Dispositivos que funcionan (y nos hacen funcionar) todo el tiempo
En lugar del "usted debe" de los siglos XIX y XX, esta época volvió legítimo el desearlo todo, aun a costa de vivir agotados, ansiosos y frustrados
Más allá de los problemas eternos que signan a la humanidad, cada época tiene sus propios dramas. Ahora, una inesperada fuente de tensiones proviene justamente del exceso de distracciones que presenta Internet, con su oferta infinita de tentaciones a un clic de distancia. Por eso, la impresión de que nos estamos perdiendo algo (¡o mucho!) es difícil de sosegar mientras permanecemos desconectados. Pero esa inquietud no se detiene al estar online, porque aunque se ha ampliado nuestra capacidad de "prestar atención" a varios asuntos al mismo tiempo, sigue siendo mínima la cantidad de imágenes, textos y sonidos que podemos consumir simultáneamente. Las habilidades "multitarea", que se han desarrollado mucho últimamente, tienen sus limitaciones y, además, suelen dejarnos exhaustos.
Gracias al acervo irrestricto de información accesible en todo momento y en cualquier lugar, que desaparece o se renueva constantemente, es inevitable sospechar que siempre habrá algo más interesante o divertido para ver. ¡Pero jamás lograremos consumirlo todo! De modo que la frustración está garantizada, al igual que la ansiedad, el cansancio y el aburrimiento. Aun así no nos rendimos, sino que intentamos vivir como si las interrupciones espaciales y temporales no existieran, para poder mantenernos al día con esos flujos continuos. Se supone que deberíamos estar disponibles en todo momento, ignorando las antiguas distinciones entre día y noche, horario de trabajo y tiempo libre, fin de semana o vacaciones. Y también dondequiera que estemos: en la calle, la oficina, la cama, el aula, un bar, el teatro o una isla desierta. Ante el agotamiento que genera toda esa demanda, no es raro que empecemos a desarrollar ciertas estrategias de protección, como silenciar las notificaciones o establecer pautas personales para el uso de los aparatos. Sin embargo, es muy difícil abandonar ese estado de alerta y disposición constante que se ha vuelto tan habitual. Ya no parece posible desconectarse por completo, ni tampoco lograr el descanso que a menudo ansiamos. Por lo tanto, aun siendo tan seductor y sumamente expandido (a pesar de reciente), el hábito de la conexión también se ha vuelto extenuante. Una de las razones es precisamente su total falta de límites en lo que se refiere a los usos del tiempo y del espacio, ya que los teléfonos celulares funcionan –y nos hacen funcionar– en todo momento y en cualquier lugar.
Ya hace más de medio siglo que se viene hablando de "la sociedad del espectáculo", ante el avance del consumismo y de los medios de comunicación audiovisuales. Ahora que esas tendencias se han intensificado, con las redes sociales y el acceso móvil a Internet (en todas partes y en cualquier momento), también surgen nuevos riesgos y desafíos. Uno de ellos es este comportamiento "adictivo", que deriva de nuestra creciente incapacidad para manejarnos con esa falta de límites que caracteriza tanto la vida online como nuestro papel de consumidores. "Vos podés", nos dice constantemente la publicidad, un lema que sintoniza con un generalizado "yo quiero" (y "yo lo merezco"), en oposición al "usted debe" que marcó a los ciudadanos modernos de los siglos XIX y XX. En ese horizonte ilimitado que la vida en modo wifi viene propiciando, se ha vuelto legítimo quererlo todo, incluso aquello que no logramos (ni jamás lograremos) porque nuestra experiencia sigue siendo fatalmente limitada. Aun así, sufrimos porque asumimos que deberíamos poderlo todo, en lugar de tener que aprender a lidiar con límites rígidos como los que solían imponer, de manera bastante consensual, tanto la ley como la moral. Buena parte de la insatisfacción actual parece vinculada a esa dificultad que implica el autocontrol en una cultura que ensalza el placer ilimitado y la autorrealización, careciendo de herramientas para lidiar con la frustración. De modo que el problema está lejos de ser "causado" por las nuevas tecnologías; ellas solo han contribuido a reforzarlo y a ponerlo en evidencia.
Paula Sibilia
LA NACION