
El espacio inexistente
Por Patricia Bullrich Para LA NACION
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El desafío político de dar vida a un espacio inexistente es una necesidad impostergable de la Argentina.
En nuestro país poder y partido no han logrado diferenciarse, su homologación pone en riesgo la posibilidad de construir una democracia verdadera, es decir tan moderna como asentada en la alternancia de quienes la representen. Estado y gobierno tampoco resisten el juego de las diferencias. Es que se ha instalado una cultura dominante sintetizada en una frase de Juan Domingo Perón recitada por doquier: "La única verdad es la realidad".
Si la única verdad es la realidad, es porque el peronismo pretende que la razón esté en los hechos y no en los principios. Al construirse las verdades al ritmo de la realidad podemos entonces encontrar un peronismo promilitar, un peronismo proliberal y un peronismo procentroizquierda y todos comparten un peronismo afecto al poder. La realidad-verdad es que el peronismo, veterano de muchos carnavales, sabe ponerse las máscaras que mejor expresan en cada época su necesidad de sostenerse en el poder o de aspirar a él cuando le falta. Cambia por fuera para seguir siendo el mismo por dentro.
Cuando la rueda de la historia instala un pensamiento dominante, allí está siempre el peronismo.
Esta y no otra fue la realidad discutida hasta el cansancio por los jóvenes idealistas en la década del 70, entre los que yo me encontraba. Si los obreros recalan en el peronismo, se creía y se decía, por algo será, y de manera automática y lineal la conclusión que se imponía era la de intentar "transformar" las conciencias desde "adentro" del movimiento.
Su plasticidad, su falta de bordes precisos, están al servicio del poder que es su medio y su fin. Y ello va generando en la Argentina el sentimiento de que, fuera del peronismo, nada es posible. En la medida en que el peronismo es el poder y el poder es el peronismo, nada más parecería poder crecer en la Argentina.
En este marco, el peronismo transita nuevamente una etapa de desestructuración de sus opuestos.
Todos, tarde o temprano, vuelven rendidos a la casa de sus viejos: Chacho Alvarez -uno de los críticos más lúcidos del menemismo y de la ideología política feudal y corporativa-, José Octavio Bordón -líder que supo convocar a una masa de cinco millones de votos contra Menem hace escasos ocho años-, por sólo nombrar a quienes tuvieron roles estratégicos. Reutemann, Puertas o Macri, que hoy son descriptos como opositores, constituyen la alternativa de una centroderecha con la que mañana, con nueva máscara, el peronismo, aspirará a un continuado en el poder.
De modo que el mensaje es claro: fuera del peronismo nada, dentro del peronismo todo.
Ya transitó este camino el radicalismo, que al constituirse en mayoría buscó transformar su propia naturaleza e intentó de manera frustrada conducir la cultura política dominante, y Alfonsín, subyugado por el movimiento de Perón, busco trascender su propia trayectoria y conducir un "tercer movimiento histórico". Inmediatamente, sectores de la derecha argentina ayudaron a construir la base política necesaria para legitimar el giro de Carlos Menem llevando al peronismo al extremo liberal, sin importarle demasiado los principios de separación de los poderes, la ética republicana, el respeto a la Constitución y demás enunciados que quedaron colgados en la alacena de los utensilios descartables.
Si el peronismo y la derecha conservadora sólo juegan en el escenario del poder y, por su parte, el radicalismo terminó extinguiéndose devorado por sus propia contradicciones, el espacio inexistente e imprescindible sólo se constituirá en la medida en que nazca, crezca y se desarrolle con una lógica del poder enteramente diferente de la que ha tenido vigencia hasta ahora.
La construcción del espacio inexistente e imprescindible implica la lenta, tenaz y programática edificación de otra cultura, de otra lógica, de otra manera de pensar, de otros intereses, capaces de transparentar la exigencia de una ciudadanía que no quiere durar sino aprender a vivir de otra manera.
No se resume pues la creación de ese espacio, hoy inexistente, en la mera enunciación de una estructura vacía que cumpla con los requisitos formales que expone la burocracia partidaria. Se ha visto que en nuestro país, la plasticidad legal llega a tal punto que involucra también a las leyes electorales. La reforma del año 94, que instaló el monopolio de la política en manos de los partidos, cambió y se adaptó cuando la crisis involucraba al partido del Estado: el peronismo logró que se le permitiera presentarse con tres de sus múltiples máscaras. Fuera cual fuere el resultado, estaba garantizada su eterna presencia.
Dar vida a un espacio inexistente e imprescindible es, pues, el gran desafío político del futuro y ese espacio no puede ser otro que el de un auténtico espacio de la ciudadanía, que jaquee la cultura del poder, con una concepción renovada de lo cívico, de la función del estado, del papel de las fuerzas populares; un espacio de la ciudadanía que cambie profunda y gradualmente, pero con indeclinable firmeza y constancia, las prácticas del clientelismo y del feudalismo. Un espacio de la ciudadanía capaz de convertirse en vocero cultural del progreso, que construya oportunidades mil veces postergadas, que se obsesione por la movilidad social; capaz de hacer respetar la ley y de exigir la igualdad ante la misma como dos condiciones necesarias del porvenir. Un espacio que se involucre con los desprotegidos sin manipularlos. Un espacio que edifique instituciones duraderas y no aparatos prebendarios, que reconcilie la educación con un proyecto de desarrollo a mediano y largo plazo, que conciba a la tecnología como el instrumento indispensable de la producción y de la exportación, y a la empresa privada como un aliado privilegiado de las políticas del Estado. Un espacio que haga de la ética una causa y de la economía un herramienta de la solidaridad social.
Un espacio democrático, popular y social. La balanza que la nación necesita.




