
Una escuela de vida
Todo empezó con el sueño de una joven musicóloga. Hoy, diez años después, 250 chicos encuentran en la Orquesta Escuela de Chascomús que ella fundó un camino de promoción social y una razón más para vivir. Aquí, la historia de una comunidad transformada por fusas y corcheas
CHASCOMUS.– Dentro del perímetro de la cancha de básquet, 250 músicos tocan una especie de rock sinfónico y acompañan cada compás con el balanceo de su cuerpo y sus instrumentos. En las tribunas, más de dos mil personas marcan el ritmo con las palmas. El acorde final estremece. De pie, el público no para de aplaudir. Los músicos saludan y saludan. El final de la presentación del primer CD de la Orquesta Escuela Municipal de Chascomús, en el gimnasio del Instituto Corazón de María, corrige la frialdad de los libros que afirman que la música es "el arte de combinar los sonidos". La escena demuestra que es mucho más que eso.
Cualquier crítico podría sostener que la acústica o que el sonido no eran los adecuados, y tendría algo de razón. Pero la maravilla de la conexión entre los artistas y la gente excede la mirada técnica.
Primer turno para los "pollitos" de la Orquesta preinfantil, a cargo de Carolina Uchiya, con sus violines mínimos y sus ganas máximas. Después, la infantil, dirigida por Flavia Fontana, con varios violinistas cuyos pies no llegan al piso cuando se sientan a tocar en sus sillas de plástico un carnavalito que invita a bailar. En tercer lugar, los más avanzados de la Camerata Estudio, con Valeria Atela en el atril y un cautivante concierto Alla Rustica, de Vivaldi. Luego, tiempo de la Sinfónica Juvenil. El coral de la Novena de Beethoven, más Bizet, Offenbach y una suite mexicana seguida con palmas. Final a toda orquesta para el preludio del Te Deum, de Charpentier, y el rock de cierre. Saludos y agradecimientos para quienes trabajan y hacen que la orquesta funcione y crezca. A eso de las 20, la noche fresca de Chascomús recibe nuevamente a su gente, pero distinta. Llena de música.
En esta ciudad aseguran que hasta hace unos años había un solo violinista. Hablan, también, de "un par de señores mayores que tocaban tango". Lo cierto es que ver una silueta con el estuche al hombro cruzando la plaza Independencia en una noche de niebla era una imagen casi fantasmal. Valeria Atela, que vivía allí, se vinculó con la música desde muy chica. Si bien su familia no tenía tradición en la materia, no le faltó apoyo. Se recibió de maestra de música en el conservatorio local y sumó los títulos de licenciada en musicología y profesora superior. Pero su interés no se agotó en el crecimiento personal: "Se me ocurrió que podía hacer algo con la actividad musical en mi ciudad y Eduardo Pugliese, coordinador del Programa Nacional de Orquestas Juveniles entre 1996 y 1998, me sugirió que armara un proyecto. Y lo hice", remata Valeria, que por entonces apenas pasaba los 20 años.
La municipalidad aprobó la propuesta y en 1977 nacía la Orquesta Juvenil de Chascomús, que al poco tiempo pasó a llamarse Orquesta– Escuela. "Si uno junta varios instrumentistas jóvenes puede armar una orquesta, pero mi idea era arrancar con chicos que no supieran nada de música", explica Atela. Consiguió sueldos para cuatro profesores, uno para ella, y se largó a buscar futuros músicos.
Leandro Barri cursaba el tercer grado de la Escuela Municipal N° 3 del barrio El Hueco, y nunca había visto un instrumento musical. Eligió la viola; después se pasó al violín. Y se largó a estudiar, con diez hermanos, un padrastro y una advertencia materna: "Si repetís en la escuela te saco de la orquesta".
"Hice lo posible", cuenta Leandro, de cachetes rosados y mirada entradora. "Al principio empeoré, pero en noveno mejoré". El futuro futbolista del barrio La Noria le fue dejando paso al músico. Hasta los gustos se ampliaron. "Escuchaba cumbia, para bailar, pero para escuchar ahora prefiero la clásica", comenta. Su carácter también cambió: "Era vago y aquí me pusieron límites". Mira su violín, regalo de un profesor, y asegura que su objetivo es estudiar y llegar a director. En eso está. En el último concierto de 2005 condujo la orquesta infantil de la misma escuela en la que él estudió. Fue la primera vez que su madre, Silvia, iba a verlo tocar. "Sabe el guacho", dice que exclamó ella cuando vio a su hijo sobre el escenario.
