A los 67 años, es reconocido como el mejor domador, un verdadero artesano de cracks
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“Vengasé Polito, que ya está lista la yegua para probarla”. Polito, ó Carlos María Ulloa, esa vuelta se confió. El domador de caballos más respetado de la Argentina, creyó en aquella frase. Se dirigió directo al palenque. Allí lo esperaba una yegua alazana, bien formada, llena de energía.
Se acercó con los brazos abajo y los puños cerrados, para no mostrar las garras. “El caballo tiene siempre miedo a sus predadores”, dice Ulloa, “y las manos abiertas puede sentirlas como una agresión”. Se arrimó de costado. La acarició. Hasta ahí todo parecía funcionar bien.
Tiró la pierna derecha por arriba del lomo de la yegua. Se acomodó. Y vio como las orejas del animal se echaban para atrás. Mala señal. Ulloa supo en ese instante lo que se venía. La yegua empezó a combinar corcoveos. Primero curvó bien el lomo dando brincos. Siguió pegando un salto mientras pateaba. Ahí se paró de manos, para caer bruscamente hacia adelante. Polito aguantó bien con el cuerpo, y apretando las piernas. Pero un repentino cabezazo de la yegua, le fulminó el maxilar, se lo quebró en dos, y lo lanzó de espaldas al piso.
“Fueron meses de recuperación”, dice Polito en el sillón de su estancia, ubicada en la localidad de Lincoln, a más de 300 km de Buenos Aires. “Todavía me cuesta comer asado. A partir de ese día, el que decide si un caballo está listo para ser montado ó no, soy yo”.
-¿Y cómo sabe cuándo llega ese momento?
-Domar es un trabajo de artesano. Que necesita una comunicación diaria con el animal. Es una relación de mutuo entendimiento. Donde el caballo en principio está desconfiado, temeroso. Nos percibe como predadores, y él se siente presa. Todo eso hay que desarmarlo de a poco. Primero desde abajo. Con paciencia. Con calma. La prudencia es fundamental. Por eso, es el mismo animal que expresa, con sus actitudes, cuando es el momento indicado de montarlo.
Nacido en Alberdi, provincia de Buenos Aires, hace 67 años, Polito creció vinculado al ambiente rural, pero también a la ciudad. “Vivíamos en capital, en Barrio Norte, y los fines de semana íbamos al campo. Fui alumno del colegio Newman. Mi viejo quería que yo estudiara una carrera. Que fuera contador, médico, ingeniero, como era antes”.
Así, llegó el día en el que su padre, el abogado Carlos Ulloa, quiso saber, “¿qué va estudiar? En esa época te trataban de usted”. En principio Polito intentó con la veterinaria pero “la verdad no era lo que yo sentía. Fue cuando le dije ‘yo quiero ser domador’. Se cayó de espaldas. No lo podía creer. Lo que él había imaginado, y lo que yo soñaba, estaban demasiado lejos.”
A partir de ahí Polito empezó su propio recorrido. El de peón de campo. Las tareas rurales, la doma, se transformaron en su mundo cotidiano. La vida en la estancia junto al patrón, “que te daba la casa, las herramientas. Te daba las oportunidades, te consultaba por aquella yegua, por aquel potrillo. Para mí el patrón no era el opresor. Era y es una figura a quien quiero y respeto. Es el que me ayudó a formarme y a criar a mis hijos. Ese era mi ambiente. Era donde quería estar. Donde me sentía partícipe de un grupo, que creía que su trabajo era algo especial”.
-Esta pasión por el campo, ¿cómo se arraigó en usted?
-Se la debo a mi madre y a mis tías. Las siete hermanas Perkins fueron las que me inculcaron este amor por lo criollo, por la tradición. Cuando mamá cumplió noventa años hicimos una fiesta que duró dos días. Vino toda la familia: más de 180 personas. Todas emponchadas, con sombrero y a caballo. Al año siguiente mamá fue diagnosticada con cáncer de páncreas. Lo que hizo fue despedirse uno por uno de los trabajadores de su estancia. Y dio un discurso en la capilla del campo para todos. Habló del futuro, de nosotros, de los deseos en común. De este gran proyecto que es nuestra vida aquí”.
