquimia de la risa. Y la ópera escapa de cualquier atisbo de aburrimiento y se convierte en fiesta.
En el Coliseo
El año último, Natalie Choquette hizo su presentación ante el público de Buenos Aires con su espectáculo ¿Quién dijo que la ópera es aburrida?, en el que actuó junto a su pianista, Scott Bradford.
Poco o nada conocida hasta entonces en la Argentina, Natalie traía, sin embargo, todo el aval de su carrera sobre las espaldas. Y tanto el público como la crítica especializada que fueron a verla al teatro Avenida la adoptaron.
En septiembre, Natalie volverá a actuar en la ciudad. Pero en esta ocasión se presentará con ¿Quién dijo que la ópera es aburrida? II, acompañada al piano por el mismísimo Scott Bradford y por el Grupo de Canto Coral, dirigido por Néstor Andrenacci -agrupación conformada por treinta y dos integrantes-, con quienes desarrollará un nuevo repertorio.
Las funciones, entonces, serán el 6, 7 y 8 de septiembre, a las 20.30; teatro Coliseo, Marcelo T. de Alvear entre Cerrito y Libertad. Las entradas, que ya se encuentran en venta a través de Entrada Plus y en la boletería del teatro, oscilan entre los 20 y 60 pesos.