El nuevo grafiti femenino
Cambian sprays por agujas y pintura por hilo para cubrir la ciudad con tejidos a puro color. La impronta de un movimiento global que comienza a verse en Buenos Aires
Una explosión de colores sale a la calle para alegrar el gris que nos envuelve y alterar la artificialidad urbana. Bancos de plaza tapizados, troncos de árboles customizados, puentes alfombrados y hasta señales de tránsito al crochet: el yarn bombing (bombardeo de hilos) es el nuevo grafiti ecológico.
La movida surgió en 2005 cuando la texana Magda Sayed tejió una funda para el picaporte de su tienda en Houston. El detalle fue impactante: todos los que pasaban se quedaban mirando y hasta se sacaban fotos con la puerta customizada.
"Entonces, buscaba contagiar sorpresas, imaginación y amor. Hoy, vitalizo espacios públicos que en el cotidiano pasarían inadvertidos", explicó Sayed.
Este estilo de acción urbana con lana se fue expandiendo entre artistas del crochet y autodidactas del mundo. Cubrieron las clásicas cabinas telefónicas londinenses, el mítico toro de Bond Street en Nueva York y hasta marcas como Wolkswagen o Smart contrataron a estas artistas del ganchillo para vestir sus autos.
En 2009, el movimiento tuvo un boom importante después de que Mandy Moore y Leanne Prain, artistas callejeras de Vancouver, publicaran el libro Yarn Bombing: The Art of Crochet and Knit Graffiti, una guía de fotos en la que las autoras dan consejos en clave humorística. Fue tal el impacto que, además de ir por su tercera edición, en 2011, Facebook eligió el 11 de junio como Día Internacional del Yarn Bombing.
"El grafiti tejido, al igual que el tradicional, tiene muchas motivaciones: comunicar, politizar, competir. Además, es divertido", explicó Leanne Prain, coautora del libro.
En Buenos Aires empieza a aflorar tímidamente el fenómeno. El año pasado, Lucía Dueñas y Lucía Pouchan, de la marca Nasuco Design, celebraron el 11 de junio cubriendo de hilos la plaza Rivadavia. Pero la verdadera referente local es Licia Santuz, de Knitting Baires, que empezó vistiendo jacarandás en Palermo para terminar siendo contratada por bares y hoteles que buscan impacto sumándose a esta tendencia.
"Es una forma de embellecer la ciudad sin dañar el medio ambiente", describió Santuz la tendencia que también adoptaron marcas como Juana de Arco y Bendito Pie.