Temporada de alfombras rojas en Los Ángeles
Viaje al corazón de la ciudad que, hasta febrero, ofrece una cantidad sorprendente de entregas de premios, como los Globo de Oro, esta noche
Me bajé del avión en LAX,
con un sueño y mi cárdigan.
Bienvenida a la tierra de la fama,
del exceso. ¿Podré encajar?
Me subí al taxi, acá estoy
por primera vez. Miro a la derecha
y veo el cartel de Hollywood.
Es todo muy loco.
Todos parecen tan famosos
Party in the USA, Miley Cyrus
Lo que dice Miley es verdad. Saliendo desde LAX, como se conoce al aeropuerto de Los Ángeles, yendo hacia Beverly Hills hay un momento en el que se puede ver a lo lejos el cartel de Hollywood. La visión tiene una resonancia fuerte para aquellos que relacionan ese cartel con un sueño. El sueño puede ser actuar, cantar, escribir, dirigir o, simplemente, ser famoso. A cualquier costo.
Ese espíritu define a Los Ángeles, en sus aspectos positivos y negativos. Los ficticios jardines inmaculados de Beverly Hills y los deprimentes carteles de neón de los clubes de strippers. En LA, los sueños de algunos se convierten en realidad y los de otros, en pesadilla. En el medio quedan los que la siguen peleando, trabajando de cualquier cosa, pero con la esperanza de cumplir su sueño algún día.
Si uno está de visita puede elegir su propia Los Ángeles. Si uno está invitado, por ejemplo, a una entrega de premios de cine, la impresión sobre la ciudad estará teñida de glamour. Este último caso puede comenzar al arribar al hotel Mondrian, uno de los más cancheros y de moda de una de las zonas más cancheras y de moda: West Hollywood. El hotel está en la legendaria Sunset Strip, porción de Sunset Boulevard en la que se encuentran boliches como el Whisky a-go-go, donde surgieron The Doors, y el Viper Room, tan famoso por su dueño Johnny Depp como por ser el lugar donde murió River Phoenix. Sunset es casi un resumen de la dicotomía sueño-pesadilla de la ciudad.
En el interior del Mondrian, decorado por Phillip Starck, predominan detalles cool como una hamaca que resulta irresistible de probar. Pero para sentirse parte de ese Hollywood exclusivo nada como esperar la noche y pasar por el Sky Bar. Entrar al famoso bar es difícil, pero si uno está alojado en el hotel tiene pase libre. Ubicado en la zona de la piscina, ir en ojotas no es lo ideal. La gente que va al Sky Bar quiere ver y, sobre todo, ser visto. Es el tipo de lugar donde una aspirante a actriz piensa que puede ser descubierta. Por eso, los vestidos son cortos y ajustados, y los tacos, altísimos.
La primera actividad planeada por Hamilton –empresa de relojes de lujo que organiza el Hamilton Film Festival y oficia en este viaje de anfitriona– para sus invitados de todo el mundo es bien hollywoodense: una función de Interestelar, el film de Christopher Nolan. La elección no es casual, ya que Hamilton diseñó en exclusiva para la película un reloj de vital importancia para la trama.
La función es en el Sherry Lansing Theatre, una de las salas dentro de los estudios Paramount, los más antiguos en funcionamiento en Hollywood. Para después de la función nos aguardan autos eléctricos, un poco más grandes que los de golf, para recorrer el estudio. Nuestro guía, Jason, un chico de veintipico parecido a Bruno Mars, no para de sonreír. Nacido y criado en Nuevo México, se mudó a LA para estudiar cine y trabajar aquí como guía, el primer paso de una posible carrera en la industria. Con su actitud estudiadamente relajada, nos pasea por los estudios, desde el Nueva York de cartón pintado hasta el departamento de vestuario con trajes de Cary Grant, Will Ferrell y otros grandes.
"La próxima vez que vengan voy a ser el presidente de Paramount", dice Jason al despedirse. Ojalá que sí, sobre todo porque le hacemos prometer que, si llega a jefe, nos dará un papel en alguna película.
Cenar en un restaurante de moda en Sunset y al día siguiente comer un brunch con Mimosas son tradiciones con las que hay que cumplir para que la experiencia de Hollywood sea completa. Pero al atardecer del domingo nos espera una de las tradiciones más importantes de la maquinaria de hacer estrellas: la entrega de premios.
De noviembre a febrero, Los Ángeles se convierte en la ciudad de los premios: hay aquí más de 25 entregas de premios de cine, TV y música. Los Hamilton Behind the Camera Awards se concentran en quienes trabajan detrás de cámara. Es un evento más chico –nadie se juega aquí su carrera– que otras ceremonias famosas como los Oscar o los Globo de Oro (que se entregan hoy). Pero, como toda entrega de premios de Hollywood, tiene sus reglas.
La primera es el código de vestimenta. En este caso, informal. Pero informal en Hollywood tiene el mismo significado que sin maquillaje: aspirar a la perfección, pero que no se note demasiado esfuerzo.
La invitación indicaba festive cocktail: algo de brillo, vestido corto, traje sin corbata. La realidad es que en una ciudad donde todos están esperando ser descubiertos o tienen que mantener una imagen, el ciudadano común sólo puede intentar lucir correcto y no llamar la atención de manera negativa.
Aunque la noche está dedicada a quienes están detrás de cámara, no puede faltar otra tradición: la alfombra roja. El rito consiste en que los actores y las actrices, y en menor medida los directores, etcétera, caminen por la alfombra hasta la entrada del salón, saluden a los fans, posen para los fotógrafos que gritan sus nombres y contesten mil veces la fatídica pregunta de los periodistas: ¿Quién te vistió?
En los últimos años este rito ha tomado mayor importancia y casi le roba el protagonismo a lo que sucede en la ceremonia. Ahora hay cámaras que toman planos de las manos de las actrices para que puedan mostrar su manicure y un cruel sistema para fotografiar a cada personaje en 360° y poder analizar cada detalle de su look. Lo más importante: se convirtió en un gran negocio que involucra a diseñadores de moda y joyas, estilistas y agentes, además de los actores y las actrices.
Estrellas y no tanto
El primero en caminar por la alfombra roja es el conductor de los premios: Matthew Morrison. Más conocido como el profesor de la serie Glee, luce un smoking y una sonrisa que parece parte de su maquillaje. "Honestamente, mi trabajo de hoy es leer del Teleprompter", dice, cuando llega nuestro turno de preguntar. El actor, que prepara su regreso a Broadway, explica que tiene sentimientos ambiguos respecto de las entregas de premios: "Hay demasiadas, pero ésta me entusiasma porque honra a la gente que no suele ser reconocida y cuyos nombres pasan muy rápido en los créditos finales".
Mientras Morrison pasa al próximo periodista, se acerca una agente de prensa: "¿Vos querías hablar con Andy Serkis?" Serkis es el actor famoso menos conocido del mundo. Fue el Gollum en la saga de El señor de los anillos, King Kong en la versión de Peter Jackson y es César, el chimpancé líder de la nueva serie de films de El planeta de los simios. Su talento está presente en cada una de estas interpretaciones, pero su cara no se conoce porque trabaja con la técnica de performance capture, por la cual todos sus gestos y movimientos son capturados por sensores distribuidos por su cuerpo y luego se agregan imágenes generadas por computadora para completar al personaje.
Serkis hubiera merecido más de una nominación o premio por sus trabajos, pero aún no ha sucedido. El actor piensa que no debe participar de otra categoría que no sea la de actuación. "Hay cierto temor de la fraternidad de actores porque piensan que las computadoras les van a sacar el trabajo o algo así –dice Serkis, riéndose–. Hace 15 años que lo estoy haciendo y hay muchos actores que están trabajando ahora con esta técnica y cualquiera de ellos te diría que la experiencia no es tan distinta. Estuve trabajando con Christian Bale, Cate Blanchett y Benedict Cumberbatch en The Jungle Book, y todos dieron grandes actuaciones, tal como lo hacen cuando usan vestuario y maquillaje."
Una de las claves de la alfombra roja es que los más famosos suelen llegar lo más cerca posible del horario en el que comienza la entrega. Después de que pasara la adorable Kiernan Shipka, hija de Don Draper en Mad Men, sin hablar con ningún medio, la estrella que quedó para el final es Patricia Arquette. "El padre de mi hijo es argentino –dice ella, entusiasmada–. Estuve en Buenos Aires, Pinamar, Mar del Plata. Me encantan el chimichurri y las empanadas. Salí con varios argentinos, me gustan los hombres argentinos. Quieren mucho a sus mamás; tienen buen sentido del humor y disfrutan la vida, la comunidad y la familia. ¡Además, saben hacer muy buenos asados!"
Después de esta declaración de amor inesperada, la actriz de Boyhood se pone más seria al hablar sobre los premios. "Estuve en tantas entregas de premios y tantas fiestas... Vi la parte divertida y la no tan divertida. A esta altura siento que ésta es toda buena gente, que ama el cine, y es lindo verlos arreglarse para salir. Lo negativo es la presión por la moda y por verte de determinada forma. Hay mucha competencia."
La alfombra roja se despeja de un minuto a otro y hay que entrar al salón. La entrega de premios tiene lugar en el Wilshire Ebell Theatre, un antiguo teatro de estilo colonial californiano, con un patio interno que parece el de la secundaria de Beverly Hills 90210. La entrega de premios es parecida a cualquier otra. Tiene un detalle muy simpático: cada ganador recibe el premio de manos de un actor o actriz de la película o serie por la que está siendo premiado. Así aparecen en el escenario figuras que no se prestaron para la alfombra roja, pero sí para dar un breve discurso y entregar un premio. Steve Carell y Channig Tatum hacen una pequeña rutina cómica para darle a Bennet Miller el premio a Mejor Director, por Foxcatcher, la película que protagonizan. Después de que Arquette presente el merecido premio a Mejor Montajista a Sandra Adair por Boyhood, Will Arnett sube al escenario para darle el premio a Mejor Guionista a J. C. Chandor por A Most Violent Year y la divina Emily Blunt le entrega el premio a Mejores Productores a Rob Marshall, John De Luca y Marc Platt por Into the Woods.
El final de la entrega incluye postres y champagne, servidos en el jardín. En un rincón, casi escondido por las plantas, fumando un cigarrillo, está Ellar Coltrane, el chico de Boyhood. Habiendo visto la película uno tiene la extraña sensación de que lo conoce. De alguna manera, lo vimos crecer frente a la cámara.
Coltrane resulta encantador y tranquilo. Nos cuenta que sus padres son artistas y habla con admiración y cariño sobre su madre de la ficción, Patricia Arquette. "¿Te gustaría seguir actuando?", no podemos evitar preguntarle. "Sí, ¡claro que va a seguir actuando!", contesta enseguida un hombre que aparece de la nada y al que Ellar identifica, sonriendo, como su agente. Eso sí que es bien Hollywood.
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