Leandro promete enseñar lo que le enseñaron. Para eso, para los que vienen detrás, hacen falta instrumentos. En un principio, Atela recorrió cuanta empresa había en la zona. Vendieron rifas. En 2001 se formó la Asociación de Amigos de la Orquesta Escuela y en 2003 la Fundación Antorchas le otorgó 50 mil pesos. Además, obtuvieron 20 becas para los chicos que integran la camerata, algo así como la selección. También se anotó el Programa Social de Orquestas Juveniles de la Secretaría de Cultura de la Nación, con un aporte para solventar a dos asistentes técnicos.
Hoy, para una gran parte de los 26 mil habitantes de la zona urbana y los otros 12 mil que se reparten en el área rural de Chascomús, que queda a apenas 120 kilómetros de la Capital Federal, los sábados son sinónimo de siesta, descanso y amigos. Pero en la casa de Colón y Jorge Newbery, la actividad se multiplica. Los espacios no alcanzan y siempre falta algo. Sólo la pasión que le ponen a su trabajo Atela, sus colaboradores y los chicos convence de que esas habitaciones desvencijadas pueden ser espacios de aprendizaje.
Un sueño que crece
Al principio eran 30 chicos. Ahora son más de 300. La Orquesta Escuela se desdobló en la Sinfónica, la Sinfónica Infantil, la Preinfantil y la Camerata Estudio. En 1998 las edades iban de 8 a 20. Desde entonces se fueron agregandoniveles. El año pasado se abrió el ingreso para niños de tres a cinco. Desafiante, Atela redobla la apuesta: "Para 2007 esperamos agregar nenes de dos". La edad máxima subió a 21. Los profesores son más de 30. Además, la estructura se multiplica porque los integrantes más avanzados les enseñan a los más novatos. "Uno de los próximos pasos –confía la directora– es que cobren por hacerlo."
Con 19 años, Nicolás Arano está en condiciones de formar parte de ese plantel. Nico iba a la Escuela N° 2 cuando supo de la orquesta. Se integró hace cinco años. "Entré para probar", reconoce. Alto, delgado, sus anteojos refuerzan su aire introvertido. En diciembre demostró que no le quedaba grande ser el cello solista en una obra de Vivaldi. Pero no siempre las cosas son como uno quiere y a veces la realidad pone a prueba la perseverancia.
Como en toda casa, en la de Arano los problemas no faltan, y a veces Nico amaga con tirar la toalla. Proyecta "seguir en la orquesta, perfeccionarme y vivir de la música". Pero más de una vez su plan tambalea. Como meses atrás, cuando horas antes del concierto dejó el escenario decidido a no tocar. Como hace unas semanas, cuando las horas de trabajo para reemplazar a su padre, con un problema de salud, le quitaron precisión a su ejecución. En esas situaciones, Atela deja la batuta por un momento y consume sus horas haciendo de psicóloga, hermana, tía, madre o simple amiga. "La mañana previa a la actuación en Uribelarrea probamos las partes de Nico con la orquesta y sonaron muy mal", cuenta Atela. Fueron sus compañeros los que en el micro insistieron hasta vencer la resistencia del cellista. Llegaron, pasaron la obra una vez y se comprometieron a tocarla. Los ojos de la maestra se iluminan: "Salió como nunca".
Una experiencia compartida
La orquesta debutó en 1998 en el Teatro Brazzola, una herencia del Círculo de Obreros Católicos de la ciudad, que lo construyó en 1927. Compartieron presentaciones con las orquestas Académica del Teatro Argentino, Sinfónica Nacional y Simón Bolívar, de Venezuela. El año pasado organizaron el Primer Festival de Orquestas Infanto-Juveniles Chascomús 2005, del que participaron 320 representantes de 26 formaciones de todo el país, Perú, Venezuela y Uruguay. Entre los docentes hubo 11 maestros del Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, creado hace 30 años por el maestro y pionero José Antonio Abreu, quien mantiene estrecha comunicación con Atela, cuyo trabajo ha elogiado en repetidas ocasiones.
En septiembre fue elegida como modelo didáctico-pedagógico del Programa de Orques-tas Escuela lanzado por la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires. En Pehuajó, Dolores, Berisso, Mercedes y San Isidro y Florencio Varela ya se puso en marcha. Los becarios de la de Chascomús transmiten su experiencia.
Después de vivir en Perú, Costa Rica y Estados Unidos, Maja Orstadius se radicó en Chascomús. Dos de sus hijas entraron en la orquesta, y con ellas Maja ingresó en un mundo del que no quiere salir. Maneja contabilidad, compras, biblioteca, archivo y correspondencia de la orquesta. Los días de función su tarea se reparte entre acomodar las sillas para los músicos, curar el labio de algún trompetista, retar al que llega tarde, repartir los sándwiches de milanesa que prepara Juan Girado, papá de otros tres músicos, sacar fotos y repartir sonrisas a los cuatro vientos. "Mi mayor incentivo –declara– es ver la felicidad de los chicos."
