La gestión del tiempo es uno de los aprendizajes de la pandemia: aunque la organización escolar y la logística de los hogares siguen en manos de las mujeres, cada vez más hombres se involucran
¿Cómo impacta esta fase de la pandemia puertas adentro? ¿Se redistribuyen las tareas? ¿Cuál es la foto actual de la brecha de género en las actividades cotidianas? El tiempo pasó a ser una de las nuevas monedas de cambio a la hora de medir la ocupación que hombres y mujeres le destinan al cuidado de las y los chicos y personas mayores, la logística de la casa, el seguimiento de la escolaridad, limpieza y cocina. ¿La segunda ola le demanda más tiempo a las mujeres?
Estudios y encuestas recientes confirman que la construcción de nuevas masculinidades evoluciona, aunque a paso lento, hacia la equidad. Ya es una cuestión de agenda en Argentina y otros países de la región que registraron avances durante la primera etapa de la pandemia. Pero aún no alcanza para torcer la balanza.
Los especialistas consultados son categóricos: se evidencia una mayor carga para las mujeres en tareas no pagas, a pesar de haberse acortado la diferencia en la carga de trabajo pago entre hombres y mujeres. Lo asegura el informe del Centro de Estudios para el Desarrollo Humano (CEDH) de UdeSA. “La brecha en el cuidado de niñas y niños y tareas del hogar aumentaron. Al frente del estudio, Victoria Costoya, Lucía Echeverría, María Edo, Ana Rocha y Agustina Thailinger subrayan: “Los resultados de este trabajo se asemejan a los encontrados en España, Italia e Inglaterra. Si bien es cierto que las políticas de confinamiento también aumentaron el compromiso e involucramiento de los hombres en las actividades domésticas y de cuidado, a grandes rasgos la evidencia en Argentina y en el mundo apunta a un aumento en las brechas de género en términos de tareas no remuneradas”.
Con días de presencialidad y virtualidad, esquemas de burbujas y formatos híbridos, suspensión de clases y demás medidas que impiden establecer rutinas, la distribución de las responsabilidades hoy asume configuraciones con variables complejas. Familias monoparentales, mamás que crían solas, matrimonios que reparten 50 y 50, hombres a cargo y esquemas donde la asignación de quehaceres obedece a situaciones laborales específicas del entramado familiar.
“De cara al confinamiento ambos aumentaron la carga de trabajo doméstico no remunerado. El varón tomó tareas que antes no hacía pero la brecha de género igual terminó aumentando, al igual que la carga mental de las mujeres que, en términos logísticos, deben sostener los trabajos y lidiar con los cambios permanentes”, dicen Carolina Villanueva y Georgina Sticco, al frente de la consultora Grow, una de las empresas que encargó una encuesta para conocer los cambios en la distribución de las tareas al interior de los hogares en el contexto del COVID-19.
El muestreo de 825 respondientes arrojó que las mujeres dedican 2 horas más de trabajos de cuidado que el hombre, 1 hora más a tareas de apoyo escolar y 1 hora más a cocina y limpieza. Por otra parte, los varones duermen una hora más, y cuentan con 60 minutos más para el ocio y el deporte. La empresa que focaliza sus estudios en problemáticas de género y trabajo también evaluó que durante las 24 horas, las mujeres le dedican a las tareas de cuidado y domésticas no remuneradas un promedio de 10.4h por día, mientras que los varones le destinan 7. “El impacto en las mujeres va a repercutir en la pérdida de tiempo de trabajo productivo y, en consecuencia, esto va a afectar, y ya está afectando sus ingresos”, advierte Carolina Villanueva, cofundadora de Grow.
Los sondeos se actualizan etapa tras etapa y quizás la foto que representó la situación en 2020 hoy se está desdibujando. La marcha atrás con el confinamiento estricto o bien, la suspensión de clases son indicadores que tuercen la balanza día a día. En algunos hogares se manifiesta en la gestión de trabajo compartido o bien, una actualización en las prácticas tradicionales para abordar las tareas en casa. Ya no se trata de “¿me ayudás?”, sino de “repartamos”. Cada vez más, compartir es un verbo que se conjuga en presente.
Carola y Matías tienen chicos de 7 y 12 años. Del año pasado a esta parte, invirtieron tiempo en enseñarles algunas cuestiones básicas de cocina y limpieza, más ciertas nociones de uso de artefactos, como el lavarropas y la multiprocesadora. “Hoy ya no hay que pedirles casi nada, lo incorporaron a la rutina. Se reparten entre ellos las tareas y acuerdan quién pone y saca la mesa, lava las verduras, barre o guarda las compras en la alacena”, dicen. Los adultos, en tanto, se organizan para cocinar y limpiar.
