
De Michael Moore a Confucio (y viceversa)
Por Alina Diaconú Para LA NACION
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"La inmoralidad engendra inmoralidad" se dice en el documental Fahrenheit 11/9 . En otro momento del film de Michael Moore, un soldado norteamericano manifiesta que al matar siente que muere una parte de sí mismo. El tema de la película es, evidentemente, la moral. Y, en consecuencia, también la falta de ella.
Este planteo nos remite de inmediato a ese misterioso chino, de larga y oscura barba, de cejas que de tan tupidas caían hacia los costados, sentado en una silla de respaldo barroco y oriental, a ese hombre-mito llamado Confucio.
Kung Tse (denominado Confucio, a la manera latina) nació en el año 551 antes de Cristo en Chang Ping, hoy Kufu, provincia de Shan Tung, y murió en 479 a. C. De su vida no se sabe demasiado y eso dio pie a varias leyendas. Una de ellas dice que habitó el vientre de su madre once meses y que al nacer presentaba en su coronilla una pequeña hendidura, señal de que allí había un ser excepcional.
Trabajó desde muy joven en la administración de ganado y de graneros, ya que su familia, de extracción rica, se había empobrecido hasta llegar a sufrir penurias máximas. Alrededor de los 40 años fue nombrado intendente del principado de Lu y luego se hizo cargo de la justicia y la seguridad del lugar, convirtiéndose en un verdadero reformador del orden y en custodio del cumplimiento de la ley.
A los 60 años comenzó a dedicarse a la enseñanza. Cuentan que fue el maestro de tres mil discípulos y que con muchos de ellos peregrinó durante trece años por su país, de corte en corte, tratando de que los monarcas respectivos pusieran en práctica sus conceptos sobre justicia y convivencia. Rompió con el sistema educativo reinante y abrió una escuela privada, en la que recibía a ricos y pobres por igual. "Mi enseñanza está destinada a todos, sin distinción", decía.
El confucionismo no es una religión, sino una filosofía práctica, un método de pensamiento que busca el perfeccionamiento, una constante en la concepción oriental de la realización personal.
"Para él - escribe Coumba Diop, en un interesante artículo que leímos en Francia- el buen funcionamiento de una sociedad pasa obligatoriamente por el conocimiento de un orden cósmico superior, portador de preceptos universales, y por el reconocimiento de un orden íntimo, propio de la naturaleza humana."
Lo que predomina en Confucio es el sentido ético. La base de toda forma política es, para él, la moral. El hombre debe conducirse, según Confucio, poniendo en práctica estas virtudes: bondad, honestidad, sabiduría y lealtad. Su obsesión es la buena convivencia entre las personas.
Dice Confucio: "Si un hombre sabe gobernarse a sí mismo, ¿cuál será la dificultad para gobernar el Estado? Mas el que no sabe gobernarse a sí mismo, ¿cómo podrá gobernar a los demás?"
Para autogobernarse hay que autoconocerse. Y de esto mismo hablaría Sócrates, un siglo después, al recomendar conocerse ,en primer término, a uno mismo.
Autocultivándose, como quería Confucio, el hombre se convierte en un ser superior, una especie de faro que irradia sabiduría, sabiduría que se va a propagar a su alrededor, a toda la sociedad.
Ese mismo principio de empezar por uno para mejorar a otros fue el que sostuvo Krishnamurti (entre otros pensadores indios, en el siglo XX) al escribir La paz individual es la paz del mundo.
"Para gobernar un pueblo -pregunta Confucio- ¿necesita usted la pena de muerte? Sea usted mismo virtuoso y su pueblo será virtuoso". La ejemplaridad es esencial .
Pensemos no sólo en los Estados Unidos y en su momento actual, tras el 11 de septiembre (presentado con tanta crudeza por Moore), sino en nosotros mismos y en nuestra historia más reciente con los últimos gobernantes.
No hace falta una pena de muerte, expresa Confucio. Sea usted mismo, el que tiene el poder, el que da el ejemplo, una persona virtuosa, y su pueblo será virtuoso.
Una persona virtuosa, por lo menos, no miente, no roba, no mata.
Recordamos el principio de correspondencia de Hermes Trimegisto. Se trata de una ley universal que rige en todo: en lo material, en lo mental , en lo espiritual. "Como es arriba, es abajo. Como es abajo, es arriba", reza ese principio. Y se complementa muy bien con el principio de causa-efecto que, asimismo, figura en El Kybalion: "Toda causa tiene su efecto. Todo efecto tiene su causa".
¿Escuchó el pueblo chino a Confucio? Voltaire escribió estas líneas sobre el gran reformador que nos ocupa: "El no habló sino como un sabio, no como un profeta. Y, sin embargo, le creyeron, incluso en su propio país".
De Confucio han quedado sus varios libros, ya clásicos, y no pocas referencias bibliográficas.
En cuanto a su fisonomía, conocemos su rostro barbudo, sus ojos mirando el suelo y la gorra trenzada sobre su cabeza, gracias a una estampa del siglo XVII, hecha sobre la base de un grabado en piedra del siglo XII, inspirado, a su vez, en una pintura del siglo VII.
Permanecen desde hace 2500 años sus máximas y sus pensamientos, que aluden, en el más contemporáneo de los lenguajes, al más contemporáneo de nuestros dilemas: la ética.
Aplaudido por muchos y odiado por otros de sus compatriotas, Michael Moore ha osado meterse con este gran tema, en una visión crítica y descarnada que conmueve y cuestiona las conciencias. Al igual que Confucio, quien llevaba su palabra y su idea de moral y de autoconocimiento por toda China, Moore lleva a muchísimos países su película simple y directa que conlleva una búsqueda de verdad, denunciando la hipocresía que viene desde arriba y que puede infectar no sólo a toda la sociedad, sino al planeta entero.
"La inmoralidad engendra inmoralidad", sostiene en su película Michael Moore.
Se me hace que lo que todos estamos pidiendo a gritos, aquí y en el mundo, para honrar a Confucio, es un saneamiento ético.




