El campo en la grieta
Desde la Organización Nacional, la división más profunda y duradera quizás haya sido la del peronismo-antiperonismo. Todavía presente, se trata de una división binaria y maniquea de la sociedad.
Toda división desanda el entramado social, con la consecuente pérdida de vínculos de solidaridad. Y así se angostan los puentes necesarios para la convivencia.
Luego de la cruenta crisis del 2001/02, tal división fue mutando hacia nueva forma, con distintas características, pero de semejante virulencia. Así, fue originándose, con el paso del tiempo, la llamada grieta. Un nuevo tiempo de intolerancia entre dos partes.
A partir de allí, cada gobierno fue focalizándose en la concentración y aumento del poder. En sus principios, cada uno contó con la corriente favorable de una sustancial mejora en los precios internacionales de los granos y sus derivados.
En 2008, el agro quedó enmarañado en una política económica cuyo mensaje oficial era puramente maniqueo. Se acentuó allí una lógica de resentimiento a la actividad agraria y su presunto poder latifundista.
Desarrollada por décadas, esta lógica no tiene fundamento alguno. La producción de materias primas está muy descentralizada. En su mayor parte, ésta descansa en redes donde cientos de miles de agentes independientes, interrelacionados, operan tras un objetivo común. Actúan allí microempresas cuya eficiencia proviene de la tecnología de avanzada, elevada innovación, aceitada organización y coordinación. Se trata de múltiples tipos de contratistas, tenedores de la tierra, científicos, fabricantes de variadas maquinarias, semilleros y asesores, entre tantos.
Así, en muchos argentinos se ha asentado la idea de que buena parte de los problemas del país tiene un culpable: el campo.
No comprenden lo que es el campo. Lo entienden como un enemigo al que responsabilizan de los fracasos. Y, en su cerrazón, no pueden advertir que, a partir de éste, nacen todo tipo de eslabones industriales y de fuentes de trabajo.
Los actuales ataques a la propiedad en el eslabón agrícola son parte de la violencia que deriva de la grieta. Esta clase de vandalismo resulta de una constante prédica contra del agro, sustentada en elaboradas teorías, de cierto vuelo intelectual, que se difunden masivamente e, incluso, se enseñan en muchas universidades.
Detrás de esta violencia se esconden grupos de presión. Según Mancur Olson (Nobel de Economía), hay gente que tiene incentivos para formar grupos de presión y para influir en la política a su favor. Las políticas económicas resultantes de la presión tenderán a ser proteccionistas y contrarias a la innovación tecnológica, y finalmente comprometerán el crecimiento económico de un país.
En la Argentina, la sombra de intereses sectoriales, donde se encuentra también el propio Estado, por años manejado por gobiernos ávidos de poder, cubre el plano económico. Allí actúan grupos –lobbies- que pujan por obtener una mayor parte del ingreso nacional. El éxito de estos grupos depende de su tamaño y de su concentración. Cuanto menor sea la cantidad de participantes en cada grupo, mayor serán los incentivos; el número de miembros determina entre cuántos debe repartirse los beneficios. Los grupos con pocos participantes, obviamente, tienen mayor capacidad de coordinación y organización que los de gran cantidad pues son más dispersos y menos organizados. Es el caso de los jubilados o de los agricultores.
Desde la década de 1940, la actividad agraria ha perdido poder de negociación, no solamente por su alto grado de dispersión geográfica sino también porque sus intereses pueden ser considerados o presentados al público en general como opuestos a los de la mayoría, dada su especialidad, que es la de brindar alimentos.
Las ventajas competitivas de nuestro país y sus oportunidades de exportación se concentran en la producción de bienes derivados de las materias primas alimenticias. También se agrupan en servicios intensivos como la informática, la publicidad e, incluso, el turismo y en los recursos naturales no renovables.
Por eso, resulta irracional y autodestructivo que el país no afronte seriamente el problema en la protección de la propiedad privada que hoy, también, afecta al eslabón agrícola y la cadena agroindustrial. Asegurar la propiedad es incentivar la inversión.
La animadversión hacia el agro, con argumentos falaces que se presentan en favor de la industrialización manufacturera y el sostenimiento de un Estado hipertrófico es irracional. Se parece a quien piense que cortándose un brazo tendrá más fuerza porque el otro se desarrollará con mayor vigor.
Es necesario aprender que el valor del desacuerdo y que los antagonismos son inevitables. Y que la política es el camino para que los antagonismos no devengan en violencia social.
Para que se termine la denominada grieta.
Profesor Ucema, economista