Entre los datos arrojados por la encuesta de Grow se destaca que en hogares con hijos/as menores de 12 años, las horas de cuidado alcanzan a 13 en el caso de las mujeres y 9.7 para los varones. Horas que incluyen acompañamiento en la modalidad virtual, movilidad en la presencialidad, seguimiento del aprendizaje, controles pediátricos, calendarios de cumpleaños en parques y links de actividades extra escolares, la mayoría por Zoom. Lo ratifica el informe de Bridge The Gap, cuya encuesta arroja que 9 de cada 10 personas que redujeron horas de trabajo durante 2020 fueron mujeres con hijos/as a cargo. “Esto acentúa aún más las desigualdades de género en el caso de las mujeres, con altas exigencias y aumento de tareas, donde resignaron horas laborales para asumir más responsabilidades domésticas”, afirma Cinthia González Oviedo, CEO de la consultora especializada en género, diversidad y comunicación inclusiva.
La casa de Gustavo Estevez (50) y Analía Physels (49), contadores, se transformó en un búnker desde que Analía mudó su oficina al hogar familiar de Villa Urquiza. “Los chicos (16 y 18) no son muy colaboradores pero ordenan sus cuartos. Están con complicaciones horarias y comparten una computadora para los zooms del colegio. En 2020 armamos un cronograma. Duró dos meses. Ahora nos repartimos el trabajo de la casa 50 y 50, cuidamos a nuestras madres y nos turnamos para hacer las compras”, plantea Gustavo.
Su caso se suma a la lista de familias donde empezaron a redistribuirse un poco más las tareas y a aceptar que no es lo mismo ayudar que asumir la responsabilidad.
Hombres que cuidan
Vicente es un bebé pandemial. Tiene un año y medio, es cariñoso, movedizo y juguetón. Cuando llama a su papá le dice “mapa”. En la casa de Estefanía Ortiz y Roberto Salvador Iglesias el que se ocupa de cocinar, limpiar y cuidar a Vicente es Roberto. Estefanía trabaja como project manager en una empresa de inteligencia artificial. Encerrada en su cuarto-oficina de 10 a 18 horas, sale sólo de a ratitos, entre reunión y reunión. “Vicente está apegado a Roberto. Él tiene más manejo de berrinches. Conmigo es más intenso”, dice Ortiz, licenciada en Marketing. El aporte de una niñera que va algunas horas por día le da tiempo a Roberto para cocinar y ocuparse de la casa a la que se acaban de mudar. Pasaron del dos ambientes a una casa con jardín, en Pilar. “Siempre hay algo para arreglar o compras para hacer”, dice Iglesias, que con la pandemia perdió sus dos trabajos. Por las noches cocinaba sushi y durante las mañanas era paseador de perros. “Disfruto de todas las tareas que hago, no reniego de ninguna”.
Mientras a niveles micro avanza la equidad a fuerza de la experiencia de 2020 y los aprendizajes de lo que va de 2021, los indicadores macro todavía no se dejan ver. “Si bien hay más varones que se incorporan al apoyo, la última responsabilidad no termina de cambiar ni aún en los hogares que intentan ser más equitativos. Detrás de la última responsabilidad está, casi siempre, la cabeza de las mujeres”. La afirmación corresponde a Lucía Cirmi Obón, directora nacional de Políticas de Cuidado en el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad. Para la economista la pandemia evidencia la brecha de género en el interior de los hogares y acentúa “un mercado laboral masculinizado. Desde los empleadores ya se espera esta división de tareas. Y cuando es el hombre el que debe afrontarlas no se le da el permiso social ni el lugar. El cambio no es sólo una cuestión de voluntad, deben intervenir las políticas públicas”, señala. En este sentido, desde su dirección se lanzó el programa 100 Acciones en materia de cuidados, con medidas que reconocen su valor. “Este tema es muy explícito en los hogares más pobres o monomarentales, donde las mujeres tienen menos tiempo para trabajar. Entiendo que la pobreza y los cuidados son asuntos conectados”, apunta Cirmi Obón. Y agrega: “Apostamos a desnaturalizar la idea de que las mujeres y LGBTI+ cuidan y limpian mejor: cualquier persona, más allá de su identidad de género, puede aprender a realizar este tipo de trabajos”.
“Mi casa es feminista”, lanza Hernán Palermo, antropólogo del Centro de Estudios e Investigaciones Laborales del Conicet. Junto a su compañera, también antropóloga y docente, intentan llevar “una gestión compartida’'. Con hijas de 3 y 6 años, por la mañana trabaja la mamá. “Y a la tarde me toca a mí”, comenta Palermo y afirma que la pandemia rompió la cotidianeidad de ir y volver: “Se profundiza la tensión en cuanto a los tiempos de cuidado que le exige el mercado a las mujeres. Aunque se tercerizan porciones de tareas en el hogar quienes llevan la logística siguen siendo las mujeres. El problema es que en la pandemia hay un continuo de trabajo en la casa. El desgaste es tremendo”, señala. Para Palermo, cada vez hay más críticas al concepto de hombre proveedor: “Las nuevas masculinidades son más sensibles a las tareas domésticas. Pero aún no se discute el dispositivo de poder económico ni se renuncia a los privilegios. ¿Cómo nos formamos como varones?”. La pregunta es abierta. Invita a repensar roles y cuestionar hábitos naturalizados que ahora son más visibles que antes.
