Una semanita con amigas, la forma ideal para resetear la rutina en una relación de larga data
La primera en plantearlo fui yo. Recuerdo que estábamos almorzando, en silencio, cada uno en la suya y empecé a fantasear con la idea de irme a algún lugar, sola o con amigas. pero sin él. El aire estaba medio denso, no me acuerdo qué era lo que había generado ese mal clima y casi no nos hablábamos. Habíamos cumplido hace poquito diez años juntos -tres de casados- y yo sentía que teníamos que resetear la pareja. Estaba segura de querer a Juan y casi no dudaba que él me quería a mí, pero estábamos un poco asfixiados.
Me acordé que cuando él había viajado una semana por trabajo, lejos de aburrirme o deprimirme aprovechaba a hacer todas las cosas que no hacía mientras estaba él. Salí a cenar con las compañeras de trabajo, me quedaba más tarde en la oficina terminando cosas y me iba por ahí sin sentir que tenía que volver a casa para estar con él.
Y ahí, en ese clima medio hostil, lancé la bomba: "Creo que me voy a ir un fin de semana con las chicas a un hotel en Pilar". Era la primera vez que lo planteaba. Juan se quedó callado, pero tuve la sensación de que la bomba había eclosionado.
Unas semanas después hice mi primera escapada con amigas. Y la situación, no sé bien por qué, empezó a mejorar. Él estaba más conectado y yo, menos enojada. Hasta que un mes después el que tiró la bomba fue él. Ariel, su mejor amigo, se casaba y se iban en plan despedida de soltero al Sur. Lejos de enojarme me alegré. Por él y también por mí.
La realidad es que hoy esas escapadas se transformaron en viajes más extensos donde aprovechamos a oxigenar la relación. Él se va a esquiar una semana con sus amigos y yo me voy a Brasil con mis hermanas o aprovecho para visitar alguna amiga que vive fuera del país. A mí no me gusta el frío y él padece el calor. Además de desconectarnos de la rutina de la vida en pareja, es la manera que encontramos para extrañarnos, pera reelegirnos y darnos un poco de aire en una relación de largo aliento. Y de que cada uno haga lo que le guste sin tener que soportar al otro quejarse por las extremas temperaturas, sean altas o bajas. Es algo que lo tomamos muy en serio, casi como una necesidad. La única condición es que podamos comunicarnos alguna vez en el día. Nada más.
Lo más complicado de la situación fue que lo entendieran nuestros padres, que están muy atados a la idea de que hay que hacer todo en pareja, y si se trata de irse de viaje, todavía más. "¿Te vas a ir y lo vas a dejar solo?", me preguntó horrorizada y alarmada mi mamá la primera vez que le dije que me iba a Brasil una semana con las chicas del colegio.
Ella creía que la libertad que le daba a mi marido era peligrosa. Yo le contesté: "Lo realmente peligroso es la falta de libertad". Hoy ya están acostumbrados y nos preguntan cuándo y adónde nos vamos a tener "vacaciones solos". Y aunque jamás lo va a reconocer, sospecho que mi mamá desea hacer lo mismo, sólo que no se anima.
La realidad es que con Juan estamos hace mucho tiempo juntos y siempre que podemos armamos programas y salidas para nosotros dos. Y también nos vamos de vacaciones juntos. Pero tan necesario como compartir tiempo de a dos, creo que es reservarse un tiempo para uno. Si no se puede viajar, porque los tiempos o la plata no dan, al menos salir con amigos o hacer cosas que a uno lo hagan feliz y le den satisfacción sin necesidad de incluir a la pareja.
No sólo ayuda a revitalizar la relación. También sirve para valorar al otro y no creer que esa persona que está sentada con uno en la mesa es invisible.
La autora tiene 38 años y es licenciada en marketing
Lucía Tapia