
Cuando los cigarrillos se hacen humo
Por Sebastián Alvarez Murena Para LA NACION
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ROMA
"HOMBRES inmorales, enemigos de la tranquilidad y del orden, de los cuales no sabe definirse si mayor es el orgullo, la pequeñez, la codicia o la prepotencia, dábanse especial esmero en los pasados días en esta ciudad y provincia, con maneras tan subrepticias cuanto suficientemente transparentes, embistiendo a algunos con arrogancia, persuadiendo a otros con melifluos consejos, según el carácter tímido o valiente de la persona a quien se dirigían, engañando a todos con vil impostura para conseguir, posiblemente, la desistencia de fumar tabaco por los amantes de esta de por sí inocente costumbre".
Con estas palabras se dirigía Nicola Milella, delegado apostólico y prelato domestico di Suà Santità Pio IX, a los habitantes de la ciudad de Viterbo, allá por 1851. En la misma notificación, expuesta en todas las "tiendas de café y de billar", el indignado prelado especificaba que "un digno desprecio debería contraponerse a tan absurdo, miserable y extravagante concepto si los creadores del mismo, con el uso para ellos habitual de la mentira y de la calumnia, no se hubiesen dado el fin de persuadir a los débiles, los simples y los idiotas, de que en el gobierno mismo se originaba la prohibición de fumar tabaco", y decretaba que "no está permitido a nadie impedir, o contrariar, sea directa o indirectamente en cualquier modo la costumbre de fumar tabaco, ni con amenazas ni con consejos", proclamando al fin que tales acciones serían castigadas con penas inmediatas de un año de cárcel y que este mismo tratamiento se le reservaría a quienes divulgasen "noticias o escritos alarmantes, contrarios a la sana política o se reconocieran poseedores de tales impresos o escritos".
Realmente una Italia de otros tiempos, en la que un delegado de Su Santidad intervenía de manera tan directa en defensa del derecho de fumar. Pero a quien hoy se sorprenda leyendo esas líneas, debemos recordarle que en ese entonces existía en los Estados Pontificios un monopolio de fabricación de tabacos, cuyo gran jefe era, a final de cuentas, el mismísimo papa. Y si quedaran dudas sobre la importancia que el tabaco tenía para la administración vaticana, baste ver el grandioso edificio en el barrio de Trastevere encargado, precisamente, por el pontífice a quien Nicola Milella representaba y sobre cuya fachada aún se puede leer la inscripción latina en caracteres cubitales que recuerda que ese inmueble fue construido por Pío IX para la explotación de las hojas de Nicotiana tabacum. Luego vino 1870, la invasión piamontesa y la unificación de la península itálica, y el monopolio de tabacos de la Iglesia dejó de existir como tal para transformarse en monopolio del Reino de Italia y más tarde, a partir del plebiscito de 1946, en monopolio del estado italiano. En esta condición siguió existiendo hasta hace un par de años, cuando, debido a las leyes de la Unión Europea que prohíben los monopolios, la empresa fue vendida a una sociedad multinacional. Adiós al glorioso palazzo en Trastevere, con oficinas de techos de madera y vista al Janículo; adiós a las sugestivas fábricas siglo XIX en el centro de ciudades históricas y adiós a la sublime iglesia desconsagrada en Toscana, donde bajo frescos seculares mujeres campesinas acondicionaban las largas hojas de tabaco ahumado y fermentado con que se fabrica el tradicional cigarro Toscano.
Pero nostalgias estéticas aparte, la cuestión es que hoy, con más de veinte años de retraso respecto del mundo anglosajón, Italia está finalmente entrando de lleno en la era del "prohibido fumar".
Para los fumadores italianos -más de 14 millones, el 25% de la población- ésta es una situación totalmente nueva. Por años, parte del placer de vivir en Italia era el de poder fumar más o menos en todos lados, con muy pocos problemas de convivencia con los no fumadores. Italia es un país civilizado y, fuera del hecho de que hasta hace no mucho tiempo fumaba más o menos todo el mundo, raramente se dejaban de apagar los cigarrillos en presencia de bebes o de alguien que lo pedía amablemente. En cuanto a los efectos nocivos de este vicio, la idea era que el tabaco sí hacía mal, pero los comentarios al respecto no solían ir más allá de un conocido refrán que dice: "Bacco, tabacco e Venere, riducono l´uomo in cenere" ("Baco, tabaco y Venus, convierten al hombre en ceniza").
