Discapacidad y barreras culturales
En tiempos en que prevalece -en general- una visión desesperanzada de la humanidad y de sus progresos, cuando resulta cada vez más difícil afianzar la paz y evitar que se instale la violencia entre las naciones y entre los hombres, no es poca cosa decir que tiende a afirmarse en el mundo, cada día más, una cultura centrada en el hombre. Y, sin embargo, es así: hay un ámbito de la cultura contemporánea en el que predomina la tendencia a ocuparse del hombre en cuanto tal; un ámbito en el que se realizan permanentes esfuerzos por elevar lo humano a su mejor expresión. Nos referimos a lo que está ocurriendo en el mundo, cotidianamente, en relación con las personas afectadas por discapacidades físicas: cada vez más se lucha por hacer realidad, en relación con ellas, el postulado según el cual todos los seres humanos son iguales en libertad y en dignidad.
Desde el monte Taigeto hasta Auschwitz pasaron muchos años y hasta hace poco eran muchos los que pensaban que unos seres eran "menos iguales" que otros y que aquellas personas que no alcanzaban determinados patrones "raciales" no merecían vivir. En nuestro tiempo, incluso, quienes promueven la cultura del aborto se creen con derecho, en muchos casos, a decidir quiénes deben vivir y quiénes no deben vivir. A punto tal que se pretende que aquellas personas que nacerán con discapacidad es mejor que no nazcan. Esos seres humanos, según se pretende, no tendrían derecho a vivir.
Pero, a pesar de todo, el respeto a la diferencia sigue creciendo en el mundo día tras día y el fenómeno de la integración de todos con todos -discapacitados o más o menos capacitados- se generaliza cada vez más y se incorpora a muchas de las manifestaciones de nuestra cultura. Desde la arquitectura ciudadana -un poco menos en lo que atañe al transporte-, pasando por la educación integrada y por el crecimiento de las oportunidades laborales, se multiplican los signos reveladores de un positivo cambio cultural. Y se llega, así, a la profunda y generosa entrega de amor que implica la adopción de personas con discapacidad, testimonio supremo de una transformación espiritual y filosófica que nos dignifica como seres humanos.
En nuestro país existen muestras claras de esa evolución. Se puede mencionar, en ese sentido, el reciente compromiso de los políticos de incluir en sus programas la promoción de los derechos de las personas con discapacidad. Se debe hacer referencia, asimismo, al primer intento de medición vinculada con la discapacidad, plasmado en la Encuesta Nacional de Personas con Discapacidad 2003. También es necesario destacar la reciente creación de la Comisión Nacional Asesora para la Integración de las Personas Discapacitadas. El censo que se ha hecho revela que alrededor del 15% de la población sufre algún tipo de discapacidad y que esa cifra se duplicará con el aumento de los índices de pobreza y marginación.
Hace un tiempo, una prestigiosa directora cinematográfica -ya desaparecida- realizó una película titulada "De eso no se habla", que puso de manifiesto la problemática que nos ocupa. Invisibilidad es sinónimo de desconocimiento. Desconocer significa no hacerse responsable. Conocer, en cambio, implica el reconocimiento de que tenemos responsabilidades por cumplir.
Para poder hacer presente lo ausente y lograr cambios significativos en nuestra conducta, hace falta mostrar, medir, ocuparse, hacer visible la discapacidad. Desde el tercer sector, eso se puede lograr demostrando las ventajas de promover aperturas mentales que conduzcan a la conformación y la articulación de redes solidarias.
Cuanto se haga para construir una sociedad accesible, no sólo desde lo físico sino también en lo que respecta al acceso a la información, ayudará a destruir las barreras que dificultan la inclusión de las personas con discapacidad. Hoy podemos decir, felizmente, que "de eso ahora se habla", aunque sea mucho lo que queda por hacer.
La reciente visita a nuestro país de Jean Vanier, fundador de El Arca, que agrupa en comunidades familiares a discapacitados mentales abandonados y a personas que quieren vivir con ellos, es también un signo demostrativo de los progresos que se están logrando. Son cada vez más numerosas, afortunadamente, las personas que reconocen lo mucho que podemos aprender de quienes sufren discapacidades físicas. La masiva concurrencia de 1300 jóvenes y adultos a una reciente charla de Vanier en la Universidad Católica Argentina (UCA), durante la cual se explicó que aquella persona que no puede hablar ni moverse es la que más nos puede enseñar a comportarnos como seres humanos, es un signo más de que el problema está siendo mirado desde un ángulo nuevo.
Mucho se ha hablado de políticas de Estado en materia de discapacidad. En rigor, no se puede decir que en nuestro país no exista la legislación apropiada: lo que falta es conciencia moral acerca de la necesidad de la inclusión de todos los seres humanos -cualquiera sea su potencialidad física- y de que el principio de la igualdad no convoca a dar a todos lo mismo, sino a dar a cada uno según su necesidad.
Una rampa de acceso en los edificios es importante para el discapacitado físico que dispone de una silla de ruedas, pero ésos no son los únicos discapacitados ni son siempre los más abandonados o necesitados de apoyo. A menudo, la ley está mucho más avanzada que la realidad a la cual se debe aplicar. Es importante lograr progresos en todas las áreas: en lo laboral, en la educación, en el transporte, en la recreación; es decir, en la participación plena en todas las dimensiones de la vida. La clave está en que todos sean invitados plenos a la mesa y no alimentados con lo que sobra de ella.
La sociedad necesita también ser estimulada en la sabiduría del corazón. La cultura de la integración plena requiere el lento aprendizaje en el amor a la diferencia y ésta exige la conversión del corazón. Mucho falta por hacer, pero estamos ya en el buen camino.