El aislamiento no es la solución
En la primera de las conferencias panamericanas, en 1889, algunos países abogaron por una "América para los americanos". Sin embargo, la Argentina defendió un camino alternativo. Un camino rumbo a una "América para la humanidad", tal cual lo afirmó Roque Sáenz Peña durante una de las sesiones de las reuniones de Washington. Más de un siglo después, la sombra proteccionista vuelve a agitar el concierto de las naciones. Aunque ahora con un nuevo paradigma en nuestro continente: la incertidumbre cambió de hemisferio.
Frente a este escenario actual, nos situamos ante un debate en el que debemos participar sin retórica inflamada, soberbia ideológica o revanchismo histórico. La madurez política recomienda una reflexión franca sobre las causas estructurales del aislamiento en el siglo XXI, sobre esas raíces que tan silenciosamente fueron creciendo en las profundidades de la comunidad internacional antes de aparecer en la superficie. Hoy existen desafíos globales que fueron sucesivamente postergados debido a su complejidad y a la inmediatez que se apodera de la clase gobernante. Desafíos que no tienen ideología y que tarde o temprano alcanzarán a todas las naciones.
Tres son los retos que amenazan las piedras angulares de los países desarrollados democráticos: la inseguridad alimentaria y energética causada por el cambio climático, el impacto de la inteligencia artificial en el mercado de trabajo y el peligro que el envejecimiento de la población representa para el contrato social.
El primero puede notarse en la escasez de agua, uno de los fenómenos que mejor ilustran la manera en que el cambio climático exacerba los conflictos. Afecta la productividad agrícola, reduciendo y encareciendo los alimentos disponibles. Perturba la generación de electricidad, aumentando la competencia por los recursos energéticos. Asimismo, genera enormes presiones migratorias, favoreciendo el choque de civilizaciones.
El segundo surge por la creciente robotización del trabajo. La progresiva sustitución de mano de obra por inteligencia artificial coincidirá con el aumento de la población mundial y podrá motivar profundos desequilibrios sociales. Es necesario que en el siglo XXI se mitigue este riesgo a través de la educación continua, la inclusión digital y el espíritu empresarial.
El envejecimiento de la población y la reducción de la tasa de natalidad en muchos países desarrollados amenazan la sustentabilidad de sus sistemas de seguridad social, que absorben cada vez más recursos presupuestarios. Una inversión de la pirámide poblacional pondría en peligro el principio de solidaridad intergeneracional, pilar central de la vida comunitaria.
Cada uno de estos desafíos está deteriorando las expectativas de las poblaciones y contribuye al aumento de las desigualdades dentro y entre los Estados. Se trata de un terreno fértil que permite que germinen -en algunas de las más maduras democracias occidentales- el narcotráfico, el fanatismo religioso y la xenofobia.
Esta coyuntura presenta a la comunidad internacional dos caminos opuestos: el de la "América para los americanos" y el de la "América para la humanidad". El primero es aislacionista e interpreta el cambio climático como un fraude científico, culpa a la globalización por la destrucción de puestos de trabajo y no reconoce la seguridad social como una prioridad política. Sus principales placebos son la retórica nacionalista y el proteccionismo económico, los cuales podrían aliviar momentáneamente el dolor, pero nunca ofrecerán a la historia cura alguna.
El segundo camino es multilateralista. Aquí, los acuerdos entre las naciones son el diapasón que marca el ritmo de las relaciones internacionales. En efecto, sólo instrumentos del alcance del Acuerdo de París pueden proteger el medio ambiente. Por otro lado, a los procesos migratorios se los considera como un fenómeno que enriquece las economías. De este modo, este camino propone el diálogo y el comercio internacionales como una forma para que los Estados aprovechen sus ventajas competitivas.
Hoy, como a fines del siglo XIX, nadie duda de que la Argentina defiende una mayor convergencia en la comunidad internacional. Por eso, queremos celebrar un acuerdo comercial entre el Mercosur y la Unión Europea. Por eso, aspiramos a ingresar en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Por eso, acogeremos en 2018 la cumbre del G-20.
Muchos otros países, grandes y pequeños, pronto tendrán que aclarar en cuál de los dos caminos desean seguir. Una elección que definitivamente influirá en las mutaciones globales presentes y en las que están por venir.
Embajador en Portugal