Deterioro de la economía francesa
Desde hace algunas semanas, decenas de miles de airados franceses salen a protestar ruidosamente contra su situación socioeconómica. Por hacerlo ataviados con sus obligatorios chalecos reflectores de tránsito, se los llama "chalecos amarillos".
Luego del frustrante quinquenio del gobierno socialista, el déficit fiscal del país galo es del 2,7% del PBI y la deuda pública ha trepado hasta ser ya casi igual al PBI: 98,7%. A todo eso se suma que su economía padece de una suerte de anemia, pues apenas está creciendo modestamente, todo lo cual alimenta la frustración que hoy generan las protestas.
El gobierno de Emmanuel Macron ha comenzado a responder, aunque todavía tibiamente, a la compleja situación política. Lo hace con medidas destinadas a impulsar el crecimiento, tales como el aumento del salario mínimo para estimular el consumo y la inmediata reducción de la presión fiscal sobre los jubilados, que es agobiante. Sabe que pretender flotar ante la situación actual no es factible. Y muchos franceses, con sus protestas, están transmitiendo con inadmisible violencia ese crucial mensaje a sus gobernantes.
Decidir no reaccionar ante comportamientos sociales masivos es una estrategia con patas cortas. En Francia y en todas partes.
Si esto no se advierte, quedará debilitado el sueño continental de Macron de que Francia lidere junto a Alemania un indispensable impulso renovador que devuelva a la Unión Europea la energía extraviada.
Los beneficiados son los nuevos líderes nacionalistas, como el italiano Matteo Salvini o el húngaro Viktor Orban, empeñados en una peligrosa campaña que apunta a la demolición de las estructuras sobre las que se edifica la integración del Viejo Continente.