Ciber-indigentes y mangueros digitales
La “ciber-mendicidad” consiste en pedir dinero o recursos a extraños. Existen y se repiten innumerables situaciones engañosas y fraudulentas en torno a ello. Los especialistas en este tipo de fición solicitan asistencia financiera en sitios de redes sociales y plataformas diversas con historias desgarradoras; también llaman por teléfono o envían mensajes privados por WhatsApp.
Con cientos de sitios de mendicidad online, se ha convertido en una práctica común. Supuestamente reúnen dinero para obras de bien como: tratamientos contra el cáncer, hospedaje para personas sin hogar y medicamentos. Operan páginas web y números de teléfono privados respaldados por campañas online para recolectar donaciones y fondos apelando a la sensibilidad de los usuarios desprevenidos.
La oportunidad que explotan los ciberdelincuentes se nutre de una realidad que se instaló a la sombra de la desmesurada adicción a la pantalla, las redes sociales y los sistemas de mensajería. Las deudas de jóvenes estadounidenses por los elevadísimos préstamos a los que tienen que hacer frente para pagar sus estudios universitarios, son cada vez más frecuentes - teniendo en cuenta que tienen entre 15 y 24 años - y lideran todos los rankings de uso de Internet. No es de extrañar entonces que fenómenos como el “cyberbegging” hayan acabado emergiendo.
Una de las diferencias más notables estriba en que la web permite el completo anonimato. Este fenómeno provocó que se lancen para pedir dinero a todo aquel que pueda aportar su granito de arena para reducir sus números rojos.
Uno de los primeros casos de cyberbegging fue el de una joven que reside en Brooklyn y que llegó a acumular una deuda de u$s 20.000 como consecuencia de su “adicción” a la ropa de diseño. Por solidaridad o como acto de excentricidad, en pocas semanas reunió u$s 14.000 dólares en donaciones.
La ciber-mendicidad sirvió de inspiración, a los creadores del portal My Free Implants, la primera red social cuyo propósito es poner en contacto a mujeres que quieren operarse los pechos con hombres dispuestos a pagarlos. A diferencia de lo que venía sucediendo, las interesadas en implantes gratuitos se contactan con los mecenas a través de un chat para convencerles de que necesitan su donativo.
Llamativamente, el número de cyberbeggars, como el de mecenas, no deja de aumentar, sobre todo con la proyección global de las redes sociales y la posibilidad de que los “donantes” sean tentados y contactados desde cualquier lugar del planeta. Tal es lo que sucede en China, donde grupos de influencers se reúnen en las noches debajo de un puente peatonal para grabar contenido en vivo en sus perfiles buscando que sus transmisiones tengan la mayor cantidad de vistas posibles y que les den los “me gusta” necesarios para ganar dinero.
En la Argentina, la situación se ha presentado de forma pendular entre usuarios de cuentas verificadas que iniciaron campañas claras y hasta loables por reunir dinero para obras de caridad o beneficios de terceros; hacia cuentas y portales de seudo “crowdfunding” que apelaron a la susceptibilidad para recibir colaboraciones con dinero para situaciones ficticias.
Teniendo en cuenta que los algoritmos muestran a los usuarios a los streamers que tienen más cerca geográficamente, también se especula con la función de ubicación. Así, las plataformas de streaming permiten a los usuarios buscar con mayor facilidad los contenidos que se producen localmente. Por otro lado, la gente es más proclive a premiar a quien tiene cerca, es decir, que el público dará dinero a un cantante de su barrio que a uno de cualquier otra ciudad o país.
En China el acceso a la geolocalización no está prohibida. Allí las plataformas de transmisión en directo más populares son Youku.com (Alibaba), iQIYI.com (Baidu) y QQ.com (Tencent); todas permiten a los seguidores buscar la ubicación de los streamers, algo que no es posible en otras plataformas populares y difundidas en Occidente, puesto que se consideraría una violación de la privacidad y la seguridad.
Hemos ingresado en una fase de “transmitirlo todo”: asistimos a un recital o vamos de vacaciones y, en lugar de vivenciarlo, todo lo vemos a través de la pantalla. La industria del streaming chino mueve miles de millones, y la pandemia fue un catalizador para su crecimiento. En 2020 el mercado chino representaba una cuarta parte del mundial, con un valor de unos u$s 60.000 millones. Según un informe del regulador de ese país, aquel año había más de 130 millones de cuentas.
El gobierno chino tiene como objetivo el sector del ‘streaming’ con un condimento omnipresente: en cada acción se obliga a “un cumplimiento” de nuevas medidas de control, prohibiendo el contenido que “debilite, distorsione o niegue el liderazgo del Partido Comunista Chino”, y al mismo tiempo, exigir que los influencers acrediten sus conocimientos.
¿Cómo podemos los usuarios evitar estafas a la hora de ser solidarios? Colaborando o transfiriendo dinero desde la propia computadora o dispositivo, siempre verificando previamente la información del usuario o entidad que solicita la colaboración y del website. ¿De dónde es? ¿qué datos proporciona? ¿dirección? ¿medios de pago? Es importante leer los términos y condiciones y reseñas de otros usuarios.
Las precauciones antes de ingresar los datos de los medios de pago son críticas; por lo que debemos comprobar que haya un pequeño candado cerrado en la ventana del navegador y nunca selecciones la opción “recordar contraseña”; los ciberdelincuentes crean miles de sitios web y aplicaciones para smartphone falsos para estafar a los consumidores desprevenidos. Por lo tanto, siempre asegurarse de estar en el sitio web oficial o en la aplicación móvil del sitio web.
Los ciberdelincuentes tienen éxito en sus esfuerzos porque juegan con la emoción de las personas. Hoy los influencers hacen desde tutoriales de maquillaje, hasta grabaciones de “covers” de canciones famosas en la caza de más “likes”. Se trata de un giro paradigmático del formato de cirujeo que pasó de depender exclusivamente de la calle, a las plataformas web.
Especialista en riesgo tecnológico y negocios