Dinosaurios y cabezas nucleares
NUEVA YORK (The New York Times) HACE dos semanas me topé en Europa con el líder del partido reformista ruso Grigory Yavlisnky y le hice una simple pregunta: “Grigory, cuando los Estados Unidos despierten de la pesadilla del juicio político al presidente, ¿qué clase de Rusia encontraremos? Yavlinsky caviló durante unos instantes y respondió:”Una Rusia que para ustedes será una amenaza mucho mayor de lo que fue la Unión Soviética. Es una amenaza aún mayor para su propio pueblo. Eso es lo que más me importa. Pero también es una amenaza para los norteamericanos”.
Yavlisnky exageró, pero no demasiado.
Rusia representa hoy una amenaza debido a su debilidad y no a su poderío. Es como un gigantesco buque tanque con el casco perforado que derrama un rancio petróleo crudo. Está vendiendo armas a cualquiera que tenga plata; sus científicos más parecidos al doctor Strangelove se esfuerzan al máximo ante el mejor postor. El Estado no puede mantener adecuadamente ni salvaguardar sus arsenales nucleares.
Nostálgicos de la Guerra Fría
¿Qué hacer entonces? En Washington, todos los intransigentes y nostálgicos partidarios de la Guerra Fría se desviven por declarar que el experimento de Rusia con la democratización del país ha terminado y que debemos, de ahora en más, tratarla como a la ex Unión Soviética. Hay tantos que extrañan la Guerra Fría, con su absoluta distinción entre el bien y el mal; anhelan la vuelta del Politburó.
Sinceramente, desearía que Rusia fuese de nuevo la Unión Soviética: por lo menos sabríamos cómo tratarla. Pero no lo es, y hacer de cuenta que lo es sólo alimenta la ilusión de que podemos simplemente sentarnos y construir una cortina de hierro a su alrededor, para frenar las debilidades de Rusia como alguna vez frenamos el poderío de la Unión Soviética.
Buena suerte. Trate alguno de frenar a alguna escuela técnica rusa y evitar que venda conocimientos prácticos y capacitación nuclear a Irán desde una Moscú controlada por mafiosos.
Rusia no es lo que era la Unión Soviética. Es simplemente una gran Albania, un experimento democrático malogrado, en medio de un remolino de crímenes, armamentos y desocupación. No podemos darnos el lujo de ignorar a esta Rusia y, en efecto, no podemos frenarla. En una situación tan confusa, debemos rescatar lo fundamental de nuestra política, y eso significa concentrarse y eliminar los dinosaurios y las cabezas nucleares de Rusia.
Rusia necesita simplemente rehacerse, y la política norteamericana, en la medida de lo posible, debe ayudar a Moscú a conseguir ese propósito.
Las próximas elecciones parlamentarias están previstas para diciembre de este año. En el Parlamento ruso, la llamada Duma, todavía predominan los dinosaurios comunistas, que viven de acuerdo con el antiguo lema leninista de que, cuanto peores sean las cosas para Rusia, tanto mejor lo serán para los comunistas.
Si algo hemos aprendido en los últimos cuatro años es que mientras la Duma esté controlada por los comunistas será imposible para cualquier presidente ordenar las instituciones para echar los verdaderos cimientos de las reformas. Rusia necesita muchas cosas, pero nada será posible sin una Duma diferente.
Los votos potenciales están allí. Como señala el académico ruso-norteamericano Leon Aron, autor de la biografía Boris Yeltsin: una vida revolucionaria , en las elecciones presidenciales de 1996, Yeltsin superó al entonces candidato del partido comunista, Gennady Zyuganov, por un margen de casi 4 a 1 entre los votantes rusos menores de veinticinco años. El voto en favor de los comunistas predominó entre los mayores de sesenta. La demografía en Rusia está del lado de la reforma.
La gran esperanza
El mundo occidental debería ahora concentrarse en la condonación y reestructuración de las deudas rusas para sacarle presiones al gobierno del primer ministro Yevgeny Primakov, de manera que pueda administrar un presupuesto verosímil, que pueda atraer nuevamente algunas inversiones privadas, parar la hemorragia y crear un ambiente razonablemente estable para las elecciones parlamentarias de diciembre próximo. Esta es la única esperanza para que puedan resultar elegidos más reformistas y menos dinosaurios.
En cuanto al frente estratégico, el presidente Clinton debería viajar inmediatamente a Moscú y prometer que no se irá de allí hasta que haya alcanzado un acuerdo para implementar el tratado START II y los convenios nucleares STARTIII que han sido propuestos. Por ahora, hay que olvidarse de un gran acuerdo sobre misiles defensivos y antibalísticos. Es demasiado complicado. Rusia está dispuesta a reducir de 7500 a 1500 cabezas nucleares como parte del proceso establecido por el tratado START. Hagámoslo ya y digamos a los rusos que pagaremos por ello. Eso significará que 6000 cabezas nucleares no irán a parar a los arsenales iraquíes ni al mejor postor en el mercado.
No sé si lo que ocurre hoy en Rusia es una incipiente revolución al estilo norteamericano para desembarazarse del comunismo o si es una decadente República de Weimar que, cuesta abajo, se desliza hacia el fascismo. Lo que sí sé es que no podemos darnos el lujo de ser meros espectadores, y que nos sentiremos más seguros _sea cual fuere el rumbo ruso_ si nos concentramos en la eliminación de los dinosaurios comunistas y las cabezas nucleares.
Si Clinton aspira a dejar un legado en materia de seguridad nacional, debería abordar el próximo avión con destino a Moscú. © La Nación