El ámbito laboral ha dado grandes historias de amor,
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Era febrero de 2008 cuando Patricio tuvo que dar una charla de bienvenida a los nuevos pasantes de la empresa multinacional en la que trabajaba. Soltero, con 28 años se había ido a vivir solo y fue a cumplir con su rol laboral ignorando que cupido le tenía preparada una sorpresa para esa mañana.
Frente a él, el grupo esperaba ansioso la recepción de la empresa en la que trabajarían. Una de esas sillas del salón la ocupaba Catalina, de 21 años, que lo observaba de pies a cabeza sin dejar de preguntarse: “¿Por qué habla con las manos en los bolsillos? Siempre me enseñaron que en las presentaciones nunca se adopta esa postura, aunque -reconocía en sus pensamientos- el pibe presenta bien así”. Y en su mente seguían desfilando pensamientos: “Tiene los dientes separados como yo, qué gracioso”, “Está bueno”, “Debe tener entre 25 y 29 años”. Mientras lo seguía estudiando escuchó que Patricio explicaba que en la oficina estaba prohibida la entrada de menores de edad, y si bien a él también le encantaría poder llevar a sus sobrinos eso no era posible. A Catalina le despertó ternura el comentario y por otro lado, se enteró que no tenía hijos, ya tenía un dato más del presentador aunque no había escuchado la parte en la que decía su nombre y apellido. Al finalizar la presentación, ella se fue a su área de Marketing que poco tenía que ver con la de Patricio.
“Se hizo el canchero”
Pero en las verdaderas historias de amor, cupido tiene que usar varias de sus técnicas para unir a los futuros enamorados. Y parece que así fue: unas llamadas al teléfono fijo del escritorio de Catalina provenientes de la cárcel con la modalidad del cobro revertido (que se usaban para secuestros virtuales y pedir plata a quienes cayeran) inquietaron a las joven de 21 años. Asustada recurrió a su jefa que la envió a hablar con Patricio para que le encontrara una solución. Él no tenía ni idea de qué hacer, pero mientras él analizaba opciones, ella lo seguía mirando y pensando “qué lindo que es”. Catalina cree que ahí ya hubo un flechazo de ambos lados. Para entonces, en el chat interno que tenía la empresa Catalina buscó a Patricio pero no hablaron porque no tenían aún motivo para hacerlo.
Un domingo Catalina cumplió 22 años y al día siguiente llevó al trabajo una gran cheesecake para compartir con sus compañeros del área. Como sobró le pareció un lindo gesto llevarle a los chicos del área de Servicios Generales con los que se llevaba muy bien. Patricio estaba dentro de una oficina y al salir se encontró con la torta, y saludó a Catalina. “Se hizo el canchero y me dijo ay, no tenía tu teléfono para llamarte”, recuerda.
Esa torta fue el puntapié para comenzar a hablar por el chat interno. “Qué buena que estaba la torta, ¿la cocinaste vos?”; “No, esta vez la compré pero los lunes que tenemos reunión de equipo siempre cocino algo”; “El lunes que viene tráeme unos brownies”, arriesgó Patricio.
“No puedo ser tan regalada”
El fin de semana Catalina cumplió y cocinó los brownies, prohibió en su casa que alguno se atreviera incluso a comer una esquina. El lunes a la mañana cuando iba a salir a trabajar pensó: “No puedo ser tan regalada, le llevo los brownies a este pibe que hace cinco días que no hablamos y me va a decir quién sos, cuándo te pedí, te la re creíste”. Entonces armó una estrategia: si él no se acordaba no decía nada, y si se los reclamaba se hacía la que lo había olvidado.
Catalina ignoraba que la flecha de cupido también lo había alcanzado a él. En el horario de almuerzo, ambos salieron a tomar aire afuera y al cruzarse Patricio le preguntó: “Che, vos me ibas a hacer unos brownies, ¿qué pasó?”. Catalina llevó a cabo la parte de su plan simulando olvido y al otro día preparó una caja para Patricio y otra caja para los chicos del área. “Le dije a una amiga bancame en esta, se los dejé y me fui re nerviosa. Yo creo que ahí nació el amor porque después de eso me empezó a hablar por el chat interno contando que le habían gustado, y me invitó a ir algún día a comer a la casa que se acababa de mudar”, recuerda Catalina.
