Lentos aprendizajes de Cristina y Macri
El presidente Mauricio Macri machaca una y otra vez a cada interlocutor que se le acerca que si las variables principales del mercado se dislocaron tan dramáticamente entre el viernes 9 y el lunes 12 de agosto se debe exclusivamente a que en el medio de esas dos fechas tuvieron lugar las PASO, que depararon un resultado tan demoledor a favor de Alberto Fernández que los mercados y los principales índices de la economía se dispararon por el temor al drástico cambio de plan que tendría lugar si resulta finalmente elegido.
Por si hubiese alguna duda, desde entonces, a cada precaria estabilización que el Gobierno logra de la difícil situación económica sobreviene una nueva y desaprensiva descarga del candidato del Frente de Todos que suele poner otra vez las cosas patas arriba, lo que confirma también que el anterior orden diseñado es lo bastante endeble como para que cualquier nuevo viento lo ponga siempre en jaque.
La incertidumbre sobre el futuro reina porque los dos principales candidatos realizan un contradictorio ballet en dos movimientos: 1) cuando intercambian llamados telefónicos y amagan comportarse como estadistas del mundo desarrollado, los mercados tienden a calmarse y 2) cuando Macri y Fernández se radicalizan en sus posiciones originales, la fiebre de los mercados empieza a subir de vuelta. El primero está obligado a hacer mejor letra por sus responsabilidades institucionales. El otro no las tiene, pero posee temible poder de fuego. Y lo usa.
En contraste absoluto, en esta semana que pasó, Chile demostró una vez más por qué le suele ir mejor que a nosotros: tras la reivindicación de la dictadura pinochetista y hasta del martirio del padre de Michelle Bachelet por parte del mandatario brasileño, Jair Bolsonaro, Sebastián Piñera le salió al paso para defender a la dos veces presidenta del país trasandino. Es que aun cuando se encuentran en las antípodas ideológicas se han transmitido el mando en más de una ocasión y han desayunado en total armonía al día siguiente del triunfo de una o del otro.
Las desgastantes guerras a muerte en la Argentina entre políticos de distintos bandos, que han llegado al colmo de abortar la transmisión del mando, tal como sucedió en 2015, impiden la natural continuidad de políticas de Estado entre gestiones de distinto signo. No solo eso: esa agresividad impregna al resto de la sociedad, que también se encolumna desde veredas enfrentadas, potenciando sus odios inconducentes en las redes sociales, convertidas en letrinas infestas en las que el debate (que es la posibilidad de establecer consensos entre diferentes) nunca puede tener lugar, ahogado como está en difamaciones, cinismos variados, demonización constante del otro y un monstruoso superávit de fake news.
En ese escenario tan complejo, los dos principales contendientes de la política argentina de los últimos años, Mauricio Macri y Cristina Kirchner, parecen dar al mismo tiempo pequeños pasos en busca de completar lo que les falta. En el caso de la expresidenta, en la última presentación de su libro, ensayó una solapada autocrítica al reconocer que, aun en sus excesos, los señalamientos de los medios los había hecho mejores a ella y a su staff. Macri, por su parte, hace un curso veloz de sensibilidad social con la batería de medidas urgentes que puso en marcha para paliar los dañinos efectos de la devaluación, algo que no fue característico en sus más de tres años de gestión.
No se sabe cuán sincera pudo haber sido la reflexión de la artífice de la candidatura presidencial de Alberto Fernández, pero es indudable que ha escuchado al exjefe de Gabinete, que no se ha cansado de decir que la guerra con los medios terminó y que no se le debe prestar tanta atención al pretendido poder que se les asigna. La cercanía del candidato más votado en las PASO con el enemigo Nº 1 del cristinismo en su apogeo, Héctor Magnetto, produce malestares en aquellas huestes que solo contiene la decisión táctica de la jefa de ese sector de no reaccionar (por ahora), si bien los efectos ulteriores del episodio ya produjeron la primera baja (la salida de Víctor Hugo Morales de la pantalla de C5N, disimulada en una frustrada puja salarial, tras expresar su obsesionada inquietud de siempre por las aproximaciones al CEO del Grupo Clarín).
El contundente voto protesta que, por su parte, recibió Macri lo hizo reflexionar que fue insuficiente ser titular del gobierno que dedicó más fondos a lo social o sus constantes visitas "instagrameadas" a emprendedores de distintos niveles sociales. Pudo mucho más en su contra el agujero que le hicieron en los bolsillos a la clase media y media baja los tarifazos, la inflación indomable, la recesión y la indiferencia a promover el consumo popular y a frenar la caída de la actividad económica. Por eso, cuando retome la campaña, ya no le hablará tanto al mercado. Procurará, en cambio, demostrarle al ciudadano de a pie cómo piensa proteger mejor su dinero, en el supuesto de que los resultados se den vuelta y pueda acceder a un segundo mandato.
Un enigma que solo se despejará en la noche del 27 de octubre: ¿la actual sobreexposición de Alberto Fernández, y algunas de sus muy polémicas incursiones, le generan desgaste a su candidatura, y consecuente pérdida de votos, o, por el contrario, lo potencian?
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