Es por esto que será interesante ver cómo las nuevas leyes antitabaco irán alterando las costumbres de los italianos, fumadores y no fumadores. Hasta ahora, todo parecía haberse limitado a una gradual reducción de los contenidos de nicotina y alquitrán de los cigarrillos, a una prohibición de definiciones en los envases como "ligeros" o "suaves", y a la imposición de gigantescas inscripciones en los paquetes de cigarrillos que, a diferencia del pasado, ya no se limitan a recordar estadísticas pintorescas, como el hecho de que cada año mueren más personas por fumar que en accidentes de tránsito, y que ahora sentencian sin más vueltas que "el humo mata" o provoca "cancro mortale ai polmoni" y -tal vez peor, en un país del Mediterráneo- que vuelve impotentes a los hombres.
En cuanto a las consecuencias indirectas de esta prohibicion del tabaco, a diferencia de Irlanda, donde los propietarios de pubs denuncian que sus negocios están sufriendo mucho por la prohibición total de fumar en lugares públicos, ya que para todo fumador es inconcebible tomarse una copa sin acompañarla de unas bocanadas de humo, en Italia la campaña antitabaco está teniendo consecuencias sorprendentes en sentido contrario.
Un ejemplo que valga por todos, es el de una tradicional trattoria romana que opera en un local cercano de la plaza Navona. Allí, el encantador propietario adoptó con entusiasmo las nuevas leyes mucho antes de que fueran puestas en vigencia, clavando en todas las paredes carteles de prohibición sin pensar, ni por un instante, en instalar el filtro purificador de aire que le permitiría dedicar una parte de su establecimiento a los adictos a la nicotina. El motivo no es ahorrarse el precio de esta máquina, sino el de reducir notablemente el tiempo medio de ocupación de cada mesa, cosa indispensable para el buen funcionamiento de un restaurante como el suyo, que generalmente tiene cola de espera en la puerta. Para esto, en el pasado, el dueño contaba con una sola arma: el no servir café, que por un lado quita el sueño e induce a los clientes a charlar y no irse, y por el otro se puede cobrar por él un precio que no paga el uso de la mesa como lo hace un plato de pasta. Ahora, gracias al ministro de Salud, el hombre tiene dos armas: dos vicios arrancados de cuajo. Uniendo lo sano a lo útil, los negocios andan aún mejor que antes. Cosa sorprendente, pues la mayoría de sus clientes eran y siguen siendo fumadores.
Para fines de este año, el gobierno anuncia medidas aún más estrictas: no ha vuelto a hablarse de la interesante iniciativa de "decorar" los paquetes de cigarrillos con fotos de pulmones de fumadores, pero sí pasará a ser efectiva la prohibición total de fumar en lugares públicos que no tengan áreas reservadas especialmente equipadas.
Quién sabe cómo reaccionarán los italianos ante estas duras primeras imposiciones, y de qué manera la picardía italiana se les rebelará. Hasta ahora, una de las soluciones más poéticas ante las nuevas leyes viene una vez más de Nápoles, desde siempre cuna de la más creativa desobediencia al sistema: al fumador que no desea ver las amenazadoras inscripciones en los paquetes, se le ofrecen unas diminutas postales, románticas acuarelas de Nápoles y Capri, que pueden deslizarse entre el paquete y el celofán ocultando los funestos vaticinios.
Hasta aquí hemos hablado de los fumadores, pero decíamos antes que las nuevas prohibiciones tendrán efectos para todos los italianos, fumadores y no fumadores. Para estos últimos, efectos positivos, podría pensarse, pues se alegrarán de poder finalmente exigir que los primeros no los contaminen más con sus tóxicos pitillos y tagarninas. Pero también es posible que de aquí a unos años esta alegría se disuelva literalmente como humo en el aire, pues si las nuevas leyes realmente consiguen reducir las ventas de cigarrillos, igualmente empezarán a mermar los más de 10.000 millones de euros que el Estado cobra por año por medio de los impuestos sobre la venta de tabaco.
Por experiencia, se sabe que una vez que un impuesto no rinde más lo esperado, simplemente se agrega otro, que posiblemente no sea tan discriminante como el que en este caso tendría que complementar, y deba ser pagado por fumadores y no fumadores.
En líneas más generales, también es posible que algún día las modas cambien y la sociedad desarrollada se dé cuenta de que el humo es un vicio sin duda malsano, molesto y maloliente, pero, justamente por esto, es un vicio, actividad que, la historia nos enseña, no puede ser prohibida sin el riesgo de volverla aún más popular.
El autor es periodista, se especializa en entrevistas y notas de viajes.




