
El desarrollo, al alcance de la mano
El desarrollo argentino está al alcance de la mano. ¿Por qué no lo tomamos? ¿Será por sobre simplificación de una realidad demasiado compleja? ¿O por estar aun pensando en una utopía, un lugar que no existe? ¿O por torpeza de diagnóstico?
Es más que seguro que estamos simplificando la mirada sobre la realidad, dado que es lo que suele ocurrir cuando hay posiciones polarizadas como las que hoy vivimos, haciendo que seamos incapaces de percibir la gran complejidad de nuestra situación. También es seguro que muchos se han quedado en un pasado al que es imposible retornar.
Finalmente, es muy probable que haya torpeza de diagnóstico, pero el error de diagnóstico fundamental no pasa por no entender cuál es el mejor modelo que debemos implementar sino por no hacernos la pregunta correcta: ¿cómo hacer realidad políticamente ese modelo que deseamos para el país?
¿Solucionar esto está al alcance de la mano? Depende de qué manos arrimen la solución. La solución tiene que estar acompañada de un programa de desarrollo y cambios estructurales nos vuelva más productivos, lo cual implica que habrá ganadores y perdedores, traduciéndose en enormes costos políticos en todos los niveles dirigenciales y en vastos sectores de la sociedad. Quizá entonces no nos hacemos la pregunta correcta, por miedo a saber la respuesta.
¿Quién tiene incentivos para encarar tamaño proyecto? El murmullo, por ahora incipiente de “que se vayan todos”, electrifica a la dirigencia de todo tipo e ideología. Si crece en griterío y manifestaciones descontroladas se nos puede llevar puestos. ¿Puede surgir entonces entre la dirigencia un instinto de supervivencia latente que podría llegar a desembocar en un muy cauteloso diálogo?
¿Quiénes deberían dialogar y sobre qué intentar acordar? Al decir del círculo rojo, pareciera que el escenario más probable de los próximos comicios será un empate técnico entre los principales contendientes, con un fuerte voto protesta expresado en abstención o voto en blanco, sin que los dirigentes sepan bien cuál es el motivo del rechazo. Se mantendría entonces la relación de fuerzas actuales en el Congreso, o sea, seguiríamos quedando empantanados.
De confirmarse el creciente malestar social con la dirigencia y agravarse la situación por el peligroso combo pandemia-situación socioeconómica, es muy probable que en ambos frentes surjan voces prudentes que aconsejen dialogar con ¨el enemigo¨. Ya que sin zanjar la grieta no se puede salir del pantano, el desafío fundamental es cambiar la carátula del expediente de ¨enemigo” a “adversario¨. Menuda metamorfosis.
¿Existen dirigentes en ambas coaliciones que, sin necesidad de contar con el beneplácito respectivo de sus máximos líderes, cuenten con fuerza suficiente dentro de sus respectivas agrupaciones, para cambiar la carátula y bendecir un acuerdo?
Avancemos un poco más. ¿Qué es lo que supuestamente deberían acordar? En una primera, muy cautelosa y discreta instancia, se deberían habilitar alfiles que empiecen a delinear la arquitectura de un acuerdo de gobernabilidad de mediano plazo. Y la primera tarea de estos alfiles será explicitar cómo se repartirán los costos políticos del acuerdo, sin que uno se sacrifique proporcionalmente más que el otro. Esto requiere consensuar un conjunto de políticas de Estado que trasciendan los períodos constitucionales de los gobiernos.
Si se supera ese obstáculo fundamental (y pilar de todo el acuerdo), el siguiente paso consistirá en definir qué se quiere acordar: suponemos que lo que está en cabeza de todo político serio es llevar adelante en conjunto de políticas de Estado para superar gradualmente la pobreza estructural que tenemos, siendo este el imperativo ético que evitaría que estalle en mil pedazos nuestro deshilachado contrato social. Esto quizá anudaría consensos amplios que permitan encolumnar al país en un proyecto de desarrollo con inclusión.
Un paso previo a delinear estas políticas requiere un diagnóstico compartido de las causas de la pobreza estructural. Deberíamos primero llegar a la coincidencia de que si no se realizan cambios estructurales que nos liberen del pantano en que estamos, cualquiera sea el modelo económico que se encare, va a estar destinado al fracaso.
Desde nuestro punto de vista (y de muchos otros), el núcleo central de las propuestas de políticas superadoras deberá girar en torno a cómo mejorar la productividad de la economía argentina a través de la integración comercial (aunque sea gradual) al mundo, de tal manera que permita generar empleos de calidad, para así migrar hacia la clase media a grandes sectores hoy viven en la pobreza, volviendo a tener movilidad social.
Por otro lado, la integración al mundo y el desarrollo inclusivo no deben ser considerados un dilema, sino que los dirigentes políticos deben encarar el desafío de hacer que se complementen entre sí.
Con alta inflación, y casi sin moneda, lo cual destruye los ingresos de los trabajadores y crea una inestabilidad tal que impide la inversión sustentable, resulta ilusorio pretender mejorar la productividad y crear empleo genuino. Es prerrequisito entonces construir un plan plurianual consistente en una gradual reducción de déficit fiscal que a su vez reduzca nuestra pertinaz alta inflación.
Esto implica un gran desafío político a fin de amortiguar el gran impacto socioeconómico que recibirán vastos sectores de la población a corto plazo debido al cambio que debemos realizar. Resultará fundamental reconciliar intertemporalmente las demandas sociales y el gasto público con crecientes recursos tributarios genuinos que no ahoguen la inversión doméstica. Solo esto podría lograr la competitividad necesaria para insertarnos en la economía global.
El costo presente de las transformaciones necesarias que deberíamos sufrir a cambio de un futuro más promisorio, requiere hacer conocer a la sociedad el camino que vamos a transitar y cuál será nuestra meta, a fin de transformar radicalmente su escepticismo en expectativas razonables. Con la tecnología actual es imposible hoy en día hacer política opaca y lo peor que puede ocurrir es esconder lo que se propone hacer.
Para lograr todo esto, es prerrequisito construir un puente sólido que vaya de orilla a orilla de la grieta, generando confianza recíproca entre dirigentes que se den la mano y no le teman a la sombra de los que se resisten. El desarrollo argentino está al alcance de la mano.