Como la que exhibe casi siempre Lizbert Ceballos. En 1995, a los 10 años, viajó con sus padres y sus hermanos desde Bolivia a visitar a una tía y se quedaron. Sus padres buscaban una nueva oportunidad. Con los estudios sin terminar, papá albañil y mamá ama de casa arrancaron casi de cero. Cuando, tres años más tarde, la orquesta organizó un taller en la Escuela N° 1, Lizbert encontró su lugar en el mundo "chascomusense". Una beca le permitió comprarse una viola. "Siempre pensé que ser parte de una orquesta era para chicos de familias de plata", reconoce con emoción, al recordar cuando, más tarde, sus propios compañeros le regalaron un violín. Lizbert creció y le contagió su entusiasmo a su familia. A punto de llegar a la mayoría de edad, en su camino se interpone la falta de su documentación al día. Con casi todo listo, los cambios de gobierno en el país vecino y de personal diplomático en la embajada le agregan incertidumbre al desenlace. Pero Lizbert disfruta su presente: "La música es todo lo que quiero", declara.
Horas antes del último concierto del año pasado, entre las butacas caminaban o corrían chicos que habían cambiado hace muy poco los pañales por los violines o las violas, que guardaban en sus estuches con el mayor de los cuidados. En tanto, los más grandes empapelaban las paredes del teatro con consignas: "La música es nuestra vida, vivila con nosotros", "Tocar y luchar". Y la más impactante: "La música salva vidas".
Ahora, en un alto en la charla con la Revista, Atela aprovecha para hacer una llamada. "Es una puerta más que golpeo para ver si podemos cumplir el sueño de ir a Venezuela", comenta casi en confidencia. Dan ganas de que suceda.
Más datos: www.orquesta-escuela.com.ar
Poder elegir
"La Orquesta Escuela de Chascomús está destinada a brindar a niños y adolescentes de nuestra comunidad en situación de riesgo sociocultural y sin conocimientos musicales previos, una alternativa socioeducativa", dice una carpeta institucional. Atela define el criterio de selección: "Decidimos incorporar dos colegios por año, uno céntrico, en el que el factor de riesgo fuera la violencia escolar o el desmembramiento familiar; y el otro de la periferia, con alto índice de pobreza". Así, todos los chicos pueden conocer un camino diferente en la vida y elegir el instrumento para construir su futuro.
Una mujer orquesta
La hija de Olga y Rodolfo –o mejor, Fito– es el corazón del proyecto. Con dos hermanos menores, Sergio y Martín, Valeria Atela es la única de la familia que se inclinó por la música. El único antecedente es su abuelo materno, que solía tocar la guitarra y el bandoneón "de oído".
"Haber tenido maestras de música excelentes", según Valeria, la llevaron a asistir al Conservatorio Provincial a la par de la escuela normal. A los 19 egresó y tuvo que elegir. "Nunca quise estudiar dirección ni pensé que sería mi trabajo", se sincera. "Tampoco quería ser pianista ni profesora de piano." Decidida a no abandonar el mundo de la música, viajó a Buenos Aires para cursar musicología en la UCA. Allí nació la idea de la orquesta, y se metió a estudiar dirección, aunque aclara: "No me interesa más que para trabajar con los chicos".
Para el futuro le sobran proyectos. "La idea es replicar la experiencia en forma sistemática, de manera de generar una salida laboral para los chicos", comenta. Y apuesta a una orquesta de cámara en su ciudad, "para cerrar el círculo".
Sin embargo, reconoce que lo inmediato es mejorar las condiciones actuales de funcionamiento. Atela dice que desearía contar con más recursos, "para trabajar desde lo pedagógico y lo social". Además de los sueldos para los profesores, ese deseo incluye la posibilidad de contar con una sede propia, que alguna vez fue promesa, pero que nunca se cumplió.
A la hora de soñar, confiesa: "Me encantaría que los chicos –sobre todo los más avanzados– viajaran a Venezuela a conocer el modelo en que se basa nuestro trabajo".
En medio de tanta vorágine, Valeria guarda tiempo para sus sobrinos. También encuentra espacios para compartir con su familia, un pilar esencial en su construcción, y con sus amigas. Y un especial lugar para Juani, su acompañante en el proyecto de vida que comparten. "En febrero nos casamos, así que ya estamos en el horno."
Temas
- 1
- 2
La tierna historia de amor entre una gata y su humano que despertó suspiros en las redes
- 3
Fue la mujer más alta del mundo, sufrió la discriminación y una carta le cambió la vida para siempre: la historia de Sandy Allen
- 4
Descubren el secreto biológico que le permitió a la mujer más longeva del mundo llegar a los 117 años