
Alfred Ebelot, un francés acriollado
Por María Sáenz Quesada Para LA NACION
1 minuto de lectura'
Uno de los datos dolorosos de la actualidad es la tendencia a emigrar de nuestra población joven. Volver a la tierra de donde vinieron padres y abuelos se ha convertido en la nueva consigna generacional que encierra la esperanza de una vida mejor.
No siempre fue así. La capacidad de integrar al nativo y de asimilar al inmigrante era una de las características de la Argentina. Desde mediados del siglo XIX, a medida que la República se pacificaba y se consolidaba, aumentaba el apego de los recién venidos, que adoptaban paulatinamente el lenguaje y el modo de vida locales. Ese fue el caso de los profesionales franceses que vinieron entre 1850 y 1870 y se destacaron en puestos de responsabilidad, sin que por eso olvidaran sus raíces. Pueden mencionarse, entre muchos otros, los educadores Alberto Larroque, Alejo Peyret y Amadeo Jacques, los dibujantes satíricos Henri Meyer y Henri Stein, los hacendados e intelectuales Carlos Lemée, Godofredo y Emilio Daireaux, y a Paul Groussac, una de las personalidades dominantes en la cultura de su tiempo.
Alfred Ebelot (1839-1920), ingeniero, periodista y escritor, formó parte de este grupo. Había nacido en la Alta Saboya y realizado sus estudios profesionales en París. Debido a sus ideas republicanas, contrarias al gobierno del emperador Napoleón III, se negó a seguir la carrera de funcionario. Esta rebeldía lo llevó a desempeñarse como secretario de redacción de la Revue des Deux Mondes , publicación muy respetada por los círculos cultivados de Europa y América. En 1870, cuando el Imperio parecía más fuerte que nunca y no se sospechaba la catástrofe que se avecinaba, decidió probar suerte en la Argentina.
Llegó en una época de transición. Buenos Aires era todavía " la gran aldea" y se hablaba de "el desierto" para referirse al vasto espacio, distante unos 300 kilómetros de la capital, que estaba al margen de la autoridad del gobierno nacional. En el país, en una población total de 1.819.000 habitantes, la colectividad francesa, de 32.000 almas, era la tercera en importancia. La formaban profesionales, industriales, comerciantes, hacendados, artistas y artesanos. En 1870, las noticias sobre la Guerra Franco-Prusiana, que provocó el colapso del Imperio y la creación de la Tercera República, tenían en vilo a la colectividad y a la opinión pública en general.
Apenas llegado a Buenos Aires, Ebelot fundó un periódico de tono político, Le Républicain , con el propósito de defender los ideales republicanos y la acción de León Gambetta, al que conocía y admiraba. Terminada abruptamente esta publicación a causa de la epidemia de fiebre amarilla -que coincidió con las dramáticas jornadas de la Comuna en París-, el ingeniero francés buscó nuevos horizontes: el gobierno argentino lo contrató para realizar estudios en la línea de la frontera.
El más recordado de los trabajos de Ebelot fue la dirección de las excavaciones de la zanja que se proyectó a manera de escudo para detener los ataques de la indiada pampa y ranquelina. Dicha tarea le permitió tomar contacto con la vida en los fortines del desierto y con la pintoresca variedad de gauchos, indios, milicos, chinas y pulperos que los habitaban. Trató asimismo, en la intimidad de los campamentos, a las personalidades descollantes de la política nacional, que estaba centrada entonces en la resolución del conflicto fronterizo.
Noticias de la pampa
Ebelot relató sus experiencias en una serie de artículos publicados por La Revue des Deux Mondes (1876-1880). Las cosas argentinas, cargadas de exotismo y de lejanía, interesaban a los lectores de esta publicación. Uno de los relatos de la serie, editada más tarde con el título de Frontera sur , describe la última gran invasión de Calfucurá (1875), que había sorprendido al autor mientras se ocupaba de instalar en los alrededores de la Laguna Blanca Grande a la tribu del cacique Catriel, ligada al gobierno por pactos de amistad. Precisamente esa tribu fue de las primeras en sumarse a la invasión.
El ingeniero francés escribe sus notas desde la perspectiva del conflicto entre civilización y barbarie y del derecho del hombre blanco a dominar al indígena. Pero esta concepción se ve atenuada por una fuerte dosis de humanismo. Sin embargo, termina por aceptar el "regalo" que recibe como parte del botín: la entrega de una niña y un niño indígenas. Ebelot se esforzó por compensarlos dándoles una buena educación y mucho afecto.
Terminada la guerra, retomó su vocación de periodista. Escribía casi diariamente sobre política europea y noticias locales en periódicos en castellano y en francés. Colaboraba en Le Courrier de la Plata , el órgano de prensa de mayor prestigio de la colectividad, y en 1886 se incorporó a la redacción de LA NACION. Para ser buen periodista, decía a quienes se asombraban de su fecundidad, no basta el oficio, se necesitan ideas, lecturas y vivencias embellecidas por la imaginación.
Volvió a la literatura en 1889, cuando entendió que la vida rural que él había conocido estaba en trance de desaparecer arrastrada por la modernización. Escribió entonces y publicó en París La pampa. Costumbres argentinas , considerado por los especialistas uno de los libros más veraces acerca de la llanura y sus habitantes. Hay capítulos de este libro, como los dedicados a las mujeres gauchas, que constituyen testimonios insoslayables a la hora de reconstruir el modo de vida y los valores de la sociedad de la frontera. Otros, sobre el recado y el caballo, son fuente de conocimientos precisos.
Interesado por ofrecer a los franceses más información sobre la Argentina, debido al crecimiento de los negocios y de las inversiones en ferrocarriles, tierras e industrias, escribió para La Revue des Deux Mondes un relato sobre "La Revolución de 1890". Expuso entonces su pensamiento acerca de la crisis económica sin ocultar sus simpatías políticas. Era partidario de Mitre como antes lo había sido de Alsina. Tenía fe en el progreso, pero no creía en el desenfreno de la especulación y los negocios generados en tiempos de Roca y de Juárez Celman, ni en el manejo de la cosa pública ajeno a los valores éticos.
En todas sus colaboraciones se perfila como un extranjero que comparte las preocupaciones de la ciudadanía argentina. En 1894 polemiza con Ernesto Quesada sobre las causas por las que no hay en el país núcleos de intelectuales y escritores. Considera que el excesivo afán por enriquecerse es uno de los rasgos negativos de esta joven sociedad. Quesada le responde que precisamente Ebelot es uno de los que han preferido las tareas profesionales que les permiten ganar dinero, y que sus lectores extrañan que no vuelva a insistir con temas tan atractivos como los de La pampa .
Ayuda para repensarnos
Porque Ebelot padecía lo que suele ocurrirles a los periodistas. Las exigencias del taller le impedían dedicarse por entero a su obra literaria. Por otra parte, la Tercera República vivía épocas erizadas de dificultades y él, como director editorial de Le Courrier , debía contribuir a formar la opinión de sus compatriotas. Su compromiso republicano y liberal lo llevaba a combatir a las fuerzas conservadoras, monárquicas y bonapartistas. Fue partidario de revisar la condena impuesta al capitán Dreyfus, acusado de una supuesta traición, como también de la necesidad de armarse para recuperar los territorios perdidos a manos de Alemania. En cuanto al gran libro que se proponía escribir sobre la Argentina, todavía era un proyecto cuando regresó a Francia definitivamente, en 1908, acompañado por su esposa y por la mujer pampa que había educado a la europea. Hasta su fallecimiento, ocurrido en Toulouse en 1920, continuó enviando colaboraciones a LA NACION como una forma de mantener el vínculo con el país donde había desarrollado la parte sustancial de su vida y donde conservaba amigos y lectores.
Recientemente La Pampa. Costumbres argentinas fue reeditado en la colección Nueva Dimensión Argentina, dirigida por Gregorio Weinberg, dedicada a difundir obras clásicas sobre el pasado del país. La lectura de estas obras permite repensarnos desde una perspectiva más amplia que la que nos ofrece la coyuntura actual, sobrecargada de informaciones urgentes que contribuyen a confundir y a desmoralizar. En tiempos de crisis, es bueno regresar a los clásicos, y no solo a los grandes libros de la literatura universal sino también a aquellos más modestos quizá pero tan sólidos y amenos como los que escribió ese francés acriollado que fue Alfred Ebelot.
El último libro de María Sáenz Quesada es La Argentina. Historia del país y de su gente (Sudamericana).




