Eran otros tiempos, eran otras las costumbres y las formas de vincularse. Pero el amor de la historia que protagonizaron "Dumbita" y Alberto desafió las barreras del tiempo. Se conocieron en Bariloche, en un viaje de egresados atípico: ella, profesora en una escuela, había viajado como acompañante de sus alumnos seleccionada entre un puñado de docentes con quienes los adolescentes se sentían cómodos y en buenas manos. Pero no había ido sola. Porque su madre, de quien había heredado la pasión por la enseñanza y la cordialidad y simpatía en el trato, también había sido elegida por los adolescentes.
Fue en una de las excursiones organizadas durante el viaje que "Dumbita" conoció a Alberto. Buen mozo, de unos 27 años, era en ese entonces empleado de vialidad y había quedado viudo en forma demasiado temprana. Alberto tenía tres hijos y lo que sucedió entre ella y él fue amor a primera vista. Autorizada por su madre, que no le sacaba los ojos de encima a aquel hombre que quería conquistar el corazón de su hija, Dumbita se dejó llevar por la aventura. Aceptó paseos en la camioneta de Alberto y disfrutó de la buena charla y los paisajes que él la invitaba a descubrir a través de relatos llenos de imágenes y colores.
El "problema" apareció cuando el viaje finalizó y el grupo se preparaba para emprender el regreso a Frías, en la provincia de Santiago del Estero, donde todos vivían. "Estás loca, ¿cómo me vas a decir que estás enamorada? Ni se te ocurra pensar en quedarte porque tu papá se va a llevar terrible disgusto. Encima es viudo y tiene hijos. ¿Qué va a decir la gente? Definivitamente es un no", le decía su madre mientras ella se aferrada a un sueño que cada vez estaba más lejos de alcanzar. Entre lágrimas y abrazos se despidió de Alberto pero no sin prometerse que seguirían escribiéndose, a pesar de las distancias y a pesar del paso del tiempo.
Aunque pasaron los meses, el amor de Dumbita se mantuvo intacto. Periódicamente le escribía cartas a su querido y añorado Alberto, pero nunca recibió respuesta. Entonces decidió que tenía que hacer algo al respecto y pidió su traslado a una escuela en Esquel. Era la única forma de estar cerca de Bariloche. Fue afortunada, el traslado se confirmó. Pero cuando su padre se enteró de sus intenciones, simplemente le ordenó que rechazara la oferta. Y así lo hizo. Eran otros los tiempos...y Alberto se convirtió en un dulce recuerdo que le robaba una sonrisa cada vez que rememoraba los momentos que habían pasado juntos.
Pasaron los años y "Dumbita" conoció a otro hombre que la ayudó a creer en el amor, una vez más. También era viudo... y también tenía hijos, tres varones. Pero no era Alberto.
"Se casaron y después de mucho buscarme y muchos tratamientos, mi mamá quedó embarazada de mi. Me acuerdo que cuando éramos chicos ella siempre contaba la historia de Alberto. Mis hermanos y mi papá conocían el relato también. Nunca hubo celos ni nada por el estilo. Es más, de mi viaje de egresados le traje a mi mamá una flor del Amancay ya que siempre nos contaba que Alberto le regalaba esa flores", recuerda Cristina su hija.
"Dumbita" crió y cuidó de sus hijos adoptivos como lo hizo con su propia hija. Los menores crecieron, uno se recibió de abogado, el otro de contador y el mayor se quedó a trabajar en el campo, junto a su padre. "Cuando llegó mi turno de partir a estudiar a Córdoba, mis padres decidieron separarse. Siendo estudiante de medicina comenté con una amiga la historia de mi mamá y Alberto. ¿Y por qué no lo busca? ¿No le interesaría saber qué fue de su vida?, me dijo una vez. Y así fue como esa pregunta sembró la semillita de la duda en mi mamá".
Dumbita tomó coraje, buscó en la guía telefónica y llamó uno por uno a todos los "Femenia" que vivían en el sur. Hasta que una tarde dio con uno de los hijos de Alberto, quien le contó que su papá se había mudado a San Juan y que permanecía solo. "Mi mamá viajo para reencontarse con su viejo amor".
Hoy hace casi ya 20 años de aquel momento. De aquel encuentro que los unió para siempre. "Ella tiene 74 y el 84. Entre tantas cosas que les quedaba por hablar de esos 30 años sin saber nada el uno del otro, Alberto le contó que sí le había escrito cartas. Pero al parecer fue mi abuelo quien las rompía al verlas llegar a casa. También le contó que una vez decidió ir a conocer Frías y buscarla. Pero se encontró con una señora paseando con una nena de unos poquitos años en brazos en la plaza. ¡Era yo! Un vecino le confirmó esto y decidió retirarse sin hacerse ver. Pensó que había llegado demasiado tarde", relata emocionada Cristina.
La vida les dio revancha. 58 años después están juntos y más enamorados que antes. "Mi papá falleció hace 6 años y puedo decir que Alberto es ese papá y ese abuelo para mis hijos que uno siempre sueña. Cada verano viajan en su camioneta a su Bariloche como queriendo volver el tiempo atrás. Y no me quedan dudas que al verlos juntos con sus ojitos brillosos ellos viven y sienten como entonces".
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