Desde la avioneta, la geografía en miniatura anticipa un rosario de puntitos en la inmensidad turquesa. Justo donde la pista de aterrizaje termina, empieza el mar. Ni un metro más de margen.
El archipiélago de San Blas es un mundo más allá de lo imaginable, incontaminado y virgen. Tierra de la etnia Kuna o Guna -la ley les reconoce el derecho sobre toda la comarca, una franja angosta de tierra y 365 islas, de las cuales sólo 49 están habitadas-, es prácticamente un estado autónomo dentro de Panamá, con un congreso colectivo presidido por un líder político y religioso (el saila) que toma las decisiones fundamentales, aunque está bajo la órbita del gobierno panameño.
Desde que Colón pisó América, deben existir pocas comunidades aborígenes que conserven el estado genuino de los kunas. Sostienen su propia lengua, aunque el español es parte de la enseñanza oficial. Las mujeres usan "molas" (aplicaciones bordadas con motivos coloridos), pulseras de varias vueltas en brazos y tobillos y anillos de oro en la nariz. El desnudo no ofende, la cárcel no existe y el peor castigo es la vergüenza pública.
En San Blas no resuena la voz de la modernidad. El concepto mismo de propiedad privada se vuelve relativo, porque cada poblador tiene dominio implícito sobre alguna isla. No tienen título de propiedad y a nadie se le ocurre vender la tierra de sus ancestros, aunque no faltan las ofertas de extranjeros tentados en invertir por una porción de este edén.
Es el caso de Eligio Alvarado, un miembro de la comunidad kuna que se fue a estudiar sociología a Salamanca y volvió para desarrollar un proyecto ecoturístico. Tenía una hermosa islita de 1000 metros cuadrados rodeada de corales y ahí decidió construir lo que hoy es Yandup Island Lodge. En 2003 terminó las ocho cabañas circulares sobre ángulos diferentes de la isla, de modo que todas tienen el privilegio de un encuadre único del mar que la rodea.
En la cultura kuna el número ocho tiene un significado especial, es un simbolismo que circula. Fueron hechas íntegramente con cañas de bambú atadas con enredaderas, tal como son las viviendas de los kunas; la única diferencia es que ellos duermen en hamacas y el suelo es de arena.
No hay teléfono, ni internet y la electricidad sólo dura un par de horas a la noche gracias a los paneles solares. La ambientación, rústica e imprescindible: una cama con mosquitero, ventilador y dos hamacas paraguayas colgadas del balcón sobre el mar.
Los días transcurren a ritmo apacible, cada uno elige su rincón para nadar, hacer snorkel, charlar con otros viajeros y esperar a que lleguen los cayucos (canoas de madera) cargados de langostas para la cena, las mismas que cobrarían fortunas en cualquier restaurante de la ciudad.
La sensación de desconexión es favorecida por el trato amable del personal del lodge, kuna en un 100%, que todo lo hace sencillo. El panorama cambia con la llegada de los cruceros en diciembre, época desaconsejada para descubrir el archipiélago.
Proponen al menos un paseo por día: recorridos por los manglares, observación de aves y tortugas de carey (en peligro de extinción) y visitas a islas deshabitadas, diminutas y sin un alma. La isla Iguana es una de las más impactantes. Las aguas que la bañan abarcan todas las gamas de azules y verdes e invitan a hacer snorkel entre coloridas esponjas, corales y peces de todo tipo. Otra de ellas se llama Pelícano. Pequeña y con un manto de frondosas palmeras en su interior, fue el set del comienzo de la tercera temporada deLa casa de papel, el idílico escondite de Tokio y Río.
Al atardecer salen las lanchas hacia la comunidad de Playón Chico o Ukubseni, la "urbe" más cercana. Es la oportunidad para ver cómo viven los kunas y enterarse de fenómenos como que fueron la nación más efímera del mundo al independizarse de Panamá por 48 horas, en 1925; y que tienen una de las mayores tasas de albinismo del mundo: se estima que una de cada 150 personas de la comarca nace con albinismo. La paradoja es la alta incidencia de un trastorno que supone la falta de pigmentación en la piel en un lugar donde el sol es inclemente. Acá, los albinos son considerados sagrados y los llaman "hijos de la luna". Aunque hay muchos, no es fácil verlos, porque suelen estar resguardados.
En Playón Chico, además, se puede visitar el cementerio, comprar una mola y presenciar una danza típica.
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