Mujeres orquesta: solas o separadas, duplicaron el trabajo no remunerado
“Organizarme siempre fue mi fuerte, entonces naturalmente asumí la logística de los chicos cuando nos separamos. El papá está súper presente, es un trabajo que se sigue haciendo en equipo pero la agenda familiar, la organizo yo”. El caso de Mechi Arce refleja lo que empezó a vislumbrarse durante la primera cuarentena: madres y padres activos que asumen más responsabilidades. Mechi tiene 3 hijos, en jardín, primaria y secundaria. Es actriz, pero tuvo que reinventarse. Ahora tiene un trabajo administrativo. Además, cursa la licenciatura en Actuación en la UNA y cuando surge un casting realiza grabaciones en su casa.
El trabajo invisible que implica coordinar la escolaridad puso en jaque al entramado de parejas separadas y de dinámicas en hogares donde hay una o un adulto a cargo. “El modelo de la mamá, el papá y el hijo hace agua por todos lados. Un hogar monoparental es una ficción, por eso hablamos de hogares monomarentales. Y es ahí donde estalla la gestión del tiempo, porque no hay otro adulto con quién compartir las actividades”. El testimonio de Eleonor Faur es contundente. La doctora en Ciencias Sociales, autora del libro El cuidado infantil en el siglo XXI. Mujeres malabaristas en una sociedad desigual (Siglo XXI) cree que esta fase de la pandemia pone en crisis el tiempo y las responsabilidades. “Hay una cantidad de efectos sociales críticos en relación al género y al cuidado, agudizados por la pobreza. Hoy los malabares están cristalizados. Y la brecha se mantiene”, afirma Faur.
Lorena Bouyssounade Aguero tiene 46 años. Se divorció del papá de Catalina cuando la nena tenía 2 años y medio y, desde entonces, la acompaña en su escolaridad, el trabajo con la maestra integradora, actividades extra escolares y controles médicos. Como Cata (12) nació con una cardiopatía y hace unos años fue sometida a una intervención ambulatoria está exceptuada de la presencialidad. Cursa su séptimo grado con los alumnos y alumnas que están en esa situación. Lejos de sus compañeros, aprendió a hacerse nuevos amigos. También, a gestionar consultas con su psicopedagoga, kinesióloga y terapista ocupacional vía Zoom. “Esta familia tiene una manera de habitar los espacios de la casa. Necesitamos que sea funcional para que nos sirva a las dos”, dice Lorena. Con encuentros familiares acotados y salidas breves por el Botánico y Palermo, Cata empezó a compartir con su papá sólo algunos paseos los fines de semana. “Planifico las actividades en función de lo que me genera más o menos estrés a mí, porque sino ese estrés se lo paso a Cata. Trato de ponerle color al día y que queden momentos libres para escuchar música, pintar o ver a sus Youtubers favoritos. Estamos 24x7 juntas, en un momento especial y en pre adolescencia”, cuenta Lorena. Ambientadora, decoradora y asistente en un consultorio dermatológico, admite que se dejó estar con sus propios chequeos médicos. “En función de Cata voy acomodando lo que puedo hacer y lo que debo postergar. Trabajo a las corridas y no tengo una red de contención familiar. Mis hermanos viven en el sur. Me hace bien armar redes con gente que suma”.
Fernanda Musso tele trabaja en la Administración Pública. Está separada y vive con sus hijas de 12 y 16 años. También se reconoce como malabarista ya que gestiona las compras, el curso de ingreso a la secundaria de la menor, el alimento para los perros y los gatos, las comidas para todos. “El esfuerzo es enorme. Lo único que le agradezco a la pandemia es que me regaló mediodías para compartir con las chicas. Cuando están con el papá me dedico a mis cosas, mi pareja, mi blog sobre el barrio y a recargar pilas”.
Para Eleonor Faur, la pandemia deja al descubierto la cantidad de actividades que se hacían antes en el hogar. “La domesticidad estaba invisibilizada, parecía que la ropa se planchaba sola. Resulta que cuando todos nos trasladamos al interior de las casas esa cantidad de horas que lleva gestionar la vida cotidiana quedó expuesta. Acompañar a los chicos en la escolaridad suma varias horas por día. Lo que llamamos trabajo doméstico no remunerado”, explica. Y concluye: “Es necesario revalorizar y redistribuir el cuidado”.
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