De Gaulle, crisis y política exterior
"Al retirarse la marea, deja de pronto al descubierto, de un extremo al otro, el cuerpo convulsionado de la nación".
Como en este ejemplo, Charles De Gaulle plasmó vivaces y agudas observaciones en sus escritos sobre su participación en la Segunda Guerra Mundial, en este caso en su rol como presidente provisional luego de la terrible ocupación alemana. También describió vívidamente sus experiencias en su papel de primer presidente de la quinta república francesa (1958-1969). Varias de sus apreciaciones tienen hoy una sorprendente vigencia a nivel internacional, y particularmente en el caso de la Argentina.
En sus Memorias de guerra, De Gaulle describió su experiencia en liderar situaciones traumáticas en una Francia devastada económica y moralmente, con enormes enfrentamientos ideológicos, luego de la ocupación germana. Varias de sus reflexiones resuenan hoy en el extremadamente complejo marco de las crisis sanitaria y económica que enfrenta el gobierno argentino. Así, De Gaulle escribió que "los datos eran demasiado distintos, demasiado complejos, demasiado móviles, como para que se pudieran fijar en forma exacta y anticipada, los detalles, las fases, y el ritmo de las soluciones". Ante esto era crítico, "en medio de los problemas que se entremezclan y los argumentos que se enredan, el poder distinguir lo esencial de lo accesorio". En este convulsionado contexto, De Gaulle bregaría por restablecer el libre flujo de opiniones y de sentimientos, afirmando que "en un sentido profundo, es una condición esencial del orden". Al reflexionar a posteriori sobre estos episodios, concluiría pragmáticamente que ninguna prueba cambia la naturaleza del hombre, y que ninguna crisis cambia la naturaleza de los Estados.
En cuanto a la política exterior, De Gaulle escribió algunas valiosas observaciones en su libro Memorias de esperanza, que reflejan sus vivencias como primer presidente de la quinta república. Una reflexión interesante era que durante la tercera república (1946-1958), "en cuanto a los asuntos exteriores, los extranjeros, a fin de cuentas, determinaban y obtenían aquello que pretendían de Francia". Para terminar con esta situación, su país debía tener un rol internacional conforme con su ingenio, que respondiera a su interés, y fuera proporcional a sus recursos. Esta ambiciosa y lúcida observación implicaba también que las diplomacias no podían desentenderse de aumentar, o por lo menos mantener, los recursos de sus respectivos países, ya que esto les daría un mayor poder de negociación. Particularmente en lo económico, donde De Gaulle afirmaba que "no basta con hacer bien lo que hacemos, sino que debemos hacerlo mejor que los otros".
De Gaulle distinguiría, en plena guerra fría entre EE.UU. y la Unión Soviética, a aquellas naciones que aceptaban la colaboración brindada por una de las dos partes, o de las dos, pero a las que le repugnaba alinearse con una de ellas. Este punto puede ser válido hoy, en pleno enfrentamiento entre EE.UU. y China, como uno de los componentes a tener en cuenta al manejar en forma equilibrada la relación con EE.UU. y China. Inclusive en el caso de la Argentina. Por otra parte, De Gaulle consideraba que en materia de relaciones exteriores, lo exagerado no cuenta. Esto tiene especial relevancia en el caso de nuestro país, donde lo exagerado no ha sido infrecuente en las últimas cuatro décadas en materia internacional, manifestándose recientemente en la intención de no participar en las negociaciones del Mercosur con nuevas geografías.
En cuanto a sus apreciaciones sobre la democracia, De Gaulle veía en el Estado no a una yuxtaposición de intereses particulares de la que no pueden más que originarse compromisos débiles, sino más bien a una institución de decisión, de acción, de ambición, que debe expresar y servir siempre al interés nacional. De Gaulle se mostraba particularmente preocupado con un fenómeno que es frecuente en el caso de Argentina: el de los interesados en ocupar el poder, menos para servir al país en su conjunto, que para aplicar su programa particular. Finalmente, consideraba que en los tiempos difíciles que atravesó fue crucial comunicarse en la forma más franca y directa posible en términos políticos. Así, afirmaría que "no me libraré jamás a las acrobacias de ideas y de fórmulas que practican los juglares de las dudas y las contras, los ilusionistas en coloquios y periódicos, y los acróbatas de la demagogia".
Especialista en relaciones internacionales; miembro consultor del CARI y del Cippec