Vivir de la montaña
Cocineros, arrieros, rescatistas y hasta un galerista de arte. Oficios e historias que le ponen color al Aconcagua durante la temporada de ascensos
Pensemos por un momento si nuestros días de trabajo fuesen distintos a los de ahora. Que para trasladarnos tuviésemos que subir a una mula; que ante la lluvia, el frío o una fuerte tormenta el único resguardo fuera una pequeña carpa; que si necesitáramos comunicarnos con alguien solo podríamos recurrir a una radio o a algún mensajero del camino. Esa es la realidad de quienes trabajan en el campamento Plaza de Mulas, en el Parque Provincial Aconcagua: unas 500 personas del ámbito público y privado, durante algo más de tres meses cada año, viven de la montaña.
Desde su entrada por Horcones (recepción del parque) hasta Mulas (campamento base a 4260 msnm que sirve de centro de operaciones para las expediciones que van a la cumbre) se experimentan todas las emociones. Pero más allá de los escaladores, alpinistas, deportistas de primer nivel y amateurs que se atreven a enfrentar al Centinela, hay personas que despliegan su oficio allí, que son parte del paisaje, que transitan los mismos senderos una y otra vez, e integran un pequeño pueblo montado para que quienes disfrutan de la montaña puedan hacerlo de la mejor manera.
En el camino aparece Julián Quintero Rendón, cocinero, nacido en Medellín, Colombia. Está a cargo de la cocina en Confluencia, el primer campamento que aparece por la ruta normal a 3200 msnm. Mientras revuelve sopa en una gran olla, sonríe cuando se le pregunta por qué eligió vivir aquí: "Fácil, esta es mi primera temporada completa en Aconcagua, tenía ganas de venir a vivir esto y vine, no hay nada especial", contesta con simpleza. Julián tiene 22 años y una serenidad para responder que lo hace parecer más adulto. Sin quitar los ojos de la olla resume su día de trabajo: "A las 6 el agua debe estar caliente, para lo que demanden, pero lista. Nos despertamos a las 5 y media hora más tarde ya está la cocina en marcha; el agua es lo más importante para la gente, con el frío que hace aquí y la necesidad de hidratación tenés que tomar algo todo el tiempo: mate, té, jugo, sopa, lo que sea". Sobre todo cuando uno pasa los 4000 msnm, es recomendable beber por lo menos 5 litros diarios. "Me encanta lo que hago, lo hago con mucho amor. Tiene que gustarte la montaña, si no es muy difícil aguantar más de un par de semanas. Todos los días arranco con la misma energía", asegura. Su lugar de trabajo es un una carpa domo; en 15 m2 realiza todas sus tareas. Lo secundan Betina Nitri, una profesora de educación física y estudiante de guía de alta montaña oriunda de Villa Allende, Córdoba, y Serafín Zerpa, 24 años, de San Salvador de Jujuy. Para quienes hacen montaña, parte del éxito o no de la expedición está en sus manos: ellos dan de comer, preparan desayuno y hasta tienen en su carta menús para celíacos y vegetarianos. Una cocina completa.
En el segundo día en Confluencia el encuentro es con Rubén Arias y Mario Bustos, arrieros, que llevan 8 años andando juntos. También albañil, Rubén es corpulento y muy claro al hablar. Se acomoda su boina roja y se presenta: "Me llamo Rubén Darío, pero me dicen Molleja; la gente no me conoce por mi nombre". La sensación es que su sobrenombre tiene que ver con sus redondos y grandes cachetes, que por el día de trabajo soleado estaban casi como el color de su boina. Se despiertan a las 3 y con un mate y un sándwich arrancan la jornada, que dura no menos de 14 horas, todos los días. No importa si llueve, nieva, si sopla mucho viento –y ahí sopla en serio–; ellos deben salir sí o sí a entregar las cargas. En sus animales van equipajes, encomiendas, comida, gas. Todo lo necesario para cumplir con los cientos de sueños de cumbre que esperan sus pertenencias y que no pueden o no quieren cargar. "Los animales son lo más importante, nunca repito una mula dos días seguidos", explica Rubén. Esta es su 16ª temporada como arriero, y se anima a anticipar que será la última, aunque es difícil creerle. Sus palabras suenan a que los 40 días sin descanso lo están afectando. Seguramente lo encontraremos la próxima vez. Su compañero, Mario, es también carpintero cuando no está en la montaña. Es que todos los trabajadores del cerro comienzan su temporada en noviembre y finalizan promediando marzo del año siguiente, lo que se llama la temporada de ascensos. "Si pudiese pasar los doce meses aquí no lo pensaría, este es mi lugar", se sincera.
Después de dos días de aclimatación en Confluencia, nos dirigimos a Plaza de Mulas. Partimos temprano con algo muy claro: el día iba a ser largo y agotador. Nos esperarían ocho horas de larguísima caminata con un par de obstáculos que ponen a prueba el físico, la mente y el espíritu. Emocionante. Llegar allí tiene una energía muy especial, son muchas personas buscando sus sueños con los rostros iluminados, esperando la cumbre. En Mulas uno pasa al menos seis días hasta tener su oportunidad. Todos están de buen humor, entre mate y charla. Hay decenas de carpas distribuidas por todas partes, mucho color, ruido y extranjeros.
