Peleas entre hermanos
Los hermanos se quieren y también se pelean, es inevitable. Y a ellos les hace bien pelear aunque agoten nuestra paciencia. Lo hacen por múltiples razones que a menudo remiten a una cuestión central: buscar el amor, la atención, o la preferencia de los padres. Otras veces lo hacen para defender sus espacios o sus posesiones, y otras simplemente de puro aburridos, sólo para molestar al otro y, o, a los padres. Entre los hermanos "afilan sus uñas" para poder defenderse fuera de casa con amigos, primos o compañeros.
Los temas son infinitos, muchos sirven para cuidar el territorio : "hoy me toca a mí ir adelante", "es mi turno de la compu", "me sacó el lápiz de mi cartuchera", "yo primero", "él cuenta mal la historia", "yo quería ir en el medio", "ese es mi plato", "se comió mi alfajor", "hace trampa", etc., etc., etc.. Si no encuentran motivos los fabrican o los inventan, por molestar o hacer llorar al otro.
Cuando los adultos –muy especialmente las madres- les exigimos que sean buenos, que compartan, que se pidan perdón a cada rato, cuando no damos lugar a esas peleas, inhibimos el despliegue de su buen enojo –agresividad sana- necesario para el recreo y también para la vida futura, porque el enojo es una emoción señal indispensable (con el que las mujeres solemos no estar muy cómodas); a hacer buen uso del enojo y a defenderse ¡se aprende en casa!
Cuando los adultos nos metemos en esas discusiones para tratar de descubrir quién tiene razón la mayoría de las veces sólo logramos que pongan cada vez más distancia entre ellos al tratar –cada uno por su lado- de convencernos con sus argumentos, y se enojan más entre ellos; sea lo que sea lo que resolvamos a alguno de los dos va a parecerle injusto y va a enojarse con nosotros, y todavía más que antes con su hermano.
Confiemos en ellos y en sus recursos, los más chiquitos o débiles tienen que aprender a no meterse con los grandes o fuertes, o atenerse a las consecuencias cuando lo hacen, los grandes y fuertes tienen que aprender en cambio a no abusar de su fuerza. Y eso lleva tiempo y algunos magullones.
Esto significa ocuparnos de sus peleas sólo cuando nos cansamos de oírlos pelear, o cuando la situación se sale de cauce, y aún así, sin tomar partido, decidamos algo que perjudique a los dos (ninguno ve tele, nadie se sienta en el medio, etc.); de esa forma en lugar de seguir enojados entre ellos pasan a enojarse los dos con la bruja/ injusta/ mala de mamá (o papá) que los retó. Resulta eficaz acercarnos a la situación haciendo algo de ruido, de modo que sepan que estamos llegando, así les damos la oportunidad de parar la pelea o resolver el problema antes de que lleguemos. Y también avisarles: "en dos minutos entro y resuelvo yo", y luego ¡hacerlo! Seguramente seamos injustos con alguno pero en el largo plazo se van a emparejar esas injusticias y en cambio es muy difícil saber quién empezó, o quién tiene la culpa.
Porque nuestros niñitos más angelicales provocan por lo bajo al más "calentón" y después ponen cara de víctima, nosotros ni enterados caemos en la trampa. Solemos defender al que llora más fuerte, o al que percibimos más endeble, quien no necesariamente es el inocente.
De todo modos en algunos pocos casos, cuando tenemos un chico particularmente agresivo o impulsivo, no podemos dejarlos solos para que resuelvan, tendremos que entrar más pronto en las peleas, pero tengamos en cuenta que no siempre va a ser él el culpable, quizás el otro lo provocó hasta cansarlo.
Para que los "hermanos sean unidos porque esa es la ley primera" como dice el Martín Fierro de José Hernández, tenemos que dar espacio para peleas en casa cuando son chicos y adolescentes; sólo así, sin necesidad de inhibir, negar o reprimir lo que sienten van a poder establecer una relación de intimidad entre ellos que puede durarles toda la vida. Porque con las peleas se van a entrelazar también encuentros divertidos, juegos y muchos recuerdos compartidos.