Batallas que definieron a Occidente
NUEVA YORK
EN el año 480 a.C., una armada persa de 1000 naves, atacó a unas 300 naves griegas cerca de Salamina, frente a la costa de Grecia. Fue "una de las batallas más mortíferas en toda la historia de la guerra naval". Así opina Victor Davis Hanson, historiador clásico y militar, profesor de la Universidad Estatal de California, en Fresno, en un libro provocador: Carnage and Culture ("Matanza y cultura", Doubleday, 455 páginas). Tentados por una brillante maniobra estratégica de los griegos, los persas se metieron en unos canales angostos y las naves griegas los embistieron con sus espolones. Resultado: varios cientos de embarcaciones hundidas y más de 40.000 soldados persas muertos en combate o ahogados.
Hanson dice que Salamina es algo más que un mero ejemplo didáctico de estrategia naval. Heródoto señaló que muchos combatientes persas eran mercenarios o esclavos; cualquier vacilación de su parte se castigaba con la decapitación. Los ciudadanos libres, sostenía Heródoto, eran mejores guerreros, más motivados y más flexibles. Ya lo había dicho Esquilo: los griegos luchaban por su libertad; los persas, por miedo o codicia.
Para Hanson, estas diferencias no se advierten únicamente en Salamina. Analiza otras nueve batallas a lo largo de más de 2500 años, incluidas la victoria de Aníbal sobre los romanos en Cannas (216 a.C.), la de Lepanto (1571) entre cristianos y musulmanes, la masacre infligida por los zulúes a los británicos (1879) y la confusión sembrada por la ofensiva del Tet en la Guerra de Vietnam (1968). En su opinión, los rasgos distintivos de la cultura occidental atraviesan cada una de estas batallas. Los ejércitos occidentales tendían a depender de guerreros que no eran mercenarios, sino ciudadanos libres con algo personal en juego. La mezcla de disciplina y autonomía derivó en un estilo peculiar de combate.
A diferencia de los persas, aztecas, zulúes, otomanos y japoneses, que imponían de manera brutal una obediencia absoluta, los combatientes occidentales han tenido cierta libertad de reacción ante sucesos cambiantes. Esta flexibilidad, dice Hanson, coadyuvó al triunfo norteamericano en las sangrientas acciones contra los japoneses en Midway, durante la Segunda Guerra Mundial. Asimismo, hizo posible el debate antes, durante y después de las batallas; de ahí la extraordinaria variedad y autoridad de las crónicas occidentales de historia militar. El individualismo y la innovación, aguijoneados en parte por economías más libres que las del bando contrario, llevaron a la invención de armas que luego fueron adoptadas por las principales fuerzas militares del mundo.
Desde luego, en muchas de estas batallas, la cultura occidental también pudo contribuir a su propia derrota. Según Hanson, Aníbal y su ejército heterogéneo aprovecharon la estrategia de asalto occidental para masacrar a 50.000 soldados romanos. Para muchos, la ofensiva del Tet fue una derrota occidental (Hanson discrepa en esto), en parte porque los estrategas norteamericanos "hicieron caso omiso de los dogmas de toda la herencia militar occidental". El autor sugiere que nuestra tradición del disenso también aplastó esa herencia. Pero afirma que en Occidente las derrotas, lejos de ser definitivas, indujeron a revisiones introspectivas. Roma resurgió; la experiencia de Vietnam motivó varias décadas de análisis.
En su interpretación, Hanson combina dos visiones de Occidente que han estado en guerra en los últimos treinta años: una ensalza su percepción democrática de la libertad humana, la otra condena su militarismo e imperialismo. Tendemos a considerarlas incompatibles; Hanson afirma que, por el contrario, son inseparables. Los ideales democráticos acrecentaron el poderío militar. "La adhesión a estructuras de gobierno constitucionales, al capitalismo, la libertad de asociación con fines políticos o religiosos, la libertad de palabra y la tolerancia intelectual" produjeron un soldado que puede "matar como ningún otro en el planeta". Por eso las guerras entre países occidentales figuran entre las más sangrientas, pero de ahí, también, el triunfo de Occidente.
Realidad letal
Al razonar de este modo, Hanson se une a un grupo de estudiosos que no atribuyen la dominación occidental al imperialismo moderno. En Cañones, gérmenes y acero , Jared Diamond asigna a la geografía y el medio ambiente una influencia primordial sobre el desarrollo de la tecnología y el poderío de Occidente. En La riqueza y pobreza de las naciones , David S. Landes se inclina por las diferencias en los valores culturales y la organización social. Hanson no concuerda con Diamond, pero amplía el argumento de Landes al sugerir que la cultura, por admirable que sea, crea una "realidad muy letal" en cuanto a las consecuencias de una guerra. Occidente posee una "herencia pesada y, a veces, ominosa", dentro de la cual su modo de hacer la guerra idealmente "más que enterrar a nuestra civilización, la sirve".
Los historiadores militares tendrán que analizar las explicaciones de Hanson. En verdad, no todo es convincente en sus generalizaciones. Ni aborda bien la naturaleza de la guerra de guerrillas moderna o los triunfos islámicos, las grandes variantes entre naciones occidentales o cómo la estrategia de estilo occidental nace de la cultura occidental.
Después del 11 de septiembre, la lectura del libro nos trae a la mente otros temas. Aun aplicando la interpretación de Hanson, la cultura de la guerra occidental hoy es puesta a prueba frente a un tipo de antagonista muy diferente. Sin duda, el individualismo y la improvisación occidentales podrían seguir siendo importantes. La técnica militar de Occidente, tal como la ve Hanson, podría encontrarse en los rápidos ataques aéreos frontales contra objetivos específicos, lanzados en octubre. Y los desacuerdos estratégicos entre quienes dirigen la guerra (que en muchas otras sociedades se ocultan o prohíben) ya son tema de debate público. Sin embargo, ese patrimonio militar puede verse cuestionado, en vista del alcance internacional del enemigo, sus redes de células, la ausencia de un campo de batalla tradicional y la capacidad de recuperación de las pasiones entre los terroristas.
El Departamento de Defensa y Rand Corp. ya han convocado a una revisión estructural de las fuerzas armadas mediante la creación de redes descentralizadas, mejor preparadas para las nuevas modalidades de combate. Quizás, en este caso, la cultura occidental no sólo influirá en los estilos bélicos, sino que éstos, a su vez, comenzarán a transformar la cultura occidental.
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)