Cuando apareció el cartel de Bienvenidos a Mulas todavía la nieve no había llegado y cuando terminamos de desarmar las mochilas ya ningún color se distinguía debajo del manto blanco. A pocos metros, un grupo se abraza como secundarios en su fiesta de egresados. ¿La razón? Alguien hizo cumbre. Se trata de Esther Zuazu Vela, de 35 años, llegada desde Barcelona, que acaba de bajar de su primera vez al tope del Aconcagua. "No lo puedo creer, estar aquí, haber hecho cumbre ayer, es algo inolvidable, tenía tantos nervios antes de llegar a la Argentina...", precipita sus palabras. "He estado en otras montañas como el Kilimanjaro, pero ésta es especial, era un sueño y lo pude cumplir, ¿qué más puedo pedir?", dice. También está Natalia, 32 años, de Cipolletti: "Hice cumbre hace dos días y todavía no caigo. Me llamó Horacio para que lo acompañe y no le podía decir que no. ¡Cómo me voy a negar a semejante honor!". Se refiere a Horacio Cuñetti, que con ésta acumuló 60 cimas en su historial… Una leyenda viviente que, junto con Fernando Palacio, llevan clientes de manera independiente a Aconcagua con un éxito de cumbre envidiable.
Al día siguiente, después del desayuno, es tiempo de visitar un lugar distinto: la galería de arte de Miguel Doura… En el frente de la gran carpa, el artista plástico formado en la Prilidiano Pueyrredón tiene una especie de playa artificial de unos 15 m2. Con alfombra de césped sintético, sillas y palmera incluida, Miguel, de 52 años, recibe a sus invitados cuando el sol tiene ganas de acariciar los rostros. Inmediatamente uno puede ver la influencia impresionista en sus pinturas. Tiene en su haber el récord Guinness de la galería de arte más alta del mundo, pero ese no es su mejor trofeo: "Tengo obras exhibidas en el Museo de Arte Latinoamericano de Amersfoort, en Holanda, también he trabajado para la National Geographic y publicaciones diversas", afirma. En su 13ª temporada es una de las figuras en el campamento. Ex empleado de una gran tabacalera, decidió salir del sistema cuando tenía 26 años. "Tenía todo el confort que quería. Acá cada día es especial, lo construís vos o no lo hace nadie".
La galería es un lugar de reunión y muchos pasan a saludar cuando llegan o se van. Se acerca Antonio Ibaceta, jefe de patrulla de rescate. Padre de Tomás, Guadalupe y Francisco, con su equipo se juega la vida en su trabajo. "Mi esposa me conoció mientras yo trabajaba aquí, así que no dice nada", se ataja. La patrulla que comanda está conformada por 10 efectivos, que realizan tareas de rutina y también de alto riesgo. Explica que la mayoría de las muertes en la montaña son por malas decisiones de quienes la visitan: "Este cerro no tiene en su ruta normal ningún riesgo de vida si hacés las cosas bien; el tema es que hay mucha gente que viene a ganarle a la montaña y eso es un mal punto de partida".
Hay una nevada muy persistente. Mucha gente baja en fila india de los campamentos de altura porque se vuelve peligroso. Después del almuerzo es inevitable hablar con Miguel Ángel Sánchez Toledo, la persona con más cumbres en el Aconcagua: 61.
Guía de alta montaña y docente en la escuela que los prepara, Lito, como se lo conoce, sería una estrella en cualquier otro deporte masivo. "Toda mi vida gira en torno de la montaña", admite. Nacido en una zona rural de viñas, jugó al fútbol tres años en las inferiores de Godoy Cruz de Mendoza y también se dedicó a la música, pero a los 20 unos amigos lo invitaron a hacer un cerrito y desde entonces no paró. Lito fue el primer argentino en alcanzar un 8000 del Himalaya y también el primer latinoamericano en realizarlo en invierno. A los 26 tuvo su primera cumbre en Aconcagua no sin antes pasar quizá por el trago más amargo de su vida deportiva: "Cuando tenía 20 vinimos con mi mejor amigo, Tony Elías, por la ruta de Polacos. Algo salió mal y Tony cayó por un precipicio en una grieta gigante, murió. Nunca recuperamos su cuerpo". Miguel tardó seis años en volver a intentarlo. En sus ojos se refleja el recuerdo de ese momento fatal. "A veces me acerco al filo del precipicio y charlo con él. Mi mejor homenaje es seguir haciendo cumbres", confiesa muy emocionado.
La vida de montaña es encantadora; tan dura como reconfortante. Todos estos personajes viven como jugando, y por eso se parecen a los niños, porque sólo cuando uno es pequeño tiene muy en claro que lo único que importan son los sueños.
Rubén arias (40) y mario bustos (42)
Son arrieros y llevan 8 años trabajando juntos. Sobre sus mulas llevan equipajes, encomiendas, comida, gas, etcétera, todo lo necesario para la gente que quiere cumplir el sueño de hacer cumbre y no puede o no quiere cargar con las pertenencias
Natalia weinbach (32), montañista
Esta ingeniera, oriunda de la ciudad rionegrina de Cipolletti, hizo cumbre junto a Horacio Cuñetti, una autoridad en la materia. "Cuando llegamos nos abrazamos y no parábamos de llorar", dice Natalia
Miguel doura (52), artista
Formado en la Prilidiano Pueyrredón, este artista plástico tiene una galería en plena Plaza de Mulas, lo cual constituye un récord Guinness por la altura en la que se encuentra. "Antes tenía todo el confort que quería, pero acá cada día es especial, lo construís vos o no lo hace nadie", cuenta
Julián quintero rendón (22), cocinero
Llegó desde Medellín, y junto a dos ayudantes es el responsable de todo lo que consumen los que van por el sueño de hacer cumbre. "Aunque parezca una simpleza, lo más importante para la gente es el agua caliente"
- Más datos www.aconcagua.mendoza.gov.ar
Joaquín Pinasco
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