Simon Reynolds y Los herederos del glam
El periodista y crítico inglés menciona a Lady Gaga y Kanye West como continuadores del fenómeno musical que surgió en los 70 y dice que a las nuevas generaciones, el rock les parece demasiado desordenado
Y pasó lo que nadie creía posible: a fines de los 60, el rock se volvió aburrido. Grupos como los Allman Brothers o Canned Heat subían al escenario con monocromáticos blue jeans, refugiados en barbas de mil días, y tocaban canciones de cuarenta minutos, tan largas que podían durar los dos lados de un mismo disco. Alejado de sus raíces, el rocanrol ya no daba ganas de bailar. Y, de repente, un rayo cayó con furia sobre la Tierra y todo fue distinto: un shock multicolor sacudió la escena musical y un puñado de egos monstruosos, bañados en purpurina, tomó el mando. Los nuevos ídolos eran luminosos, andróginos, estrafalarios, decadentes, narcisistas y déspotas, pero llamados a hacer cosas legendarias. El público se rindió, sumiso y estupefacto, ante semejantes animales escénicos. Eran los nuevos héroes, según cantaría un tipo rubio, muy elegante en todas sus máscaras, unos años más tarde. El reinado del glam rock había comenzado y sería decisivo en los consumos culturales de las cinco décadas siguientes, tanto desde el punto de vista artístico como del modo de entender el showbusiness.
Esto es, a grandes trazos, lo que Simon Reynolds, escritor, periodista y crítico británico, se propuso contar en Como un golpe de rayo, su reciente libro (editado en el país por Caja Negra, con una gran foto de David Bowie en la portada), una cronología fantástica del glam desde sus inicios, a principios de los 70, hasta hoy.
“El pop británico fue arrasado por el absurdo, el exceso y el grotesco”, describe Reynolds, que tenía ocho años cuando vio por primera vez a Marc Bolan, cantante de T-Rex, desde su televisor blanco y negro. “El cabello encrespado y eléctrico, las mejillas salpicadas de purpurina, el abrigo que parecía hecho de metal… Marc era un guerrero del espacio exterior”, evoca el autor, que estuvo de visita en Buenos Aires y compartió un almuerzo con La Nación revista.
¿Cuáles fueron los aspectos que más te interesaron destacar del glam?
El glam es una época con bandas muy interesantes para escuchar, pero, principalmente, con mucho para ver: pelo, maquillaje, caras, androginia… Además de ser una forma muy inteligente de entender el showbusiness. Es un período fascinante, con gente extrañísima. En verdad, los personajes del libro no son necesariamente admirables como seres humanos: estamos hablando de mentirosos, de un grupo de artistas desesperados en su búsqueda de fama. Uno de los aspectos que más me atrapó cuando escribía es la conexión narcisista entre el glam y el pop actual, ya que ambos manejan valores similares en lo que se refiere a lograr popularidad a cualquier costo. Estoy pensando en Britney Spears, Lady Gaga, Beyoncé y raperos como Kanye West. Para ellos, como para las estrellas del glam de los 70, la fama es su lugar en el mundo. Es la misma y gran enfermedad.
¿Cuál fue el verdadero aporte de este movimiento en términos musicales? ¿Era sólo una cuestión de imagen?
Creo que se hicieron muchos discos excelentes en esa época, pero no se puede decir que haya existido un sonido glam en sí mismo. En realidad se trató de una vuelta a la primera época del rocanrol, cuando la gente bailaba. A fines de los 60, el rock dejó atrás la idea de que era un ritmo divertido, que una canción podía ser un hit en la radio. El glam y el punk eran parecidos en cierta forma: música simple, para moverse, con melodías un poco estúpidas, pero geniales, sólo que el punk se sacó de encima los elementos bluseros del rock. La contribución musical del glam consistió en devolver al rock de guitarras lo que había perdido: la diversión, el baile, el sexo y un elogio de lo breve: en dos minutos hacían una gran canción, cuando la mayoría de los temas del rock serio duraban seis, siete o doce minutos. Fue una reacción clara contra bandas como Pink Floyd, Black Sabbath, Led Zeppelin y el rock progresivo.
INFLUENCERS DE VERDAD
La trayectoria de Bowie, ídolo absoluto de Reynolds, es en cierto modo la columna vertebral de Como un golpe de rayo. Las diferentes etapas del artista, analizadas con lupa durante casi cinco décadas de transformaciones, son una suerte de relato coral que lleva al autor a concluir que “mucha gente puede considerarse afortunada por haber vivido durante las mismas coordenadas históricas que Bowie”.
