Se las volvería a regalar, pero recién cuando fueran más grandes
Se las compré yo. Fue en un viaje que hice a Colombia, a fines del año pasado. Estaba recorriendo el free shop con una persona que trabajaba conmigo y, como cada vez que salgo de viaje, quería traerles algo a los chicos. Pero esta vez, no sabía qué comprarles...
En un momento, esta persona se acercó, y me dijo: "Y, ¿qué les vas a llevar?". Ante mi incertidumbre, me pidió que lo acompañara y me las mostró. Como tiene hijos más grandes ya las conocía. Me dijo que ésa era una buena opción, que los chicos se volvían locos con las Nerf. La verdad que yo no tenía idea de que existían, mis hijos eran chiquitos: Oliver tenía seis y Owen, tres (ahora ya cumplió cuatro), y no las había tenido nunca delante de mí.
Agarré una caja para cada uno. Las dos iguales, para evitar problemas. Una pistola de juguete naranja y verde, que tira una especie de tejo de gomaespuma, la Vortex Vigilon. Apenas vi las fotos de las cajas, ya me parecieron un aparato fantástico. Es que siempre que les compro un juguete a ellos pienso si a mí me hubiera gustado que me lo regalaran de chico... Lo hice también ahora con una batalla naval electrónica que todavía no les dimos.
Los chicos no conocían las Nerf, pero se engancharon enseguida. El mayor ya me pedía que en otro viaje le trajera otra más grande. Cuando las armé, hasta a mí me gustaron: los cargadores con cinco discos, disparos de largo alcance y hasta mirilla. Incluso me hicieron acordar a las que disparan pintura.
Pero después de verlos jugar con las Nerf, después de verlos interactuar en el juego, me parecieron un poco violentas para la edad de ellos. Y empecé a pensar que a lo mejor se podían tirar en los ojos o en la cara, sobre todo teniendo en cuenta que tienen bastante potencia.
De hecho, una vez que vino un amigo a casa a jugar con ellos, les pedí que se pusieran las antiparras de nadar, que no se tiraran entre ellos, sino contra los sillones... ¡Hasta me metí en el juego para que de última me dispararan a mí!
Después de esto, al único que dejamos jugar con las Nerf fue a Oliver, el más grande. También, de los dos, es el que más las disfruta porque puede manipularlas con mayor facilidad. Eso sí, con ciertas condiciones: que no se tiren en la cara y que no jueguen solos. Ni siquiera cuando vienen los amiguitos. Si van a usarlas, que disparen contra la pared o que lo hagan al aire libre, a ver quién llega más lejos.
El punto es: una vez que las compraste y se las diste, no podés sacárselas. Hoy pienso que se las volvería a regalar, pero cuando fueran más grandes. Si ese día en el free shop hubiera visto cómo era el mecanismo de las Nerf, dudo que las hubiera elegido como un juguete para ellos, siendo tan chiquitos.
El autor es empresario y padre de dos hijos
César Shaw
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