Desafíos de la universidad en el mundo actual
No debe haber tabúes en el momento de analizar las numerosas y crecientes falencias de la educación pública superior para subsanarlas
El debate que se está dando en el país sobre el financiamiento universitario parece un buen momento para plantear diferentes aspectos relacionados con la calidad educativa, la tasa de graduados y la vinculación de las universidades con el mundo laboral y el de la investigación y el desarrollo.
Un reciente artículo de LA NACION planteó que cuestionar el sistema universitario no es sinónimo automático de voluntad de arancelamiento y privatización educativa: una revisión en serio del sistema universitario alcanza a las universidades privadas, que también tienen problemas. En la universidad pública sólo se gradúa el 1% de los estudiantes que están en el 20% más pobre de la Argentina, y el 44% de los estudiantes no aprueban más de una materia por año.
Lo primero que se plantea es la poca información que existe sobre un sector tan importante para el desarrollo del país. Poco sabemos sobre el impacto de la inversión del Estado en las universidades. En la Argentina contamos con 53 universidades públicas y gratuitas en sus niveles de grado. Se destinan aproximadamente 51.000 millones de pesos para su funcionamiento y estimamos que se gradúa menos del 15% de quienes logran acceder a este nivel educativo, mayoritariamente de los sectores socioeconómicos medio y medio-alto. Sin embargo, hay poca información transparente acerca de los verdaderos resultados de la formación universitaria y su calidad educativa.
Deberíamos exigir mayores y más transparentes rendiciones de cuentas sobre el retorno de esta inversión, en términos de la cantidad de alumnos que efectivamente se gradúan en la universidad y en qué orientaciones lo hacen; si éstas coinciden con aquellas más demandadas por el sector socio-productivo. También acerca de cuál es la inserción laboral resultante, el nivel de ingreso de las diferentes carreras y la movilidad social de los graduados.
Mientras que en la Argentina la educación superior está desfasada en relación con la demanda del sector socioproductivo, algunos países han podido ir adaptándola a las cambiantes realidades de la economía mundial logrando, a su vez, brindar una formación de calidad.
La carga horaria de las carreras en universidades nacionales de nuestro país, a veces de cinco a seis años más el ciclo básico, es mayor que en el resto del mundo, donde suele ser de cuatro y por lo general tampoco son gratuitas, y seguro hay un examen de ingreso para saber cómo vienen formados los alumnos del nivel secundario.
En la Argentina, en cambio, sumado a la falta de calidad y baja tasa de graduación de las universidades, éstas siguen creciendo como unidades de negocio, realizando consultoría y ofreciendo, con docentes subsidiados, opciones aranceladas de formación de posgrado. Una maestría de la Universidad de Buenos Aires ronda los 30.000 pesos, en la Universidad Nacional de Lanús una especialización de un año cuesta 20.000 y en la Universidad Nacional de Córdoba llega a los 52.000. Un curso de posgrado de nueve meses en la Universidad Nacional de La Rioja cuesta 19.000.
Por último, resulta interesante que a pesar de todo esto, cuando hablamos de las falencias de la universidad en nuestro país, terminamos culpando a la deficiente formación secundaria, al contexto económico y social y otras razones para evitar hablar de lo que realmente importa: calidad, mejores oportunidades y empleabilidad.
Es sintomático el apoyo que recogió el juez que suspendió la vigencia de dos artículos de la Ley de Educación Superior sobre la gratuidad de las universidades públicas y la prohibición de exámenes de ingreso irrestrictos. Entre quienes aplaudieron el fallo se encuentran el ministro de Educación, Esteban Bullrich, y rectores de universidades nacionales.
La discusión no es sencilla y su solución tampoco inmediata, pero la realidad actual de la Argentina y la evolución del mundo y de la economía global nos dan pistas ciertas sobre hacia dónde debemos orientar el futuro de nuestra educación para lograr resultados de excelencia y calidad. Esta es una de las conversaciones que tenemos que darnos como sociedad y que debería guiar nuestro accionar para alcanzar el país que anhelamos, con un mejor futuro y mayores oportunidades para nuestros hijos.