De Laura de hoy a las historias de Clarita
Bárbara Raimondi recrea la infancia de una niña de los años 70, con la atemporalidad de los clásicos
Cuando íbamos en colectivo, mi abuelito Armando -siempre inquieto- nos esperaba en la parada del 109, sobre la Avenida San Martín, a la altura de la pizzería La Corona. Si tomábamos un taxi, lo encontrábamos escuchando la radio y contemplando el mundo desde ese balcón que daba a la calle Maturín. Mi abuelita Piba, en la cocina, me esperaba con una ensalada de lechuga y tomate, cortada bien chiquita, que condimentaba con un aceite y abundante vinagre de alcohol. Ponía un churrasquito en la plancha y me convidaba las gloriosas empanadas de pollo que preparaba mi tía Porota. De cada excursión a La Paternal, en los años de mi pubertad, me llevaba un souvenir. Mis abuelos, lectores de La Nación, me guardaban prolijamente recortada la columna Laura de hoy, que durante más de una década, la periodista Dionisia Fontán publicó semanalmente en el suplemento infantil y juvenil del diario.
Esta semana, con mi hija Lulú, terminamos de leer Clarita (Editorial Dunken), un libro donde resuenan ciertos ecos de aquellas historias en las que Dionisia se ponía en la piel de Laura, una adolescente de los 80.
Clarita llegó a mis manos gracias a mi amiga Mariana Eliano, talentosa fotógrafa y editora de la revista Lugares. Hace unos meses ella había publicado en su muro de Facebook palabras elogiosas para este libro de Bárbara Raimondi, cuya portada es la foto de una niña, la propia autora, en las playas de Mar de Ajó. Resulta que Bárbara y Mariana son amigas desde la infancia, ese territorio entrañable desde donde surgen los recuerdos que le dan forma a los 23 relatos que integran el libro. Si bien pueden leerse de manera independiente, puestos así, todos juntos, evocan el slogan de la Gestalt: “el todo es más que la suma de las partes”.
Ese todo, en mi caso, también implica haber compartido la lectura con Lulú. Los libros (y a veces algunas canciones) son nuestro punto de encuentro antes de dormir. Y aunque Clarita no sea un libro infantil, esas historias (igual que las de Laura de hoy) narradas en primera persona, conectan con los sentimientos y vivencias infantiles. Para construir estos relatos, la autora evocó algunos incidentes reales de su propia infancia, en los años 70. El resto, claro, es literatura.
En un punto, funciona como un retrato de la vida cotidiana en aquellos años. Un inventario de usos y costumbres en la casa, en la calle y en la escuela, que incluye rescates emotivos: la Enciclopedia Salvat, el primer asalto (¡el baile!) y una excursión a los lagos de Palermo. Sin embargo, más allá de esa escenografía, Clarita tiene la atemporalidad de los clásicos. En definitiva, la vida de esa niña, desde los primeros años de la primaria hasta la pubertad, no parece ser tan distinta, en su esencia, a la de una niña de hoy, aunque haya pasado casi medio siglo.
Mientras leíamos su libro, Mariana nos puso en contacto con Bárbara, que nació en Cuba y llegó a la Argentina siendo una bebé. Fue maestra de primaria, estudió teatro y clases de Dirección Teatral con Juan Carlos Gené, y creó su propia compañía de teatro infantil, Eternos Pibes. Desde hace años está radicada en Kingston, una ciudad de Ontario, en Canadá, junto a su marido Adrián y su hija Gala. Por Whatsapp, nos mandó fotos de sus tres gatos, Oliver, Milo y Lunita. Con Lulú, le mandamos una foto de Billie, nuestra mascota. Ella le dedicó un microcuento a mi hija, que publicó en su muro de Facebook.
Bárbara ostenta una sensibilidad especial. Y aunque viene de una familia de artistas, empezó a escribir de casualidad. Una tarde de diciembre publicó un cuento navideño en las redes sociales y tuvo tan buena repercusión entre sus amigos lectores, que se arengó. Encontró, en esos relatos, una voz propia, cálida e íntima. Un estilo atrapante, que estiraba la hora de lectura cuando Lulú me pedía, antes de apagar la luz, que leyéramos un cuento más.