La noticia sobre la muerte del cantante encontró a su biógrafo frente a la computadora, escribiendo el final de este libro. “¿Papá está bien?”, preguntó al aire su hija Tasmin, de diez años, cuando lo vio pálido frente a la PC. “Sentía que era inminente –cuenta hoy Reynolds–, porque en su disco previo ya había muchas ideas sobre la muerte y canciones oscurísimas. Fue el fin de una era”.
Tal vez lo más interesante del libro es entender la enorme influencia que figuras como Bowie y el resto de los alienígenas del glam tuvieron en las siguientes generaciones. En este sentido, Reynolds desmenuza cada período musical y estudia a sus principales referentes.
Cuando se piensa en dos íconos musicales de los 80 y 90, como Michael Jackson y Kurt Cobain, se podría decir que son fenómenos que se contestaron del mismo modo que la brillantina del glam lo hizo con el rock aburrido de fines de los 60 (pero, en cierta forma, al revés). ¿Es una lectura posible?
“Michael Jackson fue una de las grandes figuras de los 80 y era un tipo que vivía obsesionado por la fama. Tuvo un período muy glam –no tanto desde el punto de vista musical– en el que insistía en hacerse llamar el Rey del Pop y se vestía como un general, con un uniforme dorado; se rodeaba de niños, hacía construir estatuas de sí mismo y filmaba videos en los que aparecía como un dictador. Esos aspectos me recuerdan a Bowie diciendo que hubiera sido «un Hitler del carajo… un dictador excelente». Por otra parte, creo que hay un punto de encuentro entre Michael Jackson y Nirvana y es que cuando el grunge se puso de moda, toda la estética de MTV y sus videos tuvo que cambiar. Y fue muy fuerte, porque Jackson empezó a tocar más en vivo, como si hubiera querido probar que él también podía defender sus canciones en un escenario.”
En una entrevista, dijiste hace poco que “el rock es el gusto musical de una minoría”. ¿Es entonces el fin de los instrumentos musicales y el triunfo final de las máquinas?
Hoy la mayoría de los discos de pop están hechos con máquinas. Si mirás los créditos de un álbum hay cinco productores distintos, técnicos e ingenieros de sonido de varios países, uno de Suecia, otro de los Estados Unidos... Es como un auto con componentes que se fabrican en todos lados y se ensamblan. Lo que escuchás en un disco de pop no es una performance como en la tradición de un grupo de rock, que básicamente son cuatro o cinco personas tocando juntos una canción (cantante, guitarra, bajista, baterista). Si te fijás en los charts, en los top 100, en lo que realmente vende, es difícil encontrar grupos de rock. Todavía quedan Muse, U2, Radiohead, pero no son muchos más… No me imagino a mi hija preadolescente escuchando un disco de ellos o yendo a ver a los Stones. A las nuevas generaciones, el rock les parece demasiado desordenado. Al contrario, los jóvenes de ahora necesitan música perfecta: sonidos claros, autotune (el Photoshop de los cantantes), un beat fuerte y organizador.
Actualmente las plataformas de streaming permiten tener música en el celular las veinticuatro horas. ¿Acaso el hecho de vivir con una banda de sonido en la cabeza no banalizó ese consumo?
Es difícil de decir. En inglés la palabra streaming hace referencia a un pequeño río que fluye. Y uno piensa qué otras cosas fluyen en una casa: la electricidad, el gas… En el caso del streaming vendría a ser lo mismo; es como abrir una canilla y que salga agua. Quizá por eso la música ya no se siente tan especial, es como lo que tarareás cuando estás en un ascensor. Simplemente está ahí, no significa nada. En lo personal a mí me gusta más la radio que Spotify, porque cuando sintonizás una canción en el dial sabés que un montón de gente está escuchando el mismo tema. Se vuelve un evento público y siempre hay sorpresas. Spotify, en cambio, es un evento privado y vos elegís qué querés escuchar de un menú infinito de canciones, pero no es un ritual colectivo ni social.
EL GIRO A LA DERECHA
Una de las teorías de Reynolds es que el glam encontró un terreno fértil en los períodos de la historia en los que la política giró a la derecha. Lejos de los sueños colectivos de los 60, el glam era un movimiento “arraigado en la desilusión”, un “intento escapista de la realidad hacia una eterna fantasía de fama y excentricidad (¿para qué cambiar el mundo si uno podía transformarse en lo que quisiera?). No puede ser coincidencia que los principios del glam cobren preeminencia en la cultura pop durante aquellos períodos en los que la política se desplaza hacia la derecha, a principios de los setenta con Nixon y Heath, durante los ochenta con Reagan y Thatcher y, en los últimos años, durante la primera década del siglo XXI”, opina el autor.
