Barrio LGBT
Si a monseñor Antonio Quarracino le fuera otorgado el don de volver al mundo de los vivos experimentaría sensaciones ambivalentes al enterarse de la construcción del primer “barrio LGBT”, en la provincia de La Rioja, anuncio que encabezó el ministro de Desarrollo Territorial y Habitat, Jorge Ferraresi.
El antecesor de Jorge Bergoglio en el Arzobispado de Buenos Aires desató, en 1994, una áspera polémica cuando fantaseó públicamente con que gays y lesbianas fueran reubicados en una “zona grande, una suerte de país aparte”.
Una cosa es que conocidos con afinidades decidan por voluntad vivir en el mismo barrio cerrado, o en casas cercanas, y otra muy distinta es que el Estado propicie clasificar a la población según determinadas características.
La construcción de 25 casas en un asentamiento que está siendo urbanizado en la periferia de la mencionada capital provincial podría parecerse a un gueto si sus habitantes deben responder a ciertos patrones sexuales específicos.
No alcanza con el visto bueno de los supuestamente beneficiados por un plan de viviendas: la segregación es lo contrario a la integración en la diversidad que es hacia donde apuntan las sociedades realmente abiertas y modernas.