Daniela Sartori: "Decidí liberar el diseño"
Le apasiona la India y se inspira en su vestimenta y en su cultura no consumista, para crear una sastrería personal. Además abre su manifiesto sobre la moda, los talleres y el diseño
No estaría mal confundir su apellido con el oficio de sastre. Daniela Sartori se dedica minuciosamente a trabajar la moldería para crear una sastrería distinta, original, tanto para mujer como para hombre. Y lo logra al jugar insistentemente con las formas. Casi obsesionada con un territorio que no pisó, India, pero cuya cultura la atrae sobremanera, dicen que siempre parte de la vestimenta india para crear su ropa. Practica kuchipudi, una danza del sur de ese país, y se define como anticonsumista, austera y vegetariana. Decidida a ser pionera en levantar la bandera del copyleft o el derecho a copiar o reproducir un diseño, tras la presentación en pasarela de Bangladesh –la colección que mostró en la reciente edición de invierno de BAFWEEK– acaba de liberar su diseño. Por qué y para qué, lo cuenta o, más bien, lo promueve.
–¿Te gustan mucho los saris?
–Me fascinan. Los uso y los colecciono. Desde hace tres años bailo una danza que es clásica en el sur de la India, en la que uso estos trajes. Una práctica que implica un movimiento del cuerpo poco habitual, genera sensaciones opuestas a una danza occidental; supone un aprendizaje del cuerpo totalmente nuevo, ya que hay que disociar las partes izquierda de derecha, manos de pies, el cuello de la cabeza, etcétera, por eso me gusta, es un desafío.
–Además de esa danza, ¿realizás otra actividad artística?
–Teatro. Estudié en paralelo a Diseño de Indumentaria en la UBA, una especialización en moldería mientras también trabajaba como vestuarista, después de capacitarme, claro.
–¡De todo!
–Sí, indumentaria no fue mi única formación; siempre quise hacer esa carrera porque me parecía fundamental para mi proyecto, pero me llevó tiempo porque hice mucho a la par; de hecho me recibí hace un mes.
–Y para conectarte con otro ritmo, esa danza.
–Buscaba realizar una actividad que tuviera que ver con lo espiritual, que pudiera sostener un nivel de conciencia, comprensión y sensibilidad diferente; una practica que me llevara a estar en sintonía con el otro.
–Y el sari vino por añadidura.
–Mi profe me los empezó a traer y comencé a coleccionarlos. Simplemente se trata de telas de 1,20 x 3 o 4 m que se usan según una técnica de plegado: se va tableando, te lo cruzás, te ponés una tabla al hombro y cae el típico sari.
–Los reformulaste en tu colección.
–Sí. Siempre parto de la India y esta vestimenta –que me atrae mucho–, obviamente está presente en mi sastrería. Bangladesh es el mejor ejemplo. Una colección homenaje a las víctimas de la tragedia de los talleres textiles de Savar. Un antes y un después para mí; ojalá lo sea para muchos. Me causó una profunda tristeza que hasta me hizo cuestionar mi pertenencia al mundo de la moda. Es que eso que pasó tan lejos nos toca de cerca, porque acá pasa lo mismo. No conozco una sola marca, un solo diseñador, un solo empresario que sepa dónde se hace su ropa. No lo saben, tercerizan, mandan a hacer y resulta un descontrol que no les preocupa. No hay interés por controlar o saber cuánto se le paga a esa persona que cose o corta, o en qué condiciones lo hace. Y yo no quiero ser parte de eso.
–¿Cómo hacés?
–Decidí liberar mi diseño.
–¿Qué significa?
–El diseño libre se sostiene en el copyleft; consiste en permitir la libre distribución o reproducción de una obra o trabajo. Mi trabajo está liberado para que cualquier persona lo pueda hacer bajo determinadas licencias. Subiré online instructivos de cómo desarrollar mis prendas, para que cualquiera hasta en su casa lo pueda hacer. Una iniciativa que forma parte de un movimiento que crece en disciplinas como la música, el arte y también diseño de objetos y piezas en general, claro.
–¿Cuál es el beneficio?
–Liberar la cadena productiva, y no estar atados a las condiciones muchas veces –o hasta me animo a afirmar en general y de alguna manera– esclavizantes. Algo que casi es moneda corriente en el mercado de la moda.
–¿Por qué lo hacés?
–Sólo porque tengo voluntad y ganas de hacerlo. También puede hacerse con fines sociales. Una cooperativa de cualquier parte del mundo puede levantar mis diseños mediante Internet, hacerlos y venderlos a su beneficio. Y este es mi aporte, mínimo, pero es lo que siento que puedo hacer desde mi lugar. No me interesa que mi trabajo sea visto como exclusivo o ser considerada una diseñadora que hace un producto con un valor de lujo, para unos pocos. No quiero estar asociada a ese concepto o práctica. Esto está lejos de mi realidad. Quiero hacer un cambio. Si no hay un cambio real y consciente todo va a seguir igual, va a seguir existiendo la explotación, van a seguir ocurriendo tragedias en Bangladesh como en Flores.
–¿Promovés entonces el diseño libre de autor?
–Sí, lo opuesto a diseño de autor, y esto no tiene nada que ver con oponerse a la creatividad personal. No hay mucha conciencia de con qué uno se viste. Me gustaría aportar algo a que esa idea imperante cambie.
–Sos anticonsumista.
–Sí, no tengo tele ni Internet en casa, me gusta vivir de forma austera, más simple, pero me encanta disfrutar de salidas, viajes y otros placeres. Trato de encontrar un equilibrio. Y la forma que encontré para hacerlo es que el que quiera hacer mi ropa que la haga. De por sí he visto mucho plagio por Palermo..., se que es inevitable que se reproduzca un diseño; por lo menos que se haga libremente sin hipocresía, en favor de quienes lo necesitan o hasta con un fin solidario.
OBJETO QUERIDO. Con esta máquina de coser desarrolló innumerables productos para diversas marcas del mercado. De la sastrería industrial a la de autor, ahora con moldería liberada
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