El método Ulloa
La familia puso el sello, la impronta, sobre esto no hay dudas. Pero el domador se formó con mucho esfuerzo. “La forma de enseñar de aquellos tiempos era distinta. Los viejos domadores no te decían nada. Había que ser curioso, asombrarse, y aprender. Yo veía un domador viejo y era un ídolo para mí. Yo quería ser eso. Era un sueño. No te explicaban. A lo sumo te retaban”.
Polito se valió de todas las herramientas. Por un lado, la práctica, que le hizo sumar experiencia, horas de doma. Por el otro, recurrió a los libros. Él no lo cuenta. No es alguien que se sienta cómodo hablando de sí mismo. Pero Mónica Isla, su mujer, que lo conoció en una jineteada en General Madariaga hace 40 años, dice: “Los idiomas que aprendió en el colegio le sirvieron, y mucho. En aquella época la información no estaba disponible como ahora. Había que salir a buscarla. Cada vez que alguien viajaba le traían libros de jinetes americanos, franceses, españoles. Pudo estudiar cómo era la doma por todo el mundo”.
Así, creó su propio sistema. Los gauchos, los cowboys americanos, el estilo indio, los europeos, los australianos, todos cohabitan en él. En un método que nunca termina de estar cerrado, porque siempre “cree que no sabe lo suficiente. Siempre cree que tiene que aprender algo más”, asegura Mónica.
“Él no te lo va a decir, pero la Asociación Argentina de Criadores de Polo le pidió que diera conferencias, que diera cursos. Después empezó a hacer lo mismo en Brasil, en Colombia, en Uruguay, en Chile. Todos querían saber cómo era su método de doma”, cuenta Mónica con visible orgullo. “Él cree que la genética de los caballos ha mejorado mucho. Y que, entonces, el domador debe acompañar esa evolución. No puede, ni debe quedarse atrás”.
Artesano de cracks: La Cuartetera
Cuando Adolfo Cambiaso recibió el camión en aquella tarde cordobesa, le dijo a “Patán” Nigoul, su piloto de pruebas: “yo con este lote de yeguas me tengo que montar. Te la voy a hacer fácil, vamos a llamar a Polito”. Cuando escuchó ese nombre, Patán supo que la cosa iba a funcionar. “Polito siempre impone su marca registrada. Con las características bien de él. Nos entregó todas las yeguas muy bien domadas. Listas para taquear todo el día. No tuve dudas. Habíamos juntado a nuestra mejor cría con el mejor domador”.
La primera vez que Cambiaso y la Cuartetera se unieron en un partido, fue en copa Diamante. “La probé en un chukker para ver qué pasaba”, recuerda el polista, “cuando me bajé, lo miré a Patán y le dije, ‘esto es una máquina impresionante. Está para Palermo’”. Allí nació aquella unión. La simbiosis hombre-animal. Lo que fuera según Cambiaso “la mejor yegua de mi carrera”.
La Cuartetera la domó Polito dentro de una tropilla en la que estaban La Martina, Ella, Noruega, Calidad, Buenaventura, las cinco sacaron mejores yeguas en Inglaterra y Estados Unidos. “Cuando yo la entregué era una más de ese grupo”, recuerda Ulloa, “luego Cambiaso descubrió el secreto de que esa era la mejor. Y le dio el toque final para convertirla en lo que es.”
-Polito, si el ingeniero de fórmula uno no existiera, Schumacher no hubiera podido correr nunca. ¿Usted es algo parecido para el jugador de polo?
-No, no, no. En esto participan 4 personas. Primero el paisano. Se encarga de amansar de abajo al animal. Lo acaricia. Lo hace entrar en confianza. Después viene el domador. Sigue el piloto que empieza con los primeros taqueos. Y al final el jugador, que le da su estilo. Ahí se termina de armar el binomio.
-La parte del domador la pasó un poco rápido, ¿no le parece?
-A mi me dan la arcilla. Me dan el material que es de calidad. Hay una genética detrás. Un desarrollo muy importante, una gran inversión. Y con eso trabajo. Moldeo. Enseño y corrijo. Yo acompaño, y escucho al animal. Lo ayudo a convertirse en un atleta. Pero él ya viene con algo innato. Lo que yo hago es que eso florezca.
-Disculpe que insista con el fórmula uno. Queda claro cómo funciona esa cadena de participantes. Pero el auto con la butaca lista para subirse, lo deja usted.
-Tengo un grupo de gente que colabora conmigo. Que es muy importante para que yo me pueda concentrar en cada caballo. Es necesario pasar horas arriba del animal. Fijar movimientos en su memoria. El quehacer diario es fundamental. La perseverancia, la paciencia. Cada caballo es distinto. Es un trabajo de confianza mutua. Es una comunicación muy particular.
-Polito, el caballo trae su genética propia, sus condiciones naturales. ¿Pero es lo mismo que lo dome usted, a que lo dome cualquiera?
-Un mal domador puede lesionar cantidades de caballos. El objetivo es llevar al caballo a su máximo potencial. Es entregarlo en un punto, donde a partir de ahí el animal despegue y crezca. El secreto es acompañar la genética y no arruinarla. El resultado siempre es racional, sensible, lógico. Bueno para el caballo. Pero aquellos a los que les pegaron, son caballos asustados. Una cosa es algo maduro bien hecho, y otra cosa es algo temporal. El resultado es a futuro. La doma buena se ve hacia adelante.
Final contra Cambiaso y bochazo en el ojo
“Cuando la expuse en el remate de domadores, estaba convencido de que era una de las mejores yeguas que había criado”. Polito se refiere a La Castellana. Un gran ejemplar, que daría satisfacciones, pero no aquel día en que se presentó. Esa vez apenas pudo entrar a la pista. Sólo caminó y se mostró. “Podés creer que de 1000 tipos que había, nadie levantó la mano. Volví a casa decepcionado. Triste. Fue una gran desilusión”.
-¿Y qué hicieron, cómo manejaron ese impacto?
-La hicimos de polo. Mi hijo Hilario la lleva en el 2018 a Estados Unidos. Y juega la final de US Open en Wellington.
Aquel año, Adolfo Cambiaso junto a Facundo Pieres habían armado el dream team. El objetivo era ganar la Triple Corona de Estados Unidos. De hecho, entre los dos jugadores se habían repartido los títulos más importantes del exterior durante ese año. Cuando decidieron unirse, los resultados se dieron: ganaron todo. Pero llegó la final. Y nadie contó con que había un Ulloa del otro lado.
“Fue impresionante”, recuerda con una sonrisa Polito, “los chicos largaron abajo. Pero después lo dieron vuelta. Estaban muy enfocados, muy concentrados. Y lo de Hilario fue tremendo”. Cuando habla de sus hijos, Polito se suelta. Es otro. Los comentarios dejan de ser medidos. Para llenarse de adjetivos, y de tonos más desbordantes.
Esa tarde de la final, Hilario Ulloa recibió un bochazo en el ojo que parecía haberlo dejado fuera de combate. Tuvo que salir. Todo indicaba que no seguía. Pero insistió y volvió. Y el triunfo fue para su equipo que derrotó por 10 a 9 al de Cambiaso y compañía.
“Y la Castellana, la que nadie había querido comprar en el remate de domadores”, dice Mónica con aire socarrón,” fue elegida la yegua de la final. Para nosotros fue enorme”.
El futuro: “Mientras el cuerpo aguante...”
-Polito, a sus 67 años, ¿cómo ve que continúa esta historia, que lo involucra no sólo a usted, sino también a toda su familia?
-Por ahora, y mientras el cuerpo aguante, seguiremos con la doma. Pero la cría de caballos, y todas las tareas que involucran llevar adelante un campo como este, son mi pasión. Y es donde quiero estar. Y bueno, lo que viene son los chicos.
Hace una pausa. Ahí, Ulloa se emociona. El discurso de su madre Mercedes en la capilla parece abrazar el ambiente. Pero se rearma como después de un corcoveo, y va.
-Ahora siguen ellos. Estamos en esa etapa.
-¿Cómo vive que sus hijos participen de toda esta construcción, y en el nivel que lo están haciendo?
-Superó cualquier fantasía que pudiera tener. Hace poco crearon La Hache. El equipo estaba formado por Gonzalito Pieres, y mis tres hijos: Hilario, Salvador y Toly (Carlos María). Hicieron un campeonato bárbaro. Llegaron a la final del Jockey Club 2021.
-¿Siente que la continuidad de la historia familiar está asegurada?
-No tengo dudas. Mis hijos se están transformando en grandes jugadores. Son talentosos, son buenos chicos. Van a llevar las cosas más adelante. A un nivel distinto. Mi aporte en cambio fue otro. Yo sólo soy un domador de caballos.
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