
Crisis algodonera
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El cultivo del algodón, tras un período de gran auge, ha decaído notablemente debido a una sucesión de infortunios tales como inundaciones, heladas y sequías que acompañaron a tres de las cuatro campañas agrícolas del lapso 1998-2001, a la que se agregó una profunda depresión de los precios internacionales de la fibra. Esa desafortunada conjunción está proyectando una intensa influencia sobre las provincias del Chaco y Santiago del Estero cuyos sembradíos abarcan, respectivamente, el 62 y el 22 % del total nacional. Formosa, Santa Fe, Corrientes, Salta y Catamarca comparten la crisis, pero para el Chaco, en particular, ella representa un golpe muy duro.
Larga y fructífera ha sido esta actividad para el norte argentino; hace casi un siglo el entonces Ministerio de Agricultura distribuía semillas con el objeto de mejorar y expandir los escasos cultivos. Unas décadas después, en 1957, se sembraron 700.000 hectáreas, superficie sólo superada en dos ocasiones desde entonces. A partir de la cosecha del algodón da comienzo la etapa industrial con el ingreso del producto a las desmotadoras y su separación en fibras y semillas, las que a partir de allí toman caminos diferentes. La fibra abastece las fábricas textiles y también se exporta, mientras que la semilla hace posibles las fábricas de aceite comestible y es complemento de la alimentación animal. Pese a la creciente mecanización, el carácter intensivo de este cultivo determina que siga siendo una fuente importante de empleo en la región.
En 1988 comenzó una etapa expansiva de la producción de algodón que se extendió durante diez años. En ese lapso hubo dos siembras que superaron el millón de hectáreas, en función de los elevados precios internacionales de la fibra, cuya producción alcanzó las 310.000 toneladas en 1996, lo que equivalió nada menos que a 530 millones de dólares de ingresos por exportaciones. Se inició a continuación un pronunciado ciclo recesivo que llevó a que en 2000 el área sembrada fuera de apenas 170.000 hectáreas, un 15 % de la de cuatro años antes. La producción de fibra se redujo a unas paupérrimas 65.000 toneladas, insuficientes para el consumo local. El desolador panorama resulta de la suma de los factores climáticos, la recesión económica y los deprimidos precios mundiales derivados de la política de subsidios que siguen las naciones productoras y exportadoras. La cotización de la fibra de alrededor de 1,60 dólar por kilo en 1996 y 1997, ha descendido hasta 85 y aun 75 centavos de esa moneda.
Nada ha cambiado como para que se incremente la siembra que se inicia dentro de poco, de suerte que habrá una reiteración del cuadro productivo descripto y se volverá a importar fibra. Por cierto, las tierras no quedarán ociosas y todo hace prever que serán sembradas con soja. Pero este cultivo ocupa menos brazos y su difusión anticipa una tendencia excesiva a la producción de esa oleaginosa, tal vez causa de eventuales problemas de comercialización.
La actividad algodonera no ha declinado por motivos estructurales. El fenómeno se debe a esas tres temporadas de catástrofes climáticas y a la baja en los precios. En cualquier país agrícola cabe suponer que hay recursos disponibles para atender emergencias, en particular si son tan previsible como los trastornos del clima. No obstante, el descontrol presupuestario y financiero aporta lo suyo e impide lo que debería ser una rutina en situaciones como la presente.