Con Donald Trump y el actual gobierno conservador en Inglaterra, ¿se viene una nueva manada de Bowies?
Creo que todo el siglo XXI ha girado a la derecha desde que empezó, más allá de Trump. Hasta Obama, que era progresista a nivel cultural, no lo era tanto en términos económicos o en su política militar. Hay una conexión entre la música pop y una ideología que te dice que tenés que ganar a toda costa, que si soñás en grande vas a ser exitoso, que vos también podés ser estrella si realmente te lo proponés. Los valores del grunge o inclusive de las raves de los 90 eran más colectivos. No existía ese individualismo del pop, ese deseo de triunfar, exacerbado por realities del estilo Popstars o American Idol.
Decís que las raves son fenómenos colectivos. Pero en las fiestas electrónicas la gente está ensimismada en su propio baile. Son miles de personas juntas frente a un DJ, pero al mismo tiempo parece como si estuvieran completamente solas...
Cuando en los 90 iba a las raves con mis amigos, nadie miraba al DJ, porque en general estaba medio escondido en una tarima pequeña en algún lugar del predio. Con el tiempo, el escenario se fue haciendo más grande y las EDM [Electronic Dance Music, como las llaman en los Estados Unidos] se incorporaron al showbusiness, con recitales muy producidos desde el punto de vista de la escenografía, la tecnología y los efectos especiales. En una fiesta dance hay un sentido claro de unidad, es una experiencia colectiva y sincronizada.
UN VESTIDO DE CARNE
Si tuviera que elegir a sus artistas preferidos del glam, pero no de los 70, sino de ahora, ¿cuáles serían los herederos?
Creo que elegiría a Lady Gaga, Kanye West, o Keisha en sus inicios. Ella en particular, usaba mucho glitter en la cara, al estilo Marc Bolan, Bowie o Alice Cooper; hacía esa parodia en la que trataba a los hombres como juguetes, con un estilo recio a lo Joan Jett. Y Lady Gaga al principio era una faceta glam de Marilyn Manson, una versión monstruosa y gótica de lo que hace la fama con vos; como salir a recibir un premio enfundada en un vestido hecho con bistecs de carne. También surgió una gran cantidad de artistas queer, que retoman muchos elementos del glam. Uno de ellos es un rapero llamado Perfume Genius.
¿Cuál fue la influencia del glam en el hair metal de mediados de los 80, con bandas como Poison, Warrant, Def Leppard (de visita en la Argentina hace unos días) o Mötley Crüe?
En los Estados Unidos, los fans de esa música la llamaban glam metal, o simplemente glam. Es esa tropa de cantantes con cabello rubio californiano muy bien peinado, delineador en los ojos y un poco de rubor en las mejillas. Lo gracioso del hair metal es que los hombres en el escenario se parecen a las chicas del público. Es una relación curiosamente heterosexual: los pibes de la banda se quieren acostar con mujeres que se parecen a ellos. Y las fanáticas quieren tener sexo con hombres parecidos a ellas. También pasa que hay muchas subdivisiones en el heavy metal como género: además del fun metal casi bailable de grupos como Poison, hay un “metal serio”, con letras más deprimentes, liderado por grupos como Megadeth, Metallica, Slayer o Anthrax. Ellos también tienen pelo largo, pero está más sucio, quizá un poco más oloroso, y se empeñan en mostrarse más feos.
Así como el LSD fue la droga asociada al hippismo en los 60 y la cocaína fue el pasto de la música disco en los 80, ¿cuál fue la droga del glam en los primeros 70s?
No sé si el glam tenía su propia droga, pero la cocaína hizo bastantes estragos con Bowie y también con Bolan. Aunque podés rastrear elementos de la psicodelia en la música, no fue un período lisérgico. Había una droga muy popular en la época, que no era sólo del glam sino también del heavy rock, que tomaban los de Black Sabbath. Se llamaba vulgarmente Ludes (de la palabra Quaaludes), en los Estados Unidos, y Mandies (de Mandrax) en Inglaterra. Eran drogas sedativas, te relajaban, te sacaban las inhibiciones sociales y sexuales. Te hacían dormir, pero si superabas el umbral del sueño te levantaban mucho, eras el rey del mundo. Se llevaban muy bien con la música fuerte y el alcohol. Los artistas del glam se engancharon mucho con el Lude.
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