The Ramonas, la banda donde el lugar de Joey es ocupado por Cloey y el de Johnny, por Rohnny
"Hey! Ho! Let’s go!". Saltan sobre el escenario, con las melenitas oscuras agitadas en cabeceos epilépticos, las infaltables camperas de cuero aun en la asfixia, las remeras rockeras ceñidísimas al cuerpo, las zapatillas All Star demasiado caminadas y la actitud arrogante. Son una banda tributo a los Ramones. Son todas chicas. Esta noche, el Lady Luck Bar de Canterbury, en Inglaterra, recibe a The Ramonas y aunque los tipos del público se parezcan más a sus ídolos que las artistas, ellas encabezan un nuevo fenómeno fantasmal: las bandas tributo femeninas, que rinden homenaje a sus héroes musicales sin distinciones de género. Si es cierto que la imitación es la forma más extrema de la adoración, y que vivimos en una época obsesionada por revivir los artefactos culturales del pasado inmediato, esta banda travestida (como otras que homenajean a Iron Maiden, Duran Duran, Nirvana o Metallica) reversiona la idea del readymade a la manera de Marcel Duchamp, cambia el sexo de los artistas y otorga una nueva dimensión al clásico rockero de los Ramones, She’s a Sensation.
"Las bandas tributo originalmente inspiraron una de las tendencias más extrañas en la cultura de el pop se repetirá a sí mismo: el interés del mundo artístico por las reescenificaciones", escribe el crítico cultural inglés Simon Reynolds en Retromanía, el libro que explora la adicción del pop a su propio pasado. La imitación como valor cultural es un furor conocido en Inglaterra (los ya célebres Bootleg Beatles ni se ponen las pelucas de John, Paul, George y Ringo por menos de 10 mil libras, unos 200 mil pesos al cambio de hoy), pero también es un fetiche en cualquier lugar del mundo donde se celebre la copia: en los karaokes, en los programas de televisión como Tu cara me suena, donde famosos se disfrazan de otros famosos, en los fan fiction o en el jueguito Garage Band, donde gana aquel que reproduce un riff de guitarras con mayor virtuosismo, la imitación se convirtió en una expresión cultural bastarda. Si hace cien años Duchamp llevó un mingitorio al museo como una réplica revulsiva del arte que se jacta de ser único y original, ahora las bandas tributo femeninas se dotan de los atributos externos de sus ídolos y recrean sus obras, aunque ellas hagan pis sentadas.
Chicas ricas que tienen tristeza, las Hervana imitan las poses maníaco-depresivas de Nirvana, lideradas por una abúlica Skirt Cobain (skirt es pollera en inglés) y las Misstallica aseguran ser "la respuesta a una búsqueda de thrash metal de la vieja escuela y de unas caras bonitas que la acompañen". ¿Re heavy, re jodido? En Retromanía, Reynolds afirma que esta cultura de la réplica "presenta cómicamente el rock como un estilo de rebelión plagado de fórmulas, y de ese modo satiriza y simultáneamente perpetúa el síndrome". Ahí donde los saloncitos infantiles ofrezcan el disfraz de rockero junto al de astronauta o princesa, las bandas tributo hacen algo parecido para adultos: repiten los estribillos de ésas que sabemos todos mientras se adornan con los rasgos más identificables de los ídolos, la camisa leñadora o el colgante de calaveras y diablitos.
La copia de la copia de la copia: en el grupo The Ramonas, el lugar de Joey es ocupado por Cloey, el de Johnny por Rohnny, el Dee Dee por Pee Pee, y así. La banda tributo existe adentro de un limbo temporal, en una ruidosa melancolía por el tiempo perdido de la propia vida. En enérgicos conciertos que duran una hora, estas "adorables cretinas", como se autodefinen, ofrecen una catarata de viejos éxitos y prometen un regreso fugaz a 1976 y eso, entre los fanáticos más nostálgicos, suena como música para sus oídos.
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