Bolsos sí, cuadernos no
Juan Grabois está haciendo una invalorable contribución al blanqueo de la verdadera moral media de los argentinos. Siempre disimulado en votos vergonzantes en favor de algún impresentable, oculto bajo justificaciones de picardías criollas o camuflado de grandes principios que en verdad defienden conveniencias personales, nuestro comportamiento promedio tiende a reflejarse en registros que nunca aceptamos. Dos ejemplos entre tantos: los primeros lugares en los índices mundiales de corrupción o la fama global de incumplidor serial que tiene el Estado argentino.
Cuadro político del catolicismo, Grabois recibió como herencia familiar la militancia en el peronismo confesional que en los sesenta y setenta se llamó Guardia de Hierro y que tuvo entre sus maestros al jesuita Jorge Bergoglio. El hijo de Roberto Grabois se ganó un lugar entre los grupos que pasaron de desempleados estructurales a piqueteros movilizados para consolidarse como fuerzas de presión que obtuvieron subsidios del Estado. Son los miembros de lo que la creatividad argentina llama "economía social", un eufemismo para cubrir a un tiempo la delictiva economía en negro y la dolorosa marginación social. Grabois ha tenido éxito como intermediario de fondos otorgados por un gobierno al que combate sin dejar de negociar nunca con la ministra Carolina Stanley, la dueña de la lapicera que habilita los recursos con los que luego ejercen como opositores.
Sumado tardíamente al kirchnerismo, el dirigente católico más visible desde que Bergoglio se convirtió en Francisco no tiene problemas en exponer nostalgias por cosas que nunca sucedieron. Los fondos que recibe sin que el macrismo le cuestione su militancia eran entregados hasta diciembre de 2015 solo a los que se arrodillaban ante el altar de la obediencia ciega al oficialismo. Importa poco, son detalles.
Si un día marcha para pedir fondos, otro día los acuerda; al día siguiente se moviliza en contra del aborto, que mayoritariamente vota a favor la fracción política que defiende. El martes, por fin, aparece en pantalla como edecán de Cristina Fernández en los tribunales.
¿El Papa le ordena sus pasos? El Papa es su guía espiritual y político. Lo demás es su propia responsabilidad.
Puesto en defensor de la expresidenta, apela a la fe para ponerla a salvo de los cuadernos, de los arrepentidos y de las pruebas. Grabois "cree" que Cristina es inocente y, un poco acorralado, apela a cubrir a todos con el mismo manto: para él, toda la clase política es corrupta. "Así se hace política en la Argentina", justifica a la senadora. ¿Así siempre? ¿Así todos?
Dice que si todos son culpables la absolución divina bien puede empezar por ella. Y argumenta que a grandes pecados la indulgencia celestial siempre será mejor que la mundana justicia de magistrados pecadores.
Grabois es apenas un vocero, un valiente que se atreve a decir lo que millones callan, celebran o toleran. Nos dice que los bolsos de las coimas se justifican, están bien, son armas de la lucha. Leer cuadernos es aburrido y para pocos. Es mejor no saber, con la fe alcanza.