El dibujo arquetípico de la infancia adquiere una robusta forma real con tecnologías que expanden sus horizontes más allá de la imaginaciónu
Una misma fábula tiene múltiples versiones. La que nos interesa tiene tres dioses que compiten (cuándo no) por ver quién ha hecho la obra más notable y (cuándo no hasta la eternidad, esta vez), se nombra un juez para decidirlo. En todas las variantes, el juez es el mismo: Momo, personificación del sarcasmo y la crítica. Ni la casa que concibe una diosa del Olimpo se salva: le faltan ruedas para llevarla al emprender viaje, pero hay quien dice que el argumento fue que esa falla impedía huir de vecinos molestos. La carrera del insufrible Momo en los cielos fue relativamente breve.
A diferencia de las aparatosas casas rodantes con las que los norteamericanos se “aventuran” cómodamente on the road, esta casa creada por el estudio madrileño Ábaton lleva al límite las líneas puras de eso que desde siempre llamamos “hogar”. Con un equilibrio brillante entre solidez, levedad, vuelo y permanencia, le dieron alas a ese sueño que soñamos tantas veces: “Tendría una casa aquí, allá, y más lejos también”. En este caso, sería siempre la misma. Los “aquí” y “allá” no tienen límite.
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