La invitación formal llegó para ir ese viernes a los cines IMAX a ver el recital de U2, pero Catalina no podía aceptar porque tenía un programa con sus amigas planificado hace tiempo.
“Che, tenés los dientes separados como yo”
Un viernes Catalina fue la encargada de llevar helado al trabajo para una presentación y Patricio no tardó en invitarse a la cafetería de la empresa para tomar las sobras. No fue solo, algunos compañeros compartieron la mesa y el café, y Patricio -que ese día había tenido el entierro de su tío- le contó a Catalina sus novedades. Charlaron toda la tarde hasta que llegó la gente de limpieza y comenzó a baldear el espacio, eran las 22hs. Las amigas de Cata reclamaban por ella: “Estoy en el laburo”, les contestó sabiendo que no tardaría mucho en hacer las cinco cuadras que las separaban. Ellos salieron los dos juntos, cruzaron a la estación de tren para que él lo tomara a su casa y se quedaron ahí hablando hasta las 12 de la noche. “Él me dijo por acá hay un restaurante re copado, pero no me invitó a salir, solo tiró el dato”, recuerda, entre risas, esa noche.
En aquella época la abuela de Catalina estaba internada en el Hospital Militar, entonces por la mañana iba con su madre en auto hasta allí, la mamá se volvía con su papá y Catalina, que tenía una copia de la llave del auto, lo retiraba por el estacionamiento. “Si vamos a seguir charlando, ¿me acompañas al hospital militar a buscar el auto?”. Subieron al 60 rumbo a destino.
Al bajar compraron algunas golosinas y él dijo “Che, tenés los dientes separados como yo”, e imaginó como serían los dientes si tuvieran hijos.
A Patricio le gusta mucho la arquitectura y se quedó maravillado con el edificio del hospital. Ella lo invitó a pasar, como si se tratara de su casa, y mostrarle el jardín interno. Y allí, entre camillas que pasaban se dieron su primer beso.
Para entonces ya eran las tres de la mañana cuando fueron con el auto hasta la casa de la amiga de Catalina, él se iba a tomar un taxi pero todas las amigas bajaron, lo saludaron y siguieron rumbo con su salida. Catalina desistió de salir con ellas y se quedó charlando en el auto, “tenemos una fluidez del diálogo importante, mis amigas volvieron de la salida y nosotros seguíamos hablando. Eran las 7 de la mañana y yo a las 9 tenía un taller en la facultad”, cuenta Catalina que recuerda aquella energía del amor que empieza a nacer. Ella lo llevó a su casa y Patricio aprovechó un descuido de ella para -en tiempos donde los celulares no se bloqueaban- guardarle su número de teléfono. Antes de bajar del auto le hizo una llamada y agregó: “Bueno, ahí tenés mi teléfono”
Una salida fallida y un piyama puesto a destiempo
Aquel fin de semana ninguno escribió. El lunes, por el chat interno, él le propuso que fuera ella quien lo invitara a salir a él esta vez. Fueron a un restaurante de Palermo que incluía un show de magia, con la mala suerte de que un vecino se fue a quejar por los ruidos y el tumulto, cerraron el lugar y tuvieron que levantarse todos de sus mesas y marcharse. La tercera salida fue una noche en que Catalina estaba cansada y decidió volver a su casa de lo de sus amigas y no ir al boliche. Eran las dos de la mañana cuando se puso el piyama, y recibió un mensaje de Patricio, “Che, ¿dónde andás? Estoy en una fiesta en San Isidro, ¿venís?”. Ella se sacó el piyama, fue a la fiesta, conoció a sus amigos y terminaron la noche comiendo pizza y viendo El Rey León en la casa de él.
Dos o tres salidas después Patricio estaba enfermo, Catalina lo fue a visitar, compraron una fuente para su casa de soltero que no estaba aún equipada, y cocinó un lomo a la mostaza con papa rellena. De postre una torta marquise. Acompañaron la velada con un rico vino y una propuesta de noviazgo. Ese primer año que siguieron trabajando juntos en la misma empresa no contaron de su relación, ella inventó un novio con nombre, apellido y localidad, él no dio muchas explicaciones, tan solo comentó que estaba en pareja.
Tres años después, sentados en el auto, Patricio le preguntó, sin mucha solemnidad y con la sencillez que lo caracterizaba, si quería casarse y elegir ya la fecha. Tres años después nació su primer hijo al que le siguieron dos más, y sí… los niños también tienen los dientes separados.
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