
Bajo pronóstico reservado
El organismo que durante décadas fue sinónimo de investigación científica en la Argentina enfrenta un momento crucial. El próximo gobierno deberá decidir si continúa la política de integrarlo completamente con la Universidad de Buenos Aires o si, por el contrario, atiende las voces de los investigadores que ven en esto una maniobra para desmantelar la institución.
1 minuto de lectura'
CONICET: laboratorios, científicos, prestigio. Pero también renuncias, portazos, escándalos, recorte presupuestario, decadencia. ¿Qué es el Conicet en 1999? ¿Crece o se muere? ¿Hacia dónde va el organismo que a lo largo de décadas y a pesar de los vaivenes políticos fue la bandera de la ciencia argentina?
La respuesta es incierta. Sobre todo cuando, a poco más de un mes de que asuma el nuevo gobierno, en la Alianza reconocen que faltan discutir varios puntos centrales.
Existen, sí, estadísticas. Pero con los mismos números con que unos predicen el apocalipsis del Conicet, otros juran estar asistiendo a su promisorio renacer.
Hasta 1996, decir Conicet era como decir ciencia. Entonces llegó la reforma a través del controversial decreto 1661/96, que abrió varios puntos de conflicto, entre ellos, uno en particular que engloba al resto de las reformas y es, de hecho, el eje de la discusión sobre el futuro del Conicet. Es también una cuestión casi ideológica: ¿cuán integrado con la Universidad debe estar el Conicet? "Mucho, absolutamente integrado", dice con convicción el presidente del directorio, el ingeniero agrónomo Armando Bertranou. "Sólo lo necesario", sostienen, por otro lado, no pocos investigadores que sienten que el organismo pasa por la peor debacle de su historia.
Pero el Conicet, ¿debe integrarse del todo con la Universidad o debe dedicar sus esfuerzos a fortalecer su sistema de institutos? Para Bertranou, una cosa no quita la otra. Pero para los críticos de la política que llevan adelante las autoridades del organismo, últimamente las cosas se han volcado demasiado hacia el área académica en desmedro de los institutos (llamados ahora unidades ejecutoras).
Universidad: sí y no
El deseo de algunos funcionarios de hacer cada vez más estrecha la relación entre las universidades y el Conicet no es mero capricho. Para el ingeniero Bertranou, el presidente, un mendocino especialista en recursos hídricos, no hay dudas de que el tema tiene un papel protagónico en la magnitud de los problemas por los que atraviesa el sector científico en la Argentina. "Uno de los culpables es la discontinuidad de los programas, que coincide con la discontinuidad de los gobiernos -explica-. El otro es la falta de integración Conicet-universidades, que se asienta en el esfuerzo sistemático por separar la investigación del ámbito universitario, al punto que hoy las universidades son instituciones que forman profesionales y punto. Y este esfuerzo por separar tiene sus bases en que se consideraba que la Universidad era efervescente, de izquierda, y había que mantener a los científicos alejados de eso."
El doctor Jorge Bohdziewicz, investigador independiente del Conicet y presidente del Instituto Bibliográfico Antonio Zinny, tiene una visión diametralmente opuesta: "Se habla de la refundación del Conicet. Yo diría refundición. Desde 1983, con el gobierno radical, se abandonó la política de fortalecimiento de las unidades ejecutoras del Conicet, y sus institutos, donde trabajan muchos de los científicos. Entonces cerraron 80 programas de investigación de un plumazo, y a partir de ese momento los resultados han sido catastróficos, porque quieren convertir al Conicet en un apéndice financiero de las universidades. Para eso, directamente se intenta destruir el sistema de institutos".
"De hecho, el 80 por ciento del esfuerzo del Conicet ya se relacionaba con las universidades -opina la doctora Alcira Battle, directora del Centro de Investigaciones de Porfirias y Porfirinasuna y una de las únicas ocho investigadores superiores mujeres (es la máxima instancia y hay 146 investigadores superiores en total)-. Pero no hay ningún motivo para que estemos al servicio exclusivo de la Universidad. En todo caso, la buena ciencia se puede hacer también en institutos y laboratorios independientes, como en los países más importantes del mundo."
Bohdziewicz insiste: "Es evidente que nos estamos dirigiendo a un punto donde se pierde el espíritu de la creación del Conicet. Bernardo Houssay, su fundador, había advertido que la Universidad no siempre es el lugar propicio para la investigación por esas persecuciones, esas internas... Entonces organizó el Conicet, no para alejarse, sino para mantenerse fuera de la puja política. Eso dio los mejores científicos. Pero ahora lo quieren convertir en una caja complementaria de las universidades para que los investigadores y becarios sólo puedan investigar en la Universidad, pero cobrando sueldos del Conicet".
Claro que el director del Conicet opina exactamente lo contrario: "Yo creo que, justamente, la pluralidad del sistema académico, de las universidades, es el que le da riqueza a la generación del conocimiento. Además, estar cerca del sistema académico significa estar cerca del recurso humano, que son los estudiantes, los becarios, que en definitiva enriquecen a los institutos y permiten avanzar. Conozco a la gente que piensa al revés. Tienen posiciones extremas, que son muy anticuadas".
Sin plata para investigar
Desde su aplicación, el decreto 1661/96 le hizo perder poder al Conicet. Para bien, según algunos, para mal, en la opinión de otros, lo cierto es que el organismo sintió fuertemente el cimbronazo: se lo privó, en gran medida, de la capacidad de financiar investigaciones con el argumento -para muchos, sensato- de que no es posible que el mismo organismo que ejecuta los proyectos científicos, que los lleva adelante, decida cuáles proyectos merecen ser financiados y cuáles no. Aunque algunos investigadores sientan que les robaron ese dinero y que ahora son las empresas privadas las nuevas privilegiadas por los fondos, ya que la nueva política científica apuesta fuertemente por incorporar al sector privado y para eso ofrece todo un muestrario de facilidades financieras.
Hoy, el Conicet les paga el sueldo a sus investigadores. Pero el dinero para investigar se busca en otro lado: fundamentalmente, en la flamante Agencia de Promoción Científica y Tecnológica, un organismo creado para decidir si un proyecto debe ser financiado o no. Los investigadores que antes tenían casi asegurada la financiación por parte del organismo, ahora tienen que competir contra todo el mundo, en la agencia, algo que molesta a gran parte de los científicos.
En todo caso, la problemática sobre el fortalecimiento o la destrucción del sistema de institutos -en pos de la integración con la Universidad- despierta más pasiones.
Masa crítica, cofinanciamiento, evaluaciones, son todas palabras que sintetizan las nuevas políticas del organismo hacia sus unidades ejecutoras. Aunque los críticos sienten que son las herramientas con las que se intenta desmantelarlas.
"Nos ponen muchas trabas en los institutos -dice Bohdziewicz-. El decreto 1661/96 dispone que las unidades ejecutoras sólo pueden funcionar si tienen una masa crítica de gente, una determinada cantidad de gente. Pero hay algo peor: las unidades ejecutoras, para no ser cerradas deben contribuir con el 50 por ciento de los fondos. Y yo me pregunto quién puede poner el 50 por ciento en este país, con esta situación económica y donde las empresas no dan plata para investigación. Es precisamente el Conicet el que debe financiar."
Bertranou se defiende: "Eso de la masa crítica... sí... el decreto 1661/96 habla de masa crítica, pero no pone números concretos -dice-. Obviamente, es algo flexible. Sabemos que no es lo mismo un equipo de investigación biológica que uno de humanidades, que quizá necesite sólo tres personas para funcionar bien. Eso lo diferenciamos bien, son particularidades que contemplamos. Y en cuanto a que las unidades ejecutoras deben contribuir con el 50 por ciento de los fondos... jamás hemos utilizado ese punto estrictamente".
Bertranou asegura que fortalecer el sistema de unidades ejecutoras es una prioridad para el Conicet y que por el momento no se clausuraron más de diez institutos y programas. "Diez que eran indefendibles, porque no producían o no alcanzaban un nivel adecuado", aclara.
Sin embargo, en los números de Battle y Bohdziewicz, la cantidad de unidades y programas cerrados es notablemente mayor. "No se cerraron -insiste Bertranou-. Sólo se integraron con otras unidades ejecutoras, porque estamos potenciando institucionalmente el organismo, articulando las cosas. Por ejemplo, recientemente se unificaron cuatro programas para crear el Instituto de Física de La Plata. No podemos decir que esos programas se hayan cerrado. Nadie perdió su trabajo."
Todo a prueba
A este cuadro complejo se suma el problema de las evaluaciones, que sensibilizan a unos y otros. Empezaron con la vigencia del decreto 1661/96. Primero las unidades ejecutoras se tenían que autoevaluar. Luego, comenzaron a ser evaluadas por comisiones del Conicet. Por último, seis evaluadores externos (cuatro extranjeros y dos argentinos) tenían que dar su punto de vista.
"No entiendo -se queja Alcira Battle-. Nosotros tenemos tradicionalmente sistemas que son muy rígidos y que nos evalúan como investigadores. El nuevo sistema, en cambio, no es malo: es pésimo. Es lento, poco transparente y en los hechos ha producido decenas de casos de injusticias notorias. Hasta tuvo que intervenir varias veces la Defensoría del Pueblo de la Nación en defensa de becarios e investigadores damnificados."
Sin embargo, para Bohdziewicz las evaluaciones vinieron acompañadas por sorpresas. "Es paradójico, pero incluso los evaluadores externos llegaron a las conclusiones a las que hubiera llegado cualquier argentino: que las unidades ejecutoras son tesoros que tiene el Conicet. Que hay que preservarlas, enriquecerlas y agrandarlas. Todo lo contrario a la política que mantuvo el Conicet hasta el presente, que es de achicamiento, hostigamiento y, finalmente, reducción a la mínima expresión. Entonces, ahora, después de tres años de gestión, dicen que van a fortalecer los institutos. Lamentablemente, el propio decreto 1661/96 se los impide."
La reforma -con decreto incluido- además democratizó el directorio, una de las banderas que más les gusta hacer flamear a los funcionarios del sector. De los ocho directores, cuatro son elegidos democráticamente por votación de los investigadores. Otro tanto surge respectivamente del acuerdo de las provincias, las universidades, el agro y la actividad industrial. El presidente del directorio es nombrado por el Poder Ejecutivo, pero no tiene más poder que el resto. Sólo maneja las relaciones públicas. Todo muy consensuado, aunque igualmente criticado. "¿Democratización? ¿Qué tienen que hacer personas que no son científicos en la dirección de un organismo como el Conicet?", dicen quienes están en contra de la medida.
Claro que también falta presupuesto. Siempre faltó. El del Conicet se acerca a los 190 millones de pesos, de los cuales sólo 23 se destinan a proyectos. El resto básicamente se utiliza para pagar sueldos.
La federalización de la ciencia es otro de los ejes de la reforma del Conicet. Destinar mayores fondos a la investigación que se hace en las provincias es algo loable. Aunque el argumento sirvió también para justificar la creación del polémico Crillar, un Centro Regional ubicado en la localidad de Anillaco.
Battle quiere dejar en claro que su prédica no es en contra de Bertranou, sino de la política que está implementando. "El sólo es un ejecutor, no tiene la culpa. Creo que ni siquiera es consciente de todo el daño que está provocando."
Bertranou dice una y otra vez: "Creo que por fin vamos en buen camino". Battle y Bohdziewicz advierten: "Es el peor caos de todos los que atravesó el Conicet".





