
El ejemplo de Alvear
Por Roberto Azaretto Para LA NACION
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Recientemente se cumplieron sesenta años del fallecimiento de Marcelo Torcuato de Alvear sin que trascendieran homenajes ni actos recordatorios.
Elegido por más del 55 por ciento de los votos, su período de gobierno, entre 1922 y 1928, fue de progreso económico y social, con un respeto irrestricto a las instituciones. El presidente Alvear termina con las violaciones de las autonomías provinciales, con las intervenciones federales por decreto (muchas veces debidas, simplemente, a victorias de la oposición). Respeta al Congreso: concurre a inaugurar su período ordinario de sesiones y obliga a sus ministros a ir al recinto para afrontar las interpelaciones de la oposición, cambiando las malas prácticas de su predecesor. Forma, con hombres de su partido, un gabinete de gran categoría, a tal punto que se dirá de él que es un "ministerio con ocho presidentes".
Sin embargo, estas cualidades, propias de un estadista republicano, son cuestionadas en su partido, que califica su gestión como "conservadora" por el respeto irrestricto a las leyes y la búsqueda de la idoneidad para los cargos gubernativos. Muchos confunden democracia con desorden, tumulto, mediocridad, demagogia y elencos de ineptos.
Movimiento y partido
Después de los lamentables sucesos del 30, Alvear lidera la reconstitución de su partido, y sufre por ello prisión y destierro. En 1935 decide no recurrir a la abstención, con lo que da un gran servicio a la Nación, al evitar el golpismo infecundo que tanto ha hecho por el atraso institucional y la consiguiente decadencia nacional. Por otro lado, su actitud pone en evidencia a un gobierno muy exitoso en la recuperación económica de la crisis del 30 pero que se tienta también con el hegemonismo y comete fraude para evitar el triunfo alvearista en 1938.
Con Alvear el radicalismo deja de ser un "movimiento" y se convierte en un partido, algo que también le cargan en su lista de "culpas". Es que Alvear era un genuino demócrata y los "movimientos" son antidemocráticos por naturaleza, porque si alguien cree que encarna la nacionalidad, la patria o el pueblo, tratará a los otros, a los que no forman parte del movimiento, como enemigos contra los que se combate y no como adversarios con los que se convive. Nuestro país ha sufrido desde hace mucho tiempo la violencia generada por este tipo de ideas.
En enero de 1941, Alvear recibe en su casa de Mar del Plata a Federico Pinedo, que por segunda vez había asumido el Ministerio de Hacienda. El estadista que nos había sacado de la crisis como ministro de Agustín P. Justo había presentado al Congreso un programa basado en la industrialización, la integración económica con Brasil y Chile, y un programa de construcción de viviendas populares. Proponía, además, mayores vinculaciones con los Estados Unidos, pues veía una Gran Bretaña debilitada cuando finalizara la guerra. Pinedo pensaba que para progresar se requería un acuerdo político que nos llevara a la plena democracia, terminando con el fraude y el enfrentamiento violento entre los partidos, consolidando un sistema de alternancia y convivencia civilizada.
El destino de la patria
Alvear recibe con complacencia las propuestas de Pinedo, pero ambos encuentran fuertes resistencias en sus fuerzas políticas, que llevan al ministro a la renuncia. La mezquindad y los intereses de corto plazo se imponen. Alvear, severo y molesto con los mediocres del gobierno y de su partido, advierte sobre las consecuencias de no entender que mientras en los campos de batalla de Europa se decidía la suerte de la democracia -y por ende de los principios fundacionales de la Argentina- aquí se peleaba por si José, Pedro o Juan eran diputados. Por eso, dirigiéndose a sus compatriotas, dirá: "Señores, mucho cuidado; estáis jugando el destino de la patria. En vuestras manos se halla la solución que requiere con urgencia y patriotismo la República. Haced de las luchas políticas una cuestión secundaria, para que prevalezcan los intereses permanentes de la Nación como cuestión primordial".
Esta crisis sin parangón que sufrimos es la expresión de la indiferencia de los sectores dirigentes hacia uno de los pocos notables del siglo XX en la Argentina. Tal vez cuando aprendamos cuáles deberían ser los paradigmas, nuestro país pueda empezar a recuperarse.




