El rol de la ciencia como factor de inclusión
Mientras la humanidad, devastada, intentaba descubrir en 1945 cómo recomponerse de las profundas consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, las Naciones Unidas puso en marcha un plan. Se propuso fundar una organización global que trabajara por la seguridad y el desarrollo del mundo a través de dos pilares fundamentales: la educación y la cultura.
En sus primeros bocetos, esta agencia no incluía a la ciencia. No hasta que un grupo de expertos y referentes mundiales se animaron a sugerir la necesidad imperiosa de contemplar, además, al proceso científico dentro de ese abordaje multidimensional, para poder alcanzar la paz en el mundo. Y así fue que un 16 de noviembre de 1945, desde Reino Unido, se firmó el acuerdo que permitió el nacimiento oficial de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, Unesco, por sus siglas en inglés. La agencia que, años más tarde, también incluiría a la comunicación e información en su abordaje interdisciplinario.
Con 75 años de existencia, la cooperación internacional ha demostrado ser el camino más efectivo para potenciar el esfuerzo de las naciones en pos de un mundo más justo. Los espacios colectivos que hemos ganado en este tiempo han sido claves para diseñar las bases de un mundo más pacífico, y de ciudadanas y ciudadanos mejor formados. Hemos sido testigos del progreso de cantidad de comunidades y nos entusiasma el camino que resta recorrer con aquellas sociedades que todavía tienen desafíos por cumplir.
El mundo se volvió un poquito más igualitario gracias al enfoque colaborativo de infinidad de actores y a la buena disposición de los diferentes gobiernos por incorporar este abordaje integral en pos del desarrollo sostenible. Pero, parafraseando al escritor uruguayo Mario Benedetti, en el momento que creíamos tener todas las respuestas, cambiaron las preguntas. Es imposible ignorar el impacto de la pandemia del Covid-19 en la vida de todas y todos nosotros de manera inesperada.
La crisis del coronavirus ha sacudido al planeta. Ha alterado nuestros hábitos culturales y el estilo de vida al que estábamos acostumbrados a disfrutar con familiares y amigos. Modificó las estructuras del aprendizaje en la educación formal y también el esquema laboral que aplicamos habitualmente. Y sustituyó también los abrazos por el distanciamiento físico. Los gobiernos se vieron obligados a tomar acciones decisivas en un mar de incertidumbre, mientras el virus se cobraba la vida de tantas personas.
Dentro de este cruel e inesperado escenario, algo positivo ha pasado: la ciencia se ha reposicionado. En pocos meses asumió un rol humanista que, aunque siempre lo tuvo en sus entrañas, nunca antes había podido compartirlo con tanta cercanía. Es que la gente comprendió que la ciencia le pertenece. Que el avance científico puede salvar al mundo y fue una grata sorpresa que, esta vez, sean los niños y los abuelos quienes nos lo recuerden en cada asado familiar, charla de vecinos o portada de periódicos. La ciencia se ha permeado en todas las conversaciones de todas las comunidades, clases sociales, regiones y etnias, lo que configura una enorme oportunidad que debemos saber capitalizar. Ha logrado ocupar un lugar preponderante en la mente de las personas. Y nosotros, los científicos, tenemos el deber moral y técnico de saber interpretar este empoderamiento para fortalecerlo, mientras que a los gobiernos les corresponde la obligación de defender e impulsar el derecho a la ciencia como nunca lo han defendido hasta ahora.
Es fundamental que más instituciones y personas se comprometan en esta discusión y ayuden, colectivamente, a definir estándares y recomendaciones para los países de todas partes del mundo.
Es por esto que, aplazado por la pandemia, Unesco en alianza con otros socios, incluido el gobierno argentino, organiza el Foro Abierto de Ciencias de América Latina y el Caribe (Cilac), que planea llevar a cabo su tercera edición regional en abril de 2021 desde Buenos Aires, para poner eje, justamente, en el rol de la ciencia como vector de inclusión. ¿Cómo contribuye la convergencia tecnológica con sociedades más inclusivas, explorando, al mismo tiempo, los límites éticos y sociales para estos nuevos avances del conocimiento? Debemos tomar conciencia y expandir el valor que implica una ciencia abierta dentro de nuestras comunidades.
Es momento de interpretar elCovid-19 como una oportunidad de aprendizaje social y de confirmación del impacto positivo que produce la ciencia en nuestras vidas. Es momento de trabajar juntos, porque una nueva forma de hacer ciencia es posible. Porque el nuevo mundo depende de nosotros.
Directora de la Oficina Regional de Ciencias de UNESCO para América